Política Inconfesable: Reforma de fondo, no de forma…


Rodrigo Villar

Los comicios del pasado 5 de junio, revelaron una realidad político – electoral que los partidos políticos habían ocultado: los votantes –que en su mayoría ignoran el ejercicio de los políticos, y las negociaciones oscuras que los partidos comprometen con tal de mantener su estatus quo-, han cambiado sus hábitos y forma de decidir a quién le confían el sufragio.

El descuido, deliberado, de los políticos frente a las demandas y requerimientos de la sociedad; sus omisiones nefastas que han convertido a México en una gigantesca máquina de pobres; y su prepotencia ante una sociedad a la que se creía silente y sumida en una permanente introspección, puso en su lugar a los partidos y sus dirigencias.

El reclamo ciudadano a los partidos no sólo se enfoca al PRI. Sin duda ese partido, tiene amplia responsabilidad histórica en el pobre desarrollo nacional.

No obstante, la decisión de cambiar por opciones distintas, gestada en amplios espectros de la población, también enfila a colocar al resto de las fuerzas partidistas en el espectro del hartazgo y desconfianza que mujeres y hombres tienen en sus llamados representantes populares.

En el caso de la izquierda orgánica, la del PRD que se vende al mejor postor encabezado por la tribu dominante de los chuchos (los decadentes Jesús Ortega y Jesús Zambrano), ha perdido la confianza de la sociedad. Los intereses que ese grupo tiene son muchos –tanto económicos como de posición en diversos gobiernos-, los fue amasando desde los gobiernos panistas de Vicente Fox Quesada, y después del ominoso Felipe Calderón Hinojosa.

Las negociaciones secretas que emprendieron los chuchos con esos gobiernos, significaron una traición al movimiento de Andrés Manuel López Obrador, quien hay que decirlo, dejó que Jesús Ortega creciera al amparo de la dirección del PRD, cuando éste se quedó con la operación política entre los perredistas, mientras López Obrador se lanzó a recorrer el país en una desaforada carrera por convertirse en el gran líder de la izquierda, que por encima del decrepito Cuauhtémoc Cárdenas, ocupará la posición de opositor de izquierda y por ende de candidato presidencial.

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Desde entonces la izquierda perredista perdió el rumbo, se confundió con la casta gobernante. Esta, abrió una pequeña puerta a esa izquierda vendida haciéndole creer que forma parte de los entresijos del poder político y económico.

Y así engañó a los chuchos y sus fieles que serán despreciados por los criollos que gobiernan este país, en cuanto dejen de serles útiles, y ese momento ha llegado.

El problema de los perredistas es que sin una dirección honesta y nueva que rompa con la inercia, y los intereses malsanos de la cúpula que se apodero de su dirección, no habrá posibilidad de recuperar, siquiera, el ocho por ciento del electorado del que siempre presumió. En este caso se debe extirpar el cáncer en que se tradujo la ambición imparable de los chuchos y su corrupto engranaje de intereses.

El PAN no se queda a atrás, ahora festina un “triunfo” electoral sobre su némesis el PRI. Aduce que el resultado de las elecciones de aquel día fue un voto de castigo contra el largo historial de claroscuros priístas. Que el pueblo ha tomado la decisión de darle una vuelta a la historia política en México.

No obstante, la sabia historia, nos refiere a  aquellos dos sexenios perdidos del panismo foxista y calderonista. Una transición política que no fue tal, transición fallida que termino en una larga concertación entre esos gobiernos y la mayoría priísta en las cámaras de senadores y de diputados. Desde entonces los votantes acudieron a las urnas para depositar su voto diferenciado, y fuera producto del desencanto de 70 años de gobiernos priístas, o producto del fraude, mujeres y hombres le dieron el voto al PAN para la presidencia, y le otorgaron al PRI la posibilidad de cogobernar desde el Congreso.

Lo resultante de aquellos doce años de pesadilla fue el retorno al pasado. Hace cuatro años, tras una competida elección, otra vez el PRI se alzó ganador de la elección presidencial. Recobró el poder y la confianza de una tercera parte de la población.

Desde aquel suceso, el desencanto del pueblo en los políticos y los partidos siguió evolucionando. Ahora, el mensaje es claro: el cambio de modelo político es urgente, no se trata de cambiar el llamado de comunicación política, es ingente que el pueblo sea escuchado y cambien porque la cosa se les puede poner peor.

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