Vilma Fuentes/La Jornada

La celebración del 12 de diciembre a la Virgen de Guadalupe en París vuelve, este año, a la catedral de Notre Dame, después de la ausencia debida al incendio que sufrió hace cinco años, en abril de 2019, esta joya arquitectónica medieval.
Estos festejos a la Virgen mexicana tienen lugar cada año desde fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando le fue consagrada una capilla en un altar lateral. Esta celebración reúne a cientos de mexicanos en la nave de la catedral. Cabe señalar que su número aumenta año tras año, al extremo de preguntarse sin ironía de dónde salen tantos compatriotas en la ciudad de París.
Este año, la fiesta a la Virgen de Guadalupe cobra una significación especial debido a la apertura, después de verse cerradas durante poco más de cinco años, de las gigantescas puertas de la catedral de Notre Dame, labradas por verdaderos orfebres como sus muros en el exterior y el interior. Los toquidos dados a estas puertas por el arzobispo de París, durante la reinauguración de la catedral, no pudieron dejar de recordar los llamados a la puerta por los peregrinos en busca de posada para albergarse.

La celebración de la Guadalupana se distingue de otras ceremonias de la Iglesia católica a causa de su carácter muy mexicano: la misa es acompañada por la alegre música de los mariachis que cantan Las Mañanitas a la Virgen morena. La piel de Nuestra Señora de Guadalupe tiene un tinte de bronce como la epidermis de los mexicanos. Tinte de la raza cósmica, según la terminología de José Vasconcelos, o quinta raza, la cual es resultado del mestizaje de las otras.
Puedo afirmar sin exagerar que la capilla de la Virgen de Guadalupe en la catedral de París tiene el altar con mayor número de veladoras. Para confesar mis malos pensamientos, debo decir que la tarde del 15 de abril de 2019, al escuchar que Notre Dame ardía, pensé que las llamas podían haberse iniciado en este altar a causa de los innumerables cirios que los mexicanos encienden en honor a ella.
Ahora, cinco años después, la asistencia de mexicanos y latinoamericanos al altar de Nuestra Señora de Guadalupe en la catedral parisiense de Notre Dame se presenta más que numerosa, como si los fieles a la Virgen quisieran así resarcirse de los años de ausencia obligada.
Cabe recordar en estas fechas que el relato de la aparición de la Virgen se encuentra en un antiguo manuscrito, el Nican mopohua, redactado en lengua náhuatl hacia 1550. Respecto al origen de la palabra Guadalupe, existen varias hipótesis. La más aceptada es que provendría del árabe wadi al-lub, término que se traduce por río de lobos o río de las escondidas. Según otras hipótesis, provendría del árabe oued el houb, río del amor. Sin embargo, en su versión mexicana, el origen se atribuye a la palabra náhuatl coatlallope: el que aplasta la serpiente.

La aparición de la Virgen fue transcrita por Antonio Valeriano (indígena culto que enseñaba en el colegio franciscano de Santa Cruz de Tlatelolco) al náhuatl reformado en el Nican mopohua, literalmente libro que cuenta, texto fechado entre 1540 y 1560.
A pesar de las dudas, las cuales son legítimas cuando de milagros y apariciones se trata, la fe en la existencia y la bondad de la Virgen de Guadalupe es compartida por millones de creyentes en América Latina y otros lugares de habla española. Hoy, la hermosísima catedral de Notre Dame de París no abre en vano sus puertas: la fila de fieles y, ¿por qué no?, de no creyentes pero curiosos se extiende día y noche a las puertas y en los alrededores de la iglesia en espera de penetrar, al fin, de nuevo a la nave amarrada en el río Sena.
Fluctuat nec mergitur, divisa de la ciudad de París, significa: Es golpeado por las olas, pero no se hunde. Palabras que iluminan la historia de París y le dan su profundo sentido. Cierto: entrar en esta ciudad es embarcarse. El viaje es largo, pero vale la pena. París bien vale una misa, ¿o no?