El diluvio: Los sismos y los infiernos


Juchitán, Oax. septiembre 7 de 2017

“Vivimos con la sospecha del gran sismo agazapado en las cavernas del subsuelo”.

Fatal coincidencia de movimientos telúricos en la Ciudad de México tras 32 años.

Falsedad de un frase común: nunca un rayo cae dos veces en el mismo sitio, pero sí puede haber un  sismo intenso

Rafael Cardona

La voz suena dolida y quebrada.

–Hermano, no puedo regresar, Las cosas aquí en Oaxaca están peor de lo imaginable. Ya son 200 los municipios donde se han registrado afectaciones, esto le ha pegado a la cuarta parte de la población del estado y va para peor la contabilidad. Es una desgracia de años, años para reconstruir, para volver a hacer lo precario y lo endeble y lo frágil.

“No se cómo lo vamos a hacer.”

La llamada se cortó. No era necesario decir nada más. El silencio a veces abruma con su elocuencia. Leo del “Diario del Istmo”.

“De las 11:00 a las 12:07 horas de este sábado se registraron cuatro sismos en Oaxaca, una de las entidades más afectadas por el terremoto del 7 de septiembre.

“El Sistema Sismológico Nacional (SSN) los clasificó de moderados y especificó que ocurrieron en la región del Istmo de Tehuantepec.

“Los más recientes, ambos a las 12:07 horas, uno al sur y otro al suroeste de Salina Cruz, indican sus registros, fueron de magnitud 5 y 5.2.

“Con magnitud de 4.3, otro aconteció a las 11:00 horas en el mismo Municipio.

“A las 11:13 horas, en Pinotepa Nacional tuvo lugar otro movimiento telúrico de magnitud 4.3 y con profundidad de 5 kilómetros.

“Mientras tanto, el de mayor intensidad, ocurrido a las 9:18 horas, tuvo una magnitud de 5.5 y se suscitó a 56 kilómetros al sur de Salina Cruz, con una profundidad de 11 kilómetros.

“El SSN indicó que a partir del sismo registrado el 7 de septiembre se han contado 2 mil 55 réplicas.
Las entidades de mayor actividad sísmica a nueve días del terremoto, refirió, son Oaxaca, Chiapas y Guerrero”.

Ahora parece ser, con la inevitable evocación de lo ocurrido en 1985, el septiembre de los sismos.

Pero además de la información de los diarios, el registro sísmico nos dice lo registrado el domingo, mientras en la Asamblea Legislativa se hablaba y se informaba de los 5 años de Miguel Ángel Mancera:

“El 17 de septiembre de 2017 a las 12:33:59 hrs. (hora local) el sasmex® detectó un sismo inicialmente en 6 estaciones sismo sensoras, que  no ameritó aviso de alerta a la ciudad de México porque la energía del sismo en desarrollo, permitió pronosticar un efecto sísmico menor en la ciudad”.

Pero la verdad vivimos con la sospecha del gran sismo agazapado en las cavernas del subsuelo. No sabemos cuándo ni con cual horario, si por la noche o la mañana, pero en uno de estos días la sacudida nos puede mandar a todos al valle del más allá, como dicen los habitantes de California con un macabro sentido del humor.

Juchitán, el municipio con más daños por sismo

Hoy de los sismos del 85 y hasta estos recientes tan lejanos, nos quedan el recuerdo y la anécdota. Y bien si así sucede pues en el año de 1985 hubo miles cuya memoria se murió con ellos y cuyo recuerdo no es sino una leve referencia en la contabilidad de los cinco, seis mil o más difuntos.

–¿Cuánta gente murió en esta ciudad en l985? Nadie lo sabe. El único dato cierto, oficial, comprobable, cuantificable con evidencia física fue el número de actas de defunción levantadas en el Registro Civil. Lo demás son  leyendas urbanas.

El desastre ya tiene acta.

“La Secretaría de Gobernación (Segob) publicó ayer la Declaratoria de Desastre Natural por la ocurrencia de sismo en 283 municipios de la entidad, en el Diario Oficial de la Federación, lo que significa que la mitad del territorio oaxaqueño sufrió daños en viviendas, servicios básicos y vías de comunicación por el temblor.

“El pasado viernes 8 de septiembre la Coordinación Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación emitió una Declaratoria de Emergencia Extraordinaria para 41 municipios de Oaxaca por el sismo de magnitud 8.2 con epicentro en el municipio de Pijijiapan, Chiapas.

“Sin embargo, seis días después aumentó en 242 el número de municipios afectados por el sismo, mismos que podrían obtener recursos del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden), si el gobierno del estado aporta el 50 por ciento de los recursos necesarios para la reconstrucción y edificación de viviendas.

Ciudad de México septiembre 19 de 2017

“La declaratoria tiene por efecto acceder a los recursos del Fondo de Desastres Naturales, de acuerdo con lo dispuesto por la Ley General de Protección Civil y   su Reglamento, así como las reglas generales.

“El fondo es un instrumento interinstitucional que tiene por objeto ejecutar acciones, autorizar y aplicar recursos para mitigar los efectos que produzca un fenómeno natural perturbador, en el marco del Sistema Nacional de Protección Civil.

