Será permanente la “crisis silenciosa” de educación en AL: Cepal


Escuela cerrada en la alcaldía Coyoacán, en la Ciudad de México, ante las medidas sanitarias por la pandemia. Foto Cristina Rodríguez / Archivo

Dora Villanueva / La Jornada

Ciudad de México. La pobreza y pobreza extrema en América Latina y el Caribe se mantienen por encima de lo registrado previo a la pandemia y encima se expande una “crisis silenciosa” en educación que afecta el futuro de las nuevas generaciones, “una cicatriz en los aprendizajes que no es un tema de tres, cuatro, cinco años, sino para el resto de la vida”, advirtió José Manuel Salazar-Xirinachs, secretario general de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

“La región aún no se ha recuperado del impacto catastrófico de la pandemia (…) se enfrenta a una crisis social prolongada que se refleja en un profundo retroceso en indicadores clave del desarrollo social”, dijo el funcionario en conferencia de prensa. Además de que una tercera parte de la población, 201 millones de latinoamericanos se mantendrán en pobreza al cierre de 2022, se proyecta que 82 millones, dos millones más que en 2021, estarán en la pobreza extrema.

La proporción de personas que estarán viviendo en pobreza extrema, sin los recursos suficientes para satisfacer al menos las necesidades básicas de alimentación, se calcula en 13.1 por ciento de la población, lo cual representa un retroceso de un cuarto de siglo para la región; mientras el desempleo, proyectado en 11.6 por ciento al cierre de este año, implica un retroceso de 22 años, con una mayor afectación entre las mujeres.

La recuperación de trabajo también es precaria, dado que siete de cada diez empleos han sido creados por el sector informal; mientras la desigualdad disminuyó levemente en la región y “hay que enfatizar la palabra levemente”, recalcó Salazar-Xirinachs. Luego de que en 2017 se detuvo la mejoría que se venía registrando en el índice de Gini desde 2002, empeoró en el primer año de la pandemia de coronavirus y en 2021 se situó en niveles similares a 2019, influido por las transferencias sociales.

Durante la presentación del Panorama Social de América Latina y el Caribe, el secretario general de la Cepal enfatizó que éste “se publica en un momento extraordinariamente crítico para la región y para el mundo” por la continuas crisis que se han sucedido, la más reciente en el incremento en el costo de bienes y servicios, derivado del conflicto geopolítico en Europa del Este.

En América Latina y el Caribe la inflación en alimentos pasó de 7.4 por ciento al cierre de 2021 a 11.9 en junio de 2022. En ese contexto las familias con menores ingresos son las más golpeadas por la caída en las remuneraciones reales de las personas, frente a lo cual el gasto en transferencias sociales ha ayudado a atenuar.

El riesgo político de todas estas crisis es que “se ha agudizado el malestar social”, en parte por la desigualdad, pero también por la pobreza, la insatisfacción no sólo en el ámbito económico sino con el deterioro institucional, explicó Salazar-Xirinachs. No son demandas nuevas, antes de la pandemia se venían registrando, amplió.

En esa amalgama de crisis, el secretario general de la Cepal enfatizó la educativa. Sobre una población de 0 a 17 años que cuenta con la mayor proporción de pobres, se encima “la cicatriz permanente” que dejará la pérdida de aprendizajes con el cierre de escuelas durante la pandemia, siendo América Latina y el Caribe la región del mundo donde esa media fue más prolongada.

América Latina y el Caribe cerraron sus escuelas en promedio 70 semanas, 29 más que el promedio mundial; y la permanencia en las aulas virtuales fue limitada por las desigualdades en el acceso a conectividad, equipamiento y habilidades digitales. Al ser la educación la “escalera eléctrica de la movilidad social”, eso afecta las perspectivas de mejora en desigualdad, expuso el secretario general de la Cepal.

“Los impactos de la pandemia en educación se suman a una crisis previa en inclusión y calidad educativa”, pero tras ella, el porcentaje de jóvenes de 18 a 24 años que no estudia ni trabaja remuneradamente aumentó de 22.3 por ciento a 28.7. “El déficit de estudios y atraso de inserción laboral afecta las trayectorias laborales y de ingresos a lo largo de la vida”, reiteró Salazar-Xirinachs.