Jaime Ortega*/La Jornada
A Heberto Castillo y sus seguidores del Partido Mexicano de los Trabajadores les gustaba decir que había que “nacionalizar la revolución”, porque, en un prejuicio extendido, las izquierdas socialistas y comunistas eran más afines con paradigmas extranjeros. Revisando los testimonios de 1968 se encuentra una idea similar: la izquierda mexicana sabía mucho de Lenin y poco de Rubén Jaramillo. En las palabras de Taibo II, los núcleos de militantes eran extranjeros en la historia.
Sin embargo, ello puede matizarse. Las izquierdas mexicanas buscaron constantemente aliados en el pasado y entre el cosmos de los íconos a los que se recurrió, destacó su comprensión de la obra de José María Morelos.
El forjador del Congreso de Chilpancingo fue convocado por la izquierda a lo largo de varias décadas. De los comunistas a los nacional-revolucionarios, el cura representó un símbolo ético y político. Con sus limitaciones y deficiencias, en ocasiones en medio de persecución y represión, las izquierdas buscaron comprender la genealogía revolucionaria de la que consideraron hacían parte: es decir, pretendieron ubicarse como parte de la historia nacional.
Morelos era el artífice de la búsqueda por la igualdad y de una visión progresista de la relación con la tierra, por lo cual se le consideró en vínculo con Emiliano Zapata. Sería difícil asociar a un momento específico esta manera de reconstrucción en clave revolucionaria la historia nacional.
Para el caso de las concepciones marxistas es muy claro que la obra de Rafael Ramos Pedrueza representó un hito. En una conferencia en 1929 y publicada por el entonces Departamento del Distrito Federal comenzó el culto a Morelos desde la izquierda.
En esa alocución, el historiador, militante y diplomático demarcó el aspecto esencial que fue vigente hasta la década de 1960 dentro de las filas de aquella identidad política: Morelos era el precursor de la perspectiva del socialismo en México. Por tanto, dicha corriente no es una ideología externa o importada, sino producto del arraigo de las luchas del pueblo. El segundo lustro de la década de 1930 aceleró esta apropiación de las figuras de la Independencia, alentadas tanto por la educación socialista como por el impulso del gobierno del general Cárdenas.
En esta década encontramos en la prensa comunista –El Machete– numerosas referencias a Morelos, reproducciones de sus textos y grabados que lo ligan a la política del Frente Popular. En términos de una estética política el comunismo mexicano de la época plasmó a Morelos en sus impresos como el artífice de la soberanía nacional y la soberanía popular. Además, en la pluma de historiadores como Alfonso Teja Zabre o por comunistas como Hernán Laborde o Miguel Ángel Velasco, Morelos quedó ligado a la búsqueda por la independencia nacional y la conquista de la tierra.
La década de 1940 continuó con esta vinculación, con un añadido: Morelos apareció en la prensa comunista convertido en aliado contra el fascismo. En la interpretación de los comunistas, Morelos era el adalid contra los sinarquistas, versión mexicana de la ideología conservadora europea. El Morelos que aparece en La Voz de México contuvo esta carga de lucha contra la reacción más furibunda, en una época marcada por la “unidad nacional”.
No es casual que en diciembre de 1946 los comunistas homenajearan al mismo tiempo a José Stalin y a Morelos en un acto conducido por Carlos Sánchez Cárdenas. De igual forma, el núcleo de los excluidos del PCM en 1940, entre ellos Valentín Campa, nombró a su organización “Círculo Morelos”. Éstos, junto con otros expulsados de la organización, formaron el Partido Obrero-Campesino en los 50, organización que expresó con vehemencia que la idea del camino al socialismo era el de la “revolución mexicana”.
Morelos se estableció como firme predecesor en este conjunto, pues se le presentó como decidido enemigo de los explotadores capitalistas, así como emblema nacional. En las páginas del periódico partidario Noviembre, intelectuales de la talla de José Mancisidor insistieron en que Morelos era una figura de la izquierda. En esos años René Avilés, del PCM, le dedicó un libro entero acompañado de los grabados de Francisco Mora y contó en su diario de viaje Las Estrellas Rojas que al insurgente lo homenajeaban los niños de la URSS.
Para la década de 1960 la izquierda era más plural y con ello los comunistas fueron acompañados de otras corrientes. En los actos de fundación del Movimiento de Liberación Nacional, en 1961, se postraron enormes efigies de Morelos y de Zapata. En el congreso campesino de Parral de 1963 es la figura del cura la que posa encima del presídium donde se encontraba Arturo Gámiz, Pablo Gómez, Álvaro Ríos y Judith Reyes.
En los actos de apoyo organizados por la Sociedad de Amistad con China Popular las imágenes de Hidalgo y Morelos flanqueando a la de Mao Tse-Tung. En Puebla, un grupo encabezado por Enrique Cabrera asumió el nombre “Círculo de Estudios José María Morelos y Pavón”, en tanto que Genaro Vázquez Rojas en las montañas de Guerrero, nombró a su base “campamento guerrillero José María Morelos”.
Es posible decir que las izquierdas mexicanas estuvieron lejos de rendir tributo exclusivo a Marx o a Lenin en tanto íconos de la transformación. Construyeron desde la década de 1930 una comprensión de la historia de la nación bajo el entendido de que el socialismo no era ni exportación ni imposición, sino una tendencia propia del pueblo mexicano en busca de la soberanía y que el cura independentista había sido un precursor de la lucha contra la desigualdad.
El que mejor sintetizó el espíritu de la gesta de Morelos en la clave descrita fue el poeta Carlos Pellicer cuando escribió “Imaginad: una llamarada en almacén logrado por avaricia y robo. Eso es Morelos”.
*Investigador