José Santos Valdés, un maestro cardenista


José Santos Valdés

Hallier Morales*/La Jornada

 

Alumnos de escuela rural mexicana de la posrevolución

El pasado 6 de octubre se conmemoró el 87 aniversario del reparto agrario en La Laguna y el 110 de la fundación de la División del Norte en la hacienda de La Loma, en Lerdo, Durango. Las figuras de Pancho Villa y Lázaro Cárdenas encarnaron una historia conectada a la cartografía lerdense. En ese pequeño rincón de la patria cobró notoriedad el profesor José Santos Valdés, heredero (señala en sus memorias) de una historia social de la región que lo vio nacer el 1º de noviembre de 1905, donde años adelante hasta los mezquites serían villistas, y donde el campesino encontraría en Tata Lázaro más que a un presidente, a un protector.

El cardenismo representa un periodo de interés para historiadores y académicos de distintas disciplinas, considerándolo el cierre de la Revolución Mexicana y el gobierno federal más controvertido de la historia moderna de México. Entre los rubros de mayor trascendencia se mencionan el educativo con la orientación socialista, el reparto agrario, la expropiación petrolera, de igual manera, la formación del nuevo Estado, caracterizado por su corporativismo. El siglo XX mexicano fue uno de sueños, utopías y revoluciones, de rebelión y justicia agraria, goznes sociales de una nueva cualidad política adquirida por los campesinos, educación, nuevos servicios, oportunidades para muchos y esperanzas para todos.

Lázaro Cárdenas del Río

En un principio, José Santos Valdés, igual que sus camaradas del Partido Comunista (PC), rechazó la educación socialista, considerándola un acto demagógico y contradictorio para aplicar en un país cuya estructura era capitalista y, por ende, su superestructura social, las instituciones, no podían ser más que afines a su base. Por otra parte, al estudiarla con cuidado, supo leer el momento político e histórico e identificó elementos de valiosa cuantía que permitirían, con la protección del Estado, hacer ambiente en favor de un sistema económico socialista, inspirado por la Constitución nacional, principalmente por sus artículos 3, 27 y 123. Su adhesión se argumentó porque la nueva orientación permitiría difundir la teoría revolucionaria mexicana, la del socialismo científico y la filosofía del materialismo dialéctico; así como ayudar, iniciar, promover, la organización de los trabajadores en el campo y la ciudad; participar en las luchas populares en favor de mejores salarios, contra la carestía, los caciques e iniciar a niños y jóvenes en estas luchas; difundir la poesía, la música, los coros y canciones revolucionarias.

José Carlos Mariátegui

En 1935 nuevamente el ambiente internacional dio tumbos al PC, puesto que se adoptó la política de los frentes populares.

Ya no sería la socialdemocracia el enemigo a vencer, sino el fascismo galopante en Europa que asediaba al proyecto soviético al tocar sus puertas. Valdés, al tanto del ajetreo internacional, se adelantó a los resolutivos comunistas. En 1934, radicado en Tamaulipas, reconoció en Motivos de la educación socialista las bondades inmediatas y mediatas de la educación socialista para gestar reivindicaciones políticas y mejorar el plano económico de obreros y campesinos; no obstante, confesó que su relación con el partido estaba fría por tal posición.

Al igual que José Carlos Mariátegui, Valdés se afirmaba en la posición pedagógica que estructura los discursos populares de la clase obrera, pero sobre todo, de una intelectualidad con acento nacionalista emergente de los maestros. Su adhesión decidida al proyecto cardenista se explica porque ahí encontró causas precisas de defensa de la nación ante las oligarquías nacional y extranjera con la expropiación petrolera y el reparto de tierras, lo que daba credibilidad a las promesas revolucionarias que los campesinos y trabajadores habían previsto desde el inicio de la lucha en 1910.

Tomás Garrido Canabal

Hombre austero hasta parecer puritano, maestro con dotes de intelectual, cualidades que lo presentaron como educador revolucionario, siempre congruente basado en la máxima de que el verdadero educador del hombre es el trabajo, la práctica hace al maestro, el hábito perfecciona su trabajo y la disciplina garantiza su eficiencia.

Constante en su inclinación, denunció la intolerancia religiosa como un crimen atroz que manchaba la dignidad humana y su organización democrática, la misma intolerancia expuesta en violencia por disentir frente a la otredad tanto por las acciones estilo Garrido Canabal, como por las muertes de maestras rurales en la geografía nacional a manos de cristeros. Una de sus Bayonetas caladas sintetiza su actuar: “Es verdad que no tengo espíritu religioso, pero eso no me convierte en enemigo de los que lo son […] me acerco o me alejo de los hombres no en razón de sus ideas, sino de sus obras […] ¿estamos?”

Pancho Villa

En el 118 aniversario de su natalicio su palabra sigue alumbrando. El 3 de septiembre de 1953, siendo director de la Normal Rural de San Marcos, Loreto, Zacatecas, escribió versos premonitorios en el poema “Quiero”: “No quiero que mis sueños como nubes / cambiantes, se deshagan. / Los quiero firmes, / en mis obras asentadas. / Tercos, duraderos, / como rocas, / los embates de los vientos / y las lluvias desafiando. / Quiero vivir mis horas sostenido, / por la firmeza del hacer continuo; / quiero volcar mis sueños convencido de que en otros corazones van cayendo. / Sólo así mi realidad corpórea / y mi alma –llena de sueños, /de entusiasmo llena– / han de bajar tranquilas a la tumba”. Manifiesto de un educador libertario, del maestro cardenista que hizo del propio ejemplo su mejor forma de enseñanza, transformando la realidad sin importar lo duro de la faena.

*Doctor en historia y autor del libro La semilla en el surco: José Santos Valdés y la escuela rural mexicana (1922-1990)