Rulfo, un siglo de letras y luces


Con su antigua máquina de escribir creó mundos y personajes.

La cámara fotográfica le ayudó a captar realidades intemporales.

Su carácter introvertido no permitió que la fama subiera a su cabeza.

Agencias.

Hay escritores y escritores. Libros y libros. Los dos únicos que firmó Juan Rulfo en el campo de la ficción literaria fueron más que suficientes para que él trascendiera su momento e, incluso a su país, y se remontara, sin habérselo propuesto, a alturas poco imaginables cuando, queriendo crear una obra acaso respetable, pergeñaba sus primeros cuentos en su vieja máquina de escribir en los años cincuentas del siglo pasado. Era una Remington Rand Nº 17, también conocida como Modelo 17 o KMC. Negra, de hierro. 14,7 kilos. Un artefacto fabril del que salió una obra maestra: ‘Pedro Páramo’. Se conserva, sin tinta pero en buenas condiciones, en casa de Clara Angelina Aparicio Reyes, viuda de Rulfo.

Hablar de este autor en el centenario de su nacimiento es aludir a uno de los más importantes escritores latinoamericanos del siglo xx. Con sólo dos obras publicadas, el libro de cuentos ‘El llano en llamas’ (1953) y la novela ‘Pedro Páramo’ (1955), a los cuales habría que sumar un libro tardío de guiones cinematográficos denominado ‘El gallo de oro’, ha bastado para considerar a este tímido y callado escritor mexicano como un autor singular que, habiendo conocido en vida la fama, jamás permitió que ésta se le fuera a la cabeza y cambiara su apacible forma de ser.

RULFO introvertido y solitario

REFLEXIONES SOBRE EL MAGNÍFICO AUTOR

En el aniversario de su nacimiento este 16 de mayo, Jorge Zepeda,  académico e investigador de la obra del autor de «El llano en llamas» y «Pedro Páramo», reflexiona en un  artículo para BBC Mundo sobre la vida de Rulfo.

«Nada más objetivo que la lectura de Pedro Páramo para comprender la deriva actual de México», señala.

 

SU ENCUENTRO CON LOS LIBROS

El momento decisivo en la vida del escritor Juan Rulfo fue su temprano encuentro con los libros en la biblioteca del sacerdote católico Ireneo Monroy, depositada en la casa de la abuela materna de Rulfo en San Gabriel.

Retrató este pueblo en una de sus fotos más tempranas, tomada desde las alturas vecinas hacia finales de la década de los treinta. En los libros, Rulfo encontró la posibilidad de trascender el encierro a que obligaba la inestabilidad de esos años en que ocurrió la revuelta cristera

RULFO 1

ENORME OBRA FOTOGRÁFICA

En la fotografía, halló una manera de lidiar con la realidad, que le resultaba inasible desde el punto de vista de la escritura. Solía asociar ésta exclusivamente con la imaginación y con la táctica de insistir hasta que surgiera el personaje, al cual dejaría en libertad para desarrollarse.

En una época dominada por la búsqueda de la identidad mexicana, Juan Rulfo captó el drama posrevolucionario mediante una de sus facetas menos conocidas: la de fotógrafo.

El escritor jalisciense marcó un antes y un después en la literatura mexicana del siglo XX, ya que revolucionó la estructura narrativa y temática de la literatura en nuestro país y, asimismo, la posicionó a nivel internacional. De forma paralela a su labor literaria, su trabajo fotográfico fue germinando y la época más fructífera de esta faceta está ligada con la publicación de “El llano en Llamas” (1953) y “Pedro Páramo” (1955).

Su trabajo fotográfico fue expuesto por primera vez en 1960; posteriormente, la crítica ha encontrado una relación significativa entre la producción literaria y las fotografías. Diego Rivera comenta en una carta fechada el 24 de agosto de 1995 que la lente de Rulfo muestra las circunstancias de un México inquietante.

Las personas retratadas por él se han quedado sin la tierra, sin la identidad y sin la vida. Juan Rulfo realiza un retrato del México del siglo XX en su narrativa, tópicos como el paisaje campesino, la pobreza de los personajes y la decadencia se vuelven un patrón artístico en toda su obra.

Weselina Gacinska menciona en un artículo que las imágenes de Rulfo buscan, además de su función estética, impactar al espectador con la evocación de la pobreza e inocencia de sus protagonistas, así como con la información etnográfica que proporciona sobre las tradiciones, formas de vida y la vestimenta típica de esa época.

“El Llano en llamas” es una complicación de cuentos ligada íntimamente con las fotografías que, según Monsiváis, retratan un paisaje extraordinario sobre la vida que la revolución condenó a la muerte. Tanto la fotografía como la literatura muestran una identidad cultural nacional basada en descripción del campesino, la muerte y la vinculación con la tierra.

“Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes”. (“Nos han dado la tierra”, El Llano en llamas, 1953)
“Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas”. (“Es que somos muy pobres”, El Llano en llamas, 1953)

Asimismo, se observa la recurrencia de la fotografía nocturna, la dicotomía luz y oscuridad predomina en las imágenes. En “Pedro Páramo”, la descripción de Comala representa la esencia y la metáfora de la posrevolución jalisciense:

“Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche”.