De acuerdo a las Reglas Generales del Fondo de Desastres Naturales la Segob y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), suscribirán un convenio de coordinación con cada una de las entidades federativas, en el que se acordarán los términos generales para la ejecución de obras y acciones de reconstrucción de infraestructura estatal…”

Pero el infierno apenas empezaba:

Todavía se prolongaba en el aire el lamento de los clarines y el redoble enlutado de los tambores militares en la evocación de los muertos, en el memorial Zócalo de cenizas, cuando ya la burocracia festejaba entre chacotas y bromas, en el tono frecuente de sus ocurrencias previsoras,  el “magno simulacro” con el cual se conmemoraría la tragedia de 1985 y de paso se le colgarían  medallas a la previsora “cultura” de la Protección Civil.

Dos horas más tarde la tierra se sacudió como quien alza un mantel de mesa terminada, y entonces la realidad sustituyó a la simulación.

Quizá muchos hayan tomado en serio eso del ensayo ante un sismo previsible, pero la naturaleza, reacia a la  lectura de los boletines y dictámenes oficiales,  y sin redes sociales para determinar la oportunidad de sus estremecimientos, tiró edificios en varias zonas de la ciudad y mató no sabemos a cuántos, y nos recordó lo frágil de nuestra circunstancia ante los terremotos y fenómenos imprevisibles.

Ni las alertas ni los simulacros sirven para otra cosa como no sea el anecdotario de lo inútil, cuando el ramalazo llega, llega y si es de dimensiones gigantescas (como por fortuna no fue en esta ocasión, sin bien grave, lejana de los cinco o seis mil muertos), poco se puede hacer. Muy poco.

México, D.F. septiembre 19 de 1985

Imposible determinar la duración y el momento de un terremoto. Posible, sí, prever sus consecuencias mediante un  procedimiento técnico de alta seguridad: construir mejores edificios, más ligeros, más seguros, más estables  para resistir estructuralmente su asiento en una zona de sismicidad elevada, como todos sabemos de esta desde hace muchos siglos.

Hoy conocemos la falsedad de otra frase común: nunca un rayo cae dos veces en el mismo sitio, pero sí puede haber un  sismo intenso, (tanto como para estimular los dedos de Trump en su cuenta de tweeter en el envío de una falsa solidaridad) en la misma fecha de otro de mayores dimensiones, de gravísima condición destructiva.

Las imágenes iniciales recuerdan el 2015.

La polvareda en torno de los cascotes destrozados, la extraña geometría de la destrucción, el amontonamiento de los prismas irregulares de lozas, columnas y puntales; la fractalidad de casuales escombros y cascajo.

Y quizá, lo peor, las personas atrapadas debajo de ese apilamiento de piedras y ladrillos y cemento partido, cuyos cuerpos no se ven pero sus lamentos se escuchan, hasta cesar en un silencio lúgubre, cuando se da el terrible caso.

“…Perdón por hallarme aquí contemplando

En donde estuvo un edificio

El hueco profundo

El agujero de mi propia muerte…”

Ahora no conocemos con precisión si ese poema de José Emilio Pacheco se puede escribir nuevamente tal cual.

No conocemos mucho de los muertos ni de los mutilados ni de los desalojados, pero de algo nos damos cuenta: la ciudad es desde siempre un asiento riesgoso, proclive a las inundaciones, los sismos y las tempestades; el aluvión, la tierra deslizada.

Suplica, con la palabra precisa, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, sálganse de los edificios, pero no les dice a los evacuados a dónde marcharse y no suelen ser las calles el albergue más seguro ni más perdurable pues hay gas fugado y fuego en los incendios y polvazales en el árido desierto de los derrumbes no invitan a nada, excepto a la fragilidad de lo fugaz, lo temporal sin  temporalidad.

El Presidente de la República, Enrique Peña, quien había acudido solemne a las siete de la mañana a rendir homenaje de memoria dolida a quienes murieron en los sismos del siglo anterior, y volaba para visitar a los afectados de los demás terremotos de Chiapas y Oaxaca y supervisar el auxilio; debe  regresar con  todo y su caravana de auxilio en favor de una atención inmediata a quienes han sufrido en esta ciudad por este movimiento de tierra.

Llueve sobre lo mojado y cuando no se sacude la tierra aquí, se estremece allá. El rayo cae dos veces sobre el mismo país.

No queda mucho por hacer, en verdad. Recuperar la calma y atender la emergencia. Actuar con diligencia en el nombre de la tan traída y exaltada solidaridad cuyo efecto es paliativo y esperanza.

Ahora como en los demás casos, el gobierno actuará hasta sus límites, los cuales por fortuna son amplios y cuando se quiere, fecundos. Reconstruir, mejorar, revisar estructuras y cumplir con las normas de resistencia en las construcciones. No se puede hacer otra cosa.

Los creyentes tiene un conjuro para estas ocasiones: rezan “La magnífica”. Otros oran por la compasión  y el auxilio de San Emigdio. Si a usted de algo le sirve, pues adelante.

Ixtaltepec, septiembre 7 del 2017