Política Inconfesable: Corrupción de Javier Duarte y Ochoa, novela interminable…


Rodrigo Villar

En estos días asistimos a un capítulo continúo de la realidad “a la mexicana”. Eventos que salen a la luz y revelan actos de  corrupción, acompañados de impunidad, precedidos de la opacidad y de la omisión de quienes deben actuar para castigar los abusos del poder.

La semana pasada dejamos como asignatura –desde este espacio- al PRI, que no dejara perder la oportunidad histórica de deslindarse de Javier Duarte de Ochoa, el ex gobernador de Veracruz, acusado por la PGR de delincuencia organizada y lavado de dinero.

Eran tantos los agravantes del ahora ex gobernador prófugo, contra la sociedad veracruzana que desde hace años se observaba un futuro ominoso para Duarte y sus secuaces. Recordemos que desde el inicio de su administración los hechos de sangre –vinculados con la delincuencia organizada- impactaron a la opinión pública nacional.

Las imágenes de decenas de delincuentes “sembrados” en el puerto de Veracruz, obra de otro cartel de las drogas y la infamia. Los periodistas asesinados, los ciudadanos inocentes desaparecidos por los mismos cuerpos policiacos que funcionan en el estado.

Hechos de sangre inaceptables que se sumaron a una corrupción rampante. El descaro de Javier Duarte de Ochoa que tejió una red de complicidades, en la que figura su esposa como operadora, sus familiares y amigos muy cercanos. El entonces gobernador, obnubilado por el ejercicio desaforado del poder, fue incapaz de poner límite a la participación de su familia en actos inconfesables en los que estuvo involucrado el manejo de los recursos públicos.

Ahora, todo lo que se denunció en los medios, en las redes sociales, entre los ciudadanos agraviados, los defensores de derechos humanos, en los medios de comunicación, se confirma. La PGR señala al ex gobernador prófugo de dos delicados delitos del fuero federal, que no alcanzan fianza y podrán llevar a prisión por lo menos de 12 a quince años tras las rejas.

Las anomalías, el escaso afecto por respetar las leyes y por encima de ellas a las personas, y el desprecio de Javier Duarte de Ochoa a las instituciones constituyeron el pan de cada día en Veracruz.

Una vez que la realidad se impuso a la ficción política en aquella entidad, y el cerrar los ojos a la realidad desde el centro del país dejó de ser la constante el destino del ex gobernador prófugo se escribió en las páginas de la vergüenza nacional.

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Pero que debió de ocurrir para que Javier Duarte cayera en gracia de su partido y del poder.

En el PRI, hace más de un año, ya se demandaba castigo a Duarte porque su actuar afectaba el futuro de ese partido, y de paso dañaba la imagen del gobierno federal. Sus trapacerías no tenían límite, y el proceso electoral en el que se disputarían 13 gubernaturas, se acercaba.

El desprestigio del entonces gobernador era total. Y en su propia tierra, durante la elección de su sucesor, se enfrentó a su némesis: Miguel Angel Yunes Linares, que de blanca paloma no tiene nada, a con quien se enfrasco en una guerra de lodo. Y lo peor para Javier Duarte, la elección la ganó Yunes Linares.

Ahí, se rompió la red de protección a Javier Duarte. Cuando ya expuso demasiado a su partido y al gobierno federal, dejó de ser un referente y cayó en desgracia.

Se le vino la noche, a un personaje que expolió su estado.

La de Javier Duarte es una historia que repitió patrones de otros políticos, de todos los partidos. El cinismo, la colusión, las acciones mafiosas y la preservación de una elite que impide los cambios sustantivos en las instituciones públicas han impuesto sus reales en México, y de continuar esa nefasta conducta nos estaremos acercando al desorden.

Por tal razón –renuevo la demanda- para que el PRI se deslinde ya de Javier Duarte de Ochoa, hombre que representa al día de hoy  el descredito de la política, que debe ser –aún- el arte para servir al pueblo.

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