¡Terremoto!


Ari Salgueiro

El pasado fin de semana se cumplieron treinta años del terremoto que devasto la Ciudad de México y que marcó un antes y un después en la historia de la capital del país.

Antes del terremoto de 8.1 grados Richter, los capitalinos siempre vivieron ajenos a las grandes tragedias, en una ciudad si con problemas, pero con una cierta estabilidad que hacía casi impensable que hubiera algo que pudiera dañar realmente la famosa Ciudad de los Palacios.

Pero esa mañana de jueves se dieron cuenta de que la Ciudad de México no solo era vulnerable, sino también frágil.

Frágil en todos sentidos, no solo en su infraestructura, también en su dinámica social.

Con la caída de los edificios de las colonias Roma y Obrera también se vino abajo una manera de ser de los habitantes del Distrito Federal, la falsa seguridad en sí mismos se derrumbo y quedo sepultada bajo toneladas de escombros.

En principio se vivió un fenómeno excepcional, la solidaridad de la gente, que se volcó tratando de ayudar en las labores de rescate, gente que estaba dispuesta a trabajar incansablemente y también dispuesta a no dormir y hasta a remover con las uñas la tierra y los escombros para tratar de encontrar sobrevivientes.

Se ha hablado mucho de la solidaridad demostrada por los mexicanos en la tragedia, pero lo que ocurrió el 19, el 20 y todo el restante mes de septiembre de 1985, en realidad fue un fenómeno paralelo, pues ante la magnitud de lo ocurrido, la reacción parecía más un reflejo generalizado, una manera de enfrentar el shock producido por la inesperada catástrofe.

Parecía que las personas buscaban la manera de evitar pensar, en la medida de lo posible en lo que había pasado y que la mejor manera que encontraron de hacerlo fue trabajando sin descanso en lo que se pudiera.

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Claro, siempre es más fácil y rentable apostar al tema de la solidaridad y el buen corazón de los mexicanos cada vez que recordamos lo ocurrido ese fatídico septiembre. Sin embargo, lo que parece que la mayoría de la gente ha bloqueado de sus recuerdos es que apenas tres semanas después de la tragedia comenzaron los saqueos y la rapiña.

Si, el terremoto de septiembre tiene sus claroscuros y si también, es importante mencionarlos sobre todo para evitar las idealizaciones y sobre todo cuando se trata de tragedias reales.

Luego de ese 19 de septiembre vino un resquebrajamiento emocional de toda la sociedad defeña, todos de una forma u otra quedaron resentidos por lo ocurrido y quedo evidenciado el trauma de una sociedad.

Si, luego del sismo algo se fue echando a perder, por no decir pudriéndose en la esencia del Distrito Federal. Para muchos puedo estar exagerando pero no, pues de la tragedia surgió una nueva clase de capitalinos: los damnificados por el terremoto.

Fueron miles y miles los que vieron destruidas sus casa, muerta a parte de su familia o en el mejor de los casos, desalojados porque sus viviendas estaban a punto de derrumbarse.

Esos miles de damnificados formaron un ejército de resentidos sociales que se fueron diseminando, sobre todo por la periferia de la urbe, pues en muy raras ocasiones recibieron ayuda para obtener nuevas casas y tuvieron que alejarse, rumiando su coraje, a zonas en donde podrían levantar chozas para, por lo menos cubrirse de la lluvia.

Estos casos no fueron pocos, fueron muchísimos y hasta la fecha, treinta años después de la tragedia, no han sido solucionados.

Y curiosamente, de esas zonas marginadas, en donde estos seres encontraron un exiguo refugio, pero refugio al fin, es de donde salen muchos, si no es que la mayoría de los delincuentes que tienen asoladas distintas zonas de la ciudad.

Así que el tema no es sencillo y no se puede simplificar lo ocurrido el 19 de septiembre de 1985 a lo ocurrido ese día.

Todo tiene consecuencias y más cuando las cosas no se hacen bien, como es el caso de las autoridades que posteriormente nunca supieron hacer frente a la emergencia de manera adecuada sobre todo en lo que se refiere a satisfacer las necesidades de los afectados, quienes sieguen esperando satisfacción… o tomándola por su cuenta.

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