Origen y causas de aquélla revolución


Luis XVI

Lo de Francia; de nobles, intrigas e impuestos…     (balazo)

Reportajes Metropolitanos

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

Más parecido a su madre alemana y a su abuela polaca que a sus progenitores franceses y borbones, Luis XVI era un joven príncipe de veinte años de edad de parecer físico semiatletico, alto, corpulento, pero con Antonieta exigió reducir a ochenta personas la servidumbre para una niña de dos meses, en tanto que la de cada uno de los hermanos del rey alojados también en Versalles pasaba de 600 entre guardias y criados.
Tal era el estado que guardaba el Palacio en esa época para cuidar a sus Astros y su Sol: el conde de Artois, el conde de Provenza, María Antonieta y Luis XVI. En cambio, Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu, define a un noble francés de su época como “uno que tiene antepasados y está cargado de deudas y de pensiones”, invoca Calderón.

La nobleza abandonó al rey de la manera más cobarde. Éste había perdido conciencia del deber y olvidado a lo que lo obligaban sus privilegios.
Incluso la reina se refería a su marido el rey como un pobre hombre. Aunque pobre de cacumen, el rey comprendía perfectamente la situación y trataba de rodearse de ministros que entendieran de negocios. Su problema principal era como acabar tanto con el déficit actual como con el acumulado por los dos reinados anteriores. Deseaba reorganizar interiormente el país, reglamentar el comercio y abolir el feudalismo.
Pero para lograrlo, había que imponer nuevos impuestos y mejorar el reparto de los antiguos, así como y dar esperanzas de que todos estos impuestos ayudarían a solucionar los conflictos. Preparados por la filosofía de aquel siglo entusiasmaron los proyectos de dos ministros de hacienda que en su momento llegaron a ser inmensamente populares y que el rey favoreció hasta el punto de darles gran poder. Anne Robert Jacques Turgot, barón de L’Aulne, más conocido como Turgot y Jacques Necker.
Uno partidario del libre comercio sin trabas, y el otro decidido estadista, inclinado a intervenir los precios y regular la oferta y la demanda. Al parecer, ambos fueron honestos, honrados, tenaces, inteligentes y generosos. Turgot esperaba que, sin regular el comercio, habría abundancia natural de harinas y granos.
En ese tiempo, la mitad del presupuesto de una familia de obreros era para pan, pero, como siempre, surgieron los monopolizadores y las malas cosechas y fallas de la economía, el producto se encareció y se generó lo que se llamó la guerra de las harinas por lo que Turgot tuvo que dejar el puesto. Lo sucedió Necker, un ginebrino calvinista sólo medio francés. Gracias a un artículo que publicó sobre el comercio de trigos que le dio fama de supereconomista, los ministros empezaron a consultarle y en 1776 el rey le llamó para suceder a Turgot.

Biblioteca de Luis XVI

EVITAR LA REVOLUCIÓN

Era incorruptible y de costumbres irreprochables. Su tratamiento fue combinar su economía con la de Turgot mediante unos empréstitos colosales. La estrategia no era mala, y por eso duró en el cargo más que Turgot. De no haber habido otros problemas políticos y sociales que resolver al mismo tiempo, acaso se hubiera evitado la revolución. Otros ministros comprendían que eran sólo paliativos para ganar tiempo y proponían otros remedios.
Como la división de Francia en provincias con asambleas regionales y municipales que hubieran acabado por producir una entera reorganización del reino. Nos recuerda Calderón Ramírez de Aguilar que en esa época Francia era una monar De entre los nobles únicamente descollaba el Márquez de La Fayette, que contaba con el prestigio que le daba su romántica intervención en la revolución estadounidense. Algunos nobles eran personas cultas y, por separado, cada uno hubiera aprobado las reformas, pero reunidos y en la práctica, no estaban dispuestos a sacrificar sus privilegios. La nación presenciaba dicho experimento con maligna curiosidad.
La realidad era que Calonne deseaba era obtener más recursos mediante impuestos con un fantasma de representación nacional y vociferaba de las canonjías anteriores. Algunas voces decían que “Es un ultraje a la nación tratar de cambiar el régimen sin convocar un Parlamento donde estaría representado el brazo popular».

MarÌa Antonieta

EN CUESTIONES  DE IMPUESTOS

De ahí surgió la terrible sentencia por parte del procurador de Aix que decía que “Ni esta asamblea de notables, ni otras asambleas parecidas, ni aun el rey, pueden imponer este impuesto territorial. Únicamente tendrían derecho a hacerlo los Estados Generales o Parlamento general de todo el reino, elegido por el pueblo”. Jurídicamente, el procurador de Aix tenía razón: la monarquía absoluta había usurpado derechos a los que nunca había renunciado la nación. La Fayette propuso que posteriormente se convocara a una Asamblea Nacional.
El nombre era insólito. Se le preguntó si lo que quería decir eran los Estados Generales, y contestó, “Si mis señores, y hasta algo más que esto”. La Asamblea de Notables terminó sus sesiones el 25 de mayo. No había durado ni medio año y acabaron por declarar que se confiaban al buen juicio del rey para decidir sobre los impuestos.
En una palabra, abdicaban de un poder que podían reclamar o conquistar entregándose de pies y manos a la majestad real, con lo que justificaban el absolutismo borbónico. Estos son los antecedentes importantes de la revolución que es necesario conocer para entender la absoluta incompetencia de las clases privilegiadas.