En cuanto a la técnica se aprecia la recurrencia en fotografiar a sus personajes sin que se den cuenta, característica de la serie antropológica que busca captar a las personas de espaldas o sin mostrar su mirada. Margo Glantz lo denomina como fotografías sin foco. Las descripciones de los personajes también buscan resaltar los rasgos más relevantes como su vestimenta, su identidad, el dolor y las asimetrías de los cuerpos:

“Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal (…) – Pies planos – dijo el que le seguía -. Y un dedo de menos. Le falta el dedo gordo en el pie izquierdo. No abundan fulanos con estas señas.” (“El hombre”, El Llano en llamas, 1953)

rulfo gabriel garcia y rulfo

UN AUTOCRÍTICO FEROZ DE SU OBRA

Sólo daría cuenta de sus hechos, los relevantes para contar una historia. De ahí el carácter fragmentario de su narrativa, presente de manera principal en la novela Pedro Páramo, pero también visible en cuentos como «El Llano en llamas» y «El hombre», para tomar sólo un par de modelos de su libro publicado en 1953.

Para llegar a esa síntesis Rulfo estaba dotado de una autocrítica feroz, que lo llevaba a escribir de manera incansable durante las noches. Destruía casi en la misma proporción en la que escribía. Según testimonio de su hermana Eva, al asear la habitación de Rulfo en casa de su abuela paterna en Guadalajara encontraba hojas desechadas con textos que serían el fermento de su mundo narrativo.

La amistad con el escritor Efrén Hernández templó ese perfeccionismo y lo llevó por la ruta que lo conduciría a su primera novela, «El hijo del desaliento», la cual descartó por estar llena de retórica. Sobrevivió a la evolución de su estilo un fragmento, conocido como «Un pedazo de noche», publicado en 1959.

Efrén Hernández promovió sus primeras publicaciones. Éstas comenzaron a finales de junio de 1945 con «La vida no es muy seria en sus cosas». Esa primera etapa concluyó en 1951 con «¡Diles que no me maten!». Ambos aparecieron en páginas de la revista América, de la cual Rulfo también formó parte como miembro del consejo de redacción. En Guadalajara, en ese mismo 1945, Rulfo sorprendió a los animadores de la revista Pan al entregarles los cuentos «Nos han dado la tierra» y, meses después, «Macario».

La respuesta al libro «El llano en llamas y otros cuentos», que contenía siete de los ocho que Rulfo publicó en su momento en América ⎯además de ocho nuevos⎯ fue decisiva para refrendar su afiliación al Centro Mexicano de Escritores en un inmediato segundo periodo como becario en 1953-1954. Fue aceptado para escribir una novela cuyo germen comentaba en 1947 en carta a su entonces novia, Clara Aparicio.

Los cuentos fueron, desde ese enfoque, ejercicios narrativos para adquirir las habilidades necesarias con vistas a concretar una obra que inicialmente se titulaba «Una estrella junto a la luna», después «Los desiertos de la tierra», a continuación «Los murmullos» y que sólo al llegar a la imprenta recibió el nombre del protagonista, Pedro Páramo. En ella, Rulfo muestra cómo toda una cadena de hechos aparentemente inconexos en realidad tiene su origen en un episodio remoto que conduce a la destrucción de esa comunidad llamada Comala.

rulfo imagen captada por el escritor

VIRAJE EN SU CREACIÓN

La aparición de «El gallo de oro» en 1980 confirmó que Rulfo buscaba nuevos temas tras la publicación de «Pedro Páramo» en 1955. Su exigencia característica y la intención de no repetirse hacen de esa novela breve una muestra del rumbo que podría haber tomado la narrativa de Rulfo si libros como la novela «La cordillera» y algunos otros se hubiesen materializado. Juan Pablo Rulfo recuerda que hacia 1985 su padre parecía haber encontrado el tono que deseaba imprimir a su escritura. Su deceso el 7 de enero de 1986 truncó dichas oportunidades.

La muerte de Rulfo fue un hecho particularmente doloroso para la sociedad mexicana de mediados de los ochenta. Al homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes se sumaron no sólo los previsibles integrantes del medio cultural mexicano, sino también el común de la gente. Esa misma gente que, ante la devastación causada por el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la capital de México, había salido a la calle a prestar apoyo y ayuda a sus conciudadanos, aquellos a quienes el régimen priista entonces encarnado en la figura del presidente Miguel de la Madrid Hurtado dejó a su propia suerte.

Rulfo publicó tres obras y unos pocos cientos de páginas le bastaron para consagrarse.

rulfo con juan jose arreola

PARALELOS DE SU OBRA CON REALIDAD DE MÉXICO

Si Rulfo estuviera entre nosotros en este 2017, año de su centenario, vería confirmarse su hipótesis con respecto al círculo vicioso en que suele estancarse la historia de México. En una entrevista que respondió por escrito al periodista argentino Máximo Simpson, Rulfo exponía que la sangrienta conquista española, punto de origen de la sociedad mexicana, obligaba a ésta a reproducir la violencia de manera periódica.

La crónica de la actualidad, por sí misma, bastaría para arrojar un reflejo que actualizara los ambientes, las situaciones, las temáticas de El Llano en llamas. Y los dominios atomizados del crimen organizado en las distintas regiones del país traen a la mente el ejercicio del poder a la manera de los señores feudales. Nada más objetivo que la lectura de Pedro Páramo para comprender la deriva actual de México.

Escritores como José María Arguedas, Jorge Luis Borges, Tahar ben Jelloun, Kenzaburo Oé, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa, Urs Widmer y Gao Xingjian, entre otros, han expresado su admiración por Rulfo sin escatimar elogios. El director de cine Werner Herzog considera, por ejemplo, que «Juan Rulfo tiene una visión única, los personajes que narra son poderosos. Hay que leerlo para saber cómo desarrollar personajes, lo leo antes de calentar motores para escribir.»