Rodrigo Villar

Ulises Ruiz Ortiz, es un hombre impresentable, un político -documentalmente asesino- y un mafioso. Una persona de esas características no tiene atributos para ser recordada.
No obstante, el también conocido con el sobrenombre de chacal de Chalcatongo, es un sobreviviente en el extenso mar de impunidad que aún se observa en nuestro país.
Deseo aclarar que estas líneas no tienen el propósito de salir en defensa de Alejandro Moreno Cárdenas, quien es -se desee o no- el presidente legalmente instituido del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Los militantes del histórico partido, se observe desde el ángulo que se observe, decidieron -desde hace casi dos años- votar por él para estar al frente de su Comité Ejecutivo Nacional (CEN). Así son los hechos, y cada quien en su momento deberá ser llamado a las responsabilidades a que le toquen. Eso es otra cosa.
Una vez aclarada esta arista, vuelvo a Ulises Ruiz quien, en los últimos 20 años en la política de Oaxaca, escribió páginas públicas verdaderamente lamentables, y que tienen que ver con la represión a los movimientos sociales que se han operado en la entidad.
Contra ellos, la violencia institucionalizada de aplicó sin medida, bajo las órdenes de él y su séquito de incondicionales que infundieron de terror y persecución a quienes no compartieron con ellos el sentido de la brutalidad de sus decisiones. Simplemente recordemos algunos nombres: Jorge Franco, Miguel Ángel Ortega Habib, Bulmaro Rito Salinas entre otros.

Y además de aplicar el garrote contras sus “enemigos”, la mafia comandada por Ulises Ruiz, esquilmó al erario, los recursos públicos que por toneladas envió la federación para destinarse al desarrollo y pobreza de Oaxaca, en aquellos años.
Ahora no se trata de hacer una radiografía de la ominosa vida pública de el chacal de Chalcatongo, porque de su nefasta historia se sabe mucho en nuestro estado, ya ha quedado grabada en el inconsciente popular. Lo que hay que refrescar es la reaparición de este personaje en la disputa del PRI.
Sin atributo legal y mucho menos moral y ético, Ulises Ruiz se montó en el conflicto político que derivó en el PRI nacional, a raíz de la estrepitosa derrota electoral de ese partido en la pasada elección federal del 2 de junio.
Sin duda, el golpe recibido es además de notorio, una afrenta a las diversas corrientes de opinión que prevalecen en la composición priista. Sin embargo, toca a la diversidad de integrantes e intereses que ahí prevalecen, definir tras un agudo análisis, el futuro de su partido, y no con una definición que corresponda a un grupo de presión, tan vergonzoso y burdo como él.

Sin duda, habrá de ocurrir una sacudida de notables proporciones en la dirección y conducción del priismo, porque su entraña resultó seriamente dañada en la pasada elección, y nada habrá de explicar que las cosas continúen como hasta ahora, para un escenario mediano de tres años, es decir al 2024.
Eso, como se reitera corresponderá a todos definirlo y decidirlo de acuerdo a sus calendarios, y tiempos políticos.
Lo relevante que aquí se quiere dejar asentado, es cómo Ulises Ruiz, el chacal de Chalcatongo, incurrió en otra de sus conocidas felonías, con lo que es obvio, cavó su propia ruina.
Tumba que ni todo el dinero -que le sobra- podrá cubrir.
Organizó sin pudor y con la facilidad que un golpeador y asesino puede hacer, a un grupo de porros -bastante numeroso- que, al estilo más grotesco, emulando a los halcones, paramilitares, que el 10 de junio de 1971, cometieron una agresión mortal contra estudiantes en el Casco de Santo Tomás, en la Ciudad de México, sirvió de instrumento para romper la estructura orgánica del movimiento estudiantil en aquel entonces.
A principio de la semana que termina, en algunos medios de comunicación Ulises Ruiz -extrañamente, porque es publica su actitud violenta contra quien se le ponga enfrente-, se le vio declarar, que no había ocurrido una agresión contra el grupo de priistas que afuera de la sede nacional de ese partido, respaldaban a Alejandro Moreno.

La agresión orquestada por Ulises Ruiz fue ventajosa, desproporcionada y rememoró para quienes la observaron la peor época de represión en México.
Los halcones organizados, sacaron toletes y sin hacer caso que eran tomados por cámara y celulares, se dejaron ir sobre personas que no tenían elementos de defensa.
Fue tan burda y evidente la acción, que el efecto que se pretendía, de hacer evidente que Alejandro Moreno, renuncie a la dirigencia del PRI, le salió por la culata. Y en lugar de cavar la tumba política del campechano, Ulises Ruiz, sin percatarse cavó la suya de forma irremediable.
Seguramente, el destino del chacal será la de gerenciar su hospital, o su carísimo restaurante en el Pedregal de San Ángel, o cualquier otro pasatiempo, con las toneladas de dinero que robó.