José Blanco/La Jornada
Escribo esta despedida desde un asombro de mil rostros. El mayor de mis asombros es la revolución de las conciencias que, en una interacción crucial del pueblo con AMLO, produjo al líder político de estos años asombrosos. En la recta final de mis propios años, creí que moriría en la República Priísta. Cuánto asombro mirar que México decidió, otra vez, volverse insólito. Las hazañas históricas del pueblo han sido incalculables, pero fueron extraviadas. La enorme revolución de las conciencias que indujo la revolución de 1910/17, fue congelada por la República Priísta.
Adolfo Gilly tenía razón: esa es la revolución que quedó interrumpida, la de las conciencias. Con toda su picardía, Carlos Monsiváis tituló: Un momentito, luego seguimos un artículo escrito por Carlos Pereyra sobre La revolución interrumpida , la formidable historia a contrapelo de Gilly. El momentito fue una larga espera, en la ignorancia de lo que nos esperaba. La interrupción cesó: “… a mí me tocó encabezar esta lucha, pero fui apoyado por hombres y mujeres que forjaron una voluntad colectiva dispuesta a cambiar de verdad la vida pública de México”, escribió Andrés Manuel, en su libro ¡Gracias!
La lista es muy larga: el despojo electoral de 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas y las izquierdas que lo acompañaban, perpetrado por Carlos Salinas; el cínico robo de la elección presidencial en 2006 contra Andrés Manuel, consumado por Felipe Calderón y la alianza prianista (haiga sido como haiga sido); la mayor compra corrupta de la Presidencia por Peña Nieto en 2012. Fueron todos momentos políticos de una historia de cientos de homicidios de militantes de la izquierda, de represiones asesinas contra pueblos campesinos (El Charco, Acteal, Atenco, petroleros de Cadereyta, Aquila, Aguas Blancas, Acteal, Nochistlán, etcétera), años de corrupción desenfrenada y de desprecio y marginación social feroz de las mayorías. Fue el régimen neoliberal. Décadas sin más horizonte que el sometimiento bárbaro, de una gran parte de la sociedad, al nihilismo más adocenado, mientras los de arriba amontonaban el ingreso nacional en sus arcas particulares.
En esos años Andrés Manuel supervivía a la persecución del prianismo. Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, mediante mil maniobras intentaron acabar con él, mientras las divisiones de la izquierda bregaban como siempre contra la propia izquierda y contra quien sería a la postre su dirigente más eficaz, más entregado, más genuino.
Sin que nadie se enterara, empezó el encuentro del mensaje obstinado del hombre de Tepetitán, con las mayorías: la conciencia de los pueblos era tocada por palabras apasionadas, cargadas de sentido, que la movían y la ampliaban, y que provenían del andar sin descanso de ese hombre porfiado que creía en el poder invencible de la voluntad del pueblo. Era ese andariego que, con la voz del presidente Benito Juárez, no cesaba de repetirse a sí mismo, con el pueblo todo, sin el pueblo nada. En 2009 había terminado por vez primera su recorrido por todos los municipios del país. La confianza de los pueblos, tan herméticamente reservada, comenzó a fluir construyendo la idea colectiva de que ese hombre podía ser un luchador verdadero, que pelearía con la bandera por el bien de todos, primero los pobres: era la creación de AMLO como líder indiscutible. En 2014 quedó constituido Morena; en la elección de 2015 obtuvo algo más de 3 millones de votos; en 2018, más de 30 millones, 10 veces más. La asombrosa revolución de las conciencias estaba en plena marcha.
El abrazo de las mayorías con Andrés Manuel fue un hecho histórico de primera magnitud. Nunca lo entendió la oposición prianista; no supo qué hacer con esa tremenda obra densa como una roca. No hizo nada más que negarla. Las cosas fueron peores para la oposición, porque el líder político indiscutido de las mayorías resultó además un gobernante con un empuje asombroso y una capacidad singular de realización: AMLO produjo realidades nuevas trabajando más horas que nadie cada día, para mejorar la vida de todos. Se propuso las tareas de Hércules y las llevó a cabo, profundizando más su liderazgo. Las oposiciones y su discurso, así, fueron borrados de la mente de las mayorías. Para el prianismo, la alternancia en el poder político se volvió desafiante incógnita. Las oposiciones están obligadas a reinventar el mundo de la A a la Z, y no son muy imaginativas.
Ai le va mi despedida. No moriré en la República Priísta. Por nada se puede estar más agradecido. Gracias, muchas gracias, Presidente. Espero que La Chingada le sea placentera, y los tamales de chipilín lo acompañen con frecuencia. Sé que la gran mayoría del pueblo mexicano siente por usted amor del bueno, agradecimiento intenso, algún reproche porque ya no lo tendremos en nuestro cada día. Lo extrañaremos sin parar. Los recuerdos de estos años con usted en Palacio Nacional serán de sonrisas y gratitud; los recuerdos de estos años, con usted por los caminos del sur, serán gozosos.