Rodrigo Villar

La oferta electoral en cualquier país del mundo está integrada, en su mayoría, por promesas que los políticos nunca alcanzarán a cumplir.
Este lugar común, resultaría eso y más, en una sociedad crítica capaz de exigir a aquellos que prometen resultados concretos y fehacientes tras la demagógica etapa desplegada en cada una de las campañas, donde mujeres y hombres pretenden ser cooptados y captados con mensajes esperanzadores de una realidad distinta, en periodos concretos, de tres, cuatro y seis años.
Así sucede en México y en cualquier país.
Aquí los ciudadanos que se han ubicado en el centro de los apetitos de los partidos y sus políticos, son las mujeres y hombres maduros, y por tratarse de un país con hondas raíces paternalistas y de machismo, el público objetivo ha resultado los hombres.

De una década para acá las mujeres, el sector femenino, se consideró en las estrategias políticas el grupo social por el cual los políticos deberían de preocuparse en atraer.
De ahí devino un fenómeno político social, alentado por los grupos dominantes en política y en la economía cuyo centro es la paridad de género. Ese concepto se llevó y se trajo, y sigue utilizándose como eslogan para demostrar, desde el poder, que las mujeres son importantes y “merecen” ser incluidas en el reparto que ocurre en las cúpulas políticas.
Hasta ahora, las juventudes habían resultado ignoradas en materia de participación política.
A pocos, o a muy contados partícipes en política les había interesado atender las necesidades y los reclamos del sector juvenil. Al día de hoy los políticos tradicionales han encajado el diente en la posibilidad de atraer el voto de jóvenes, mujeres y hombres a su causa política e ideológica tendiente a ganar o conservar el poder.
La juventud despierta el apetito de todos, porque su voto –según los políticos- significará la diferencia en el próximo proceso electoral presidencial del 2024.

Consideran que así como hay activismo en el sector maduro de la población por intervenir y participar en los procesos electorales, así también ocurriría con los jóvenes mayores de 18 años.
Ese amplio sector vive una circunstancia de descuido y desprecio de todos los políticos en el país, pues siente –día a día- que las oportunidades no ya en la política, sino en la vida diaria, en sus actividades profesionales, técnicas o laborales, son inexistentes.
En su ámbito familiar viven la crisis permanente de sus padres, a la hora de enfrentarse a la vida laboral los salarios precarios son el anzuelo para atraerles y para mantenerlos amenazados en las redes de producción y economía.
Ingresos para un profesionista, titulado, por 8 mil pesos al mes, además de ser ridículos, atentan contra la dignidad y el derecho por aspirar a la independencia familiar y mantenerse con holgura.
De unos meses a la fecha se ha hecho de los jóvenes una de las banderas de las organizaciones políticas.

Efectivamente la referencia no es otra más que la del ex presidente de Uruguay, líder de la izquierda latinoamericana y ex guerrillero en aquel país, José Mujica, quien construyó una relación cercana por sus ideales y sus propuestas con la juventud del Uruguay. Su llegada al poder fue alentada por el voto de mujeres y jóvenes en su país, cosa que en México no se ve que pueda suceder.
Actualmente los partidos intentan edificar una relación con los jóvenes. Seguramente, unos lograrán convencer a buena parte de aquellos adolescentes, mujeres y hombres, que tienen familiares lo cual garantiza que las personas cercanas a ellos participen en las urnas.
Haciendo referencia a una oposición política, desarticulada, y también ajena a los intereses de los jóvenes, advertiremos el oportunismo para atraer al sector juvenil que históricamente ha sido olvidado por éstos.