Política Inconfesable: Bendita imagen… ¿Un lavador de dinero?


Andrés Manuel López Obrador

Rodrigo Villar

Ricardo Anaya Cortés, el candidato de un híbrido de la derecha y una auto-denominada izquierda en franca descomposición, que representa el PRD (a la que se suma la ambición del delincuente veracruzano, Dante Delgado Ranauro y su partido Movimiento Ciudadano), es un alumno ejemplar: sigue al pie de la letra las indicaciones de sus mentores.

Al del estado de Querétaro se le relaciona con un innombrable ex-presidente y aparte ha firmado un compromiso inconfesable con un vividor del sistema, de nombre Jorge Castañeda Gutman, para lanzar su aspiración y avasallar -sea como sea- al favorito de la contienda, Andrés Manuel López Obrador.

Jorge Castañeda