Política inconfesable : Evitar la confrontación


El presidente Andrés Manuel López Obrador

Rodrigo Villar 

Enrique Peña Nieto

La confrontación política y mediática entre el presidente Andrés Manuel López Obrador, y los sectores a los que considera sus adversarios conservadores, tiene un componente coyuntural para el año en curso:

Las elecciones para gobernador en seis estados del país, de las que derivará una integración distinta en el equilibrio del poder, y visualizará, el probable resultado del cambio de gobierno federal en 2024.

Por el lado del tabasqueño López Obrador, él y sus seguidores contemplan mantener el control del poder presidencial, ya sea en manos de la que probable primera presidenta del país, Claudia Sheinbaum, o si ésta se derrumbara, en las de Marcelo Ebrard, quien funge como secretario de Relaciones Exteriores, y son a la vista de todos los dados con los que juegan.

Lo hacen conservando un discurso fundado en el “pueblo bueno” que ha despertado, que es consciente y obviamente necesita ser guiado por un hombre desinteresado y convencido de los favores de la democracia y de la atención a los sectores más pobres del país. Sus mensajes son sencillos, retóricos y claridosos.

Claudia Sheinbaum

Por el lado contrario, los sectores que se les oponen han optado por un método pasado de moda pero que, por los resultados que ha arrojado en los últimos cien años, le resulta conveniente en la labor de desacreditar a, en este caso, López Obrador y el sector que lo acompaña.

Con el golpe suave o blando, como se le conoce al movimiento que desacredita a los gobiernos legítimos, los empresarios y políticos de oposición consideran habrán de retomar las riendas del poder que guiaron durante casi ochenta años desastrosos, que dieron por resultado un país marcado por complejas contradicciones de su sociedad, en la que el reparto de la riqueza es tan desigual como el absurdo número de pobres, y ridículo grupo de ricos.

El escenario nacional requiere de una pacificación discursiva que sea acompañada del compromiso de los gobernantes, de los empresarios, de los grupos políticos y de los diversos sectores sociales que han atomizado la organización social en todo el país.

Marcelo Ebrard

Efectivamente, de 30 años a la fecha, y aún más en los últimos cuatro, la libertad de expresión de la que hemos gozado todos, y en especial los entes políticos, se ha conducido por una línea muy delgada que invariablemente se rompe y nos lleva, a todos, a escenarios de falta de respeto, de agresión, de agresividad y violencia sin límite.

La libertad que ello conlleva implicaría en el seno de una sociedad educada, una conciencia de responsabilidad y de respeto frente a la otredad.

Esa condición, en México, no es aplicable porque la educación y conciencia política de la mayoría de nosotros, es de un nivel bajo. Eso se explica porque la crítica y el análisis se derivan de sociedades a las que se les hace asequible la lectura y la discusión respetuosa.

La nuestra, como es necesario aceptarlo, no ha resultado de la acción consciente de las autoridades, que pretendieran hacerla partícipe de una visión distinta de país.

Esta afirmación no significa un reproche, sino un reconocimiento de la escasa conciencia política del mexicano. El presidente López Obrador no deja pasar cualquier momento o circunstancia para advertir que el pueblo mexicano es el más educado políticamente en el mundo.

Adolfo López Mateos

Tal afirmación, todos lo sabemos, es errónea o falsa desde cualquier óptica que se vea.

Obviamente los dichos del presidente tienen que ver con todos los dichos de cualquier presidente, de cualquier país en el mundo: es demagogia.

Eso no debiera espantarnos, pues todos los políticos de todos los partidos son iguales, y claro tampoco se debe negar, tienen sus matices y sus características particulares.

En México tuvimos a Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Todos peculiares y con sus matices.

Del lado de los críticos, feroces adversarios, del presidente, se desgarran las vestiduras acusándole de todo, de enfermo mental, totalitario, ignorante, entre otros calificativos de no menor agresividad y discriminación.

Vicente Fox Quesada

Todos sabemos que López Obrador tomó el camino de colocar en la palestra la corrupción como el principal problema del país. La gran mayoría de los integrantes de los sectores conservadores y opositores de él, surgieron, crecieron y se desarrollaron en el núcleo de la corrupción, y al observar que los privilegios de los que gozaban dejaban de existir, han entendido una batalla por la supervivencia que ha llevado a escándalos no vistos con anterioridad y a acusaciones, también no conocidas por todos nosotros.

La radicalización, tanto de las huestes de López Obrador, como la de él mismo, de un lado, y la agresividad en el otro extremo, colocan al país en una posición vulnerable, pues la violencia que se acompaña de la pobreza, la inflación por el incremento en los alimentos, y la agresión contra distintos sociales, pero sobre todo las mujeres, debe ubicarnos, en un estado de análisis profundo, y sobre todo de exigencia para que disminuya la confrontación.