Es interesante decir que los escritores reaccionarios atacan a los sin calzones, a los descamisados, a los rotos, al pueblo, al tercer Estado o brazo popular. Parecen decirnos que hay que precaverse contra los de abajo que son como bestias feroces en los motines y degollinas de la revolución. Olvidan cuanto mal causaron los de arriba por su testarudez e ineptitud.
En realidad, una revolución no es el paso de un régimen a otro régimen, es el paso de un sistema de gobierno a la anarquía. Y de la anarquía tiene que nacer un nuevo régimen porque el antiguo no tiene vitalidad para reformarse gradualmente.

Carlos Ravelo Galindo, afirma:

En realidad, una revolución no es el paso de un régimen a otro régimen. Es el paso de un sistema de gobierno a la anarquía. Y de la anarquía tiene que nacer un nuevo régimen porque el antiguo no tiene vitalidad para reformarse gradualmente. Esto es simplemente lo que ocurrió en Francia.  Nos recuerda nuestro amigo Fernando Calderón Ramírez de Aguilar –que afortunadamente se recupera de un mal cardíaco—que Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau, expresó que del caos tranquilo se pasa al caos agitado y empieza la creación. Por fin, mediante un decreto real, en 1788 la Corte convoca a los Estados Generales. Nadie sabía a ciencia cierta lo que habían sido o lo que debían ser.
No habían sido convocados por casi dos siglos. Se llamó a los notables para que aconsejaran sobre el asunto y se fijó el número de mil 200 diputados, 600 de los cuales pertenecían al brazo popular, 300 a la nobleza y 300 al clero. El abate Emmanuel-Joseph Sieyès publicó un librito titulado Lo que es el tercer Estado, o sea, el brazo popular, en donde se plantea “¿Qué es el tercer Estado?, ¡lo es todo!; ¿qué ha sido hasta ahora el gobierno?, ¡nada! Si se eliminaran de la nación las clases privilegiadas, ¿el Estado en lugar de perder, ganaría?
Los nobles forman un pueblo aparte dentro de la nación. Con ese catecismo se hicieron las elecciones y el 5 de mayo de 1789 se reunieron los Estados Generales en Versalles, fecha que se recuerda como el inicio de la revolución, cuando en realidad comenzó con la Asamblea de notables. En que se inician los desórdenes.

Con la costumbre medieval, los diputados tenían que aportar un cahier (cuaderno) de los abusos y proponían mejoras. Es interesante leer los cahiers del brazo popular, los de la nobleza y los de la clerecía, ya que las diferencias son claras y ostensibles. Reflejan sus necesidades y las diferencias de mentalidades. El 15 de junio, el brazo popular se constituyó en Asamblea Popular y se juramentó para no separarse hasta dejar elaborada la nueva constitución del reino.

Márquez de La Fayette

DIPUTADOS DEL PUEBLO
Este famoso juramento se celebró en el Trinquete de Versalles y recibió el nombre de Juego de Pelota. En lugar de producir escándalo, las extralimitaciones del brazo popular recibían envidia, y cada día, abates y hasta nobles, desertaban de su grupo para agregarse a los diputados del pueblo, cosa que no ocurría con la mayoría de los integrantes del clero y la nobleza.
No hubo más remedio que ceder, y el 27 de junio el rey autorizó la unión de los tres estados y reconoció el hecho consumado de la Asamblea Nacional. Así, las turbas saqueaban el 14 de julio de 1789 el Hospital de los Inválidos y con las armas encontradas asaltaban La Bastilla, que como fortaleza protegía el costado oriental izquierdo de la ciudad de París, y símbolo del poder real.
Al enterarse, el rey dijo “pero esto es un motín”, a lo que François Alexandre Frédéric de La Rochefoucauld, duque de Liancourt, luego duque de La Rochefoucauld, replicó: “No sire, es una revolución”. Este mismo noble propuso la liberación de los siervos. El arzobispo de Aix la abolición de la gabela (tributo, impuesto o contribución), y el obispo de Uzes pidió la nacionalización de los bienes del clero.
La constitución aprobada por la Asamblea Nacional (que se llama de 1791), estuvo en vigor sólo un año y nunca fue aplicada, pero quedó como un estupendo modelo. Abolía los títulos y ordenes de nobleza, prohibía la venta de cargos públicos y disolvía los gremios y asociaciones que monopolizaban el comercio, impedía los votos religiosos, declaraba el matrimonio un contrato civil y reconocía el divorcio.
La soberanía residía inalienablemente en la nación, pero se podía delegar su ejercicio en un cuerpo legislativo. Se discutió la conveniencia de dos cámaras como ya sucedía en Inglaterra o en Estados Unidos de América, pero prevaleció la idea de una Asamblea única que tendría 745 diputados.
Libre de sus fronteras interiores, Francia se dividió en 85 departamentos. Al rey se le llamaba Rey de Francia por la Gracia de Dios y la Voluntad Nacional. No podía proponer medida alguna y su veto era sólo suspensivo.
Podía elegir a sus ministros cuyos cargos eran incompatibles con los de diputado y sólo debían informar cuando asistían de los asuntos a su cargo. El rey juró la constitución con su familia rodeado del pueblo y de la guardia nacional.
En la nueva Asamblea Legislativa predominaban dos grupos: los girondinos, representantes de la alta burguesía, y los jacobinos, apoyados por los montañeses y el pueblo. Esta Asamblea aprobó dos leyes por las que se castigaba con la perdida de bienes y otras sanciones a los nobles emigrados y al clero que no había querido jurar la constitución. En realidad, estas leyes eran una provocación, casi una trampa, que los girondinos ponían a Luis XVI.

Maximilien Robespierre

El rey las vetó y lo declararon enemigo de la nación; la reina fue Madame Veto por haber aconsejado al rey que lo hiciera. Los caudillos del partido jacobino, Georges-Jacques Danton y Maximilien Robespierre, los dos genios más revolucionarios de Francia, fueron elegidos en el Consejo Municipal de París, o sea, la Comuna, que poseía grandes recursos.
Y como podían conspirar impunemente, iniciaron el primer levantamiento popular el 20 de junio de 1792. Tacharon al rey de culpable de todos sus males. El levantamiento no resultó como esperaban, ya que el rey fraternizó con los insurrectos, que en su mayoría eran los descamisados, y para el pueblo de París era más divertido platicar con los reyes que asesinarlos. La siguiente insurrección no vino por sorpresa.
La Corte y la Asamblea conocían los propósitos de la Comuna. Reunieron tropas en Palacio de Las Tullerias para proteger a la familia real. El rebato, repicar de las campanas desde la media noche, y el grito del populacho desencadenado desmoralizó a Luis XVI, quien decidió no luchar.
Se refugió en el local donde deliberaba la Asamblea. Las turbas invadieron Las Tullerias, degollaron y martirizaron a guardias y servidores. En septiembre continuó la degollina y la invasión a las cárceles. Los jacobinos de la Comuna enviaban mensajes a la Asamblea para votar la deposición del rey. Se aceptó la propuesta de los girondinos (que aún eran monárquicos) declarar al rey en suspenso y pasara a ser el preceptor del delfín, o sea, el hijo del rey, solución que no satisfizo a los jacobinos.
Francia iba a elecciones forzadas y daba la impresión de una revuelta que predecía el próximo terror. Por la capital fueron elegidos Robespierre, Danton, Jean-Paul Marat, Camille Desmoulins, Jean-Marie Collot de Hérbois y Jacques Nicolás Billaud-Varenne. Los girondinos fueron reelegidos.
La Convención duro tres años y debía dar a Francia un nuevo pacto o contrato. Declararon abolida la monarquía. El segundo día se decretó que se datarían los documentos, es decir, se pondrían las fechas a partir del primer año de la República.

Francois Alexandre FrÈdÈric de La Rochefoucauld

MARÍA ANTONIETA A LA GUILLOTINA

La Convención declaró unánimemente que Luis Capeto era culpable de conspirar contra la seguridad general del Estado y fue guillotinado el 21 de enero del segundo año de la República en lo que hoy es la Plaza de la Concordia. Después del juicio del 16 de octubre, sin confesión, a la cual se negó, María Antonieta fue llevada en carreta y guillotinada con las manos atadas y mirando hacia atrás. La relación entre girondinos y jacobinos se hizo cada vez más áspera, hasta que en 1793 se consiguió la desaparición de los girondinos.
Éstos, demasiado intelectuales, se hubieran satisfecho con una república democrática. Danton fue guillotinado en abril del año siguiente. Robespierre fue ejecutado en julio de 1794. Ese día fue abolida la Comuna. Los reinos europeos que trataron de ayudar a la monarquía no merecen ser recordados.
Sólo cabe mencionar que en la limpia y excelente ciudad de Lucerna en un sitio exprofeso existe un emblema grabado en la roca y rodeado de una fuente, que es un león herido, el cual magnifica gloriosamente a los 200 miembros de la guardia suiza que fueron acuchillados.
De los múltiples y variados lemas que surgieron durante la Revolución Francesa, sólo perdura lo que se será el lema eterno para la Francia libre y democrática: Liberté, égalité, fraternité (Libertad, igualdad, fraternidad). Don Fernando y el que escribe, coincidimos en que cualquier parecido o semejanza con las épocas actuales es pura coincidencia.

craveloygalindo@gmail.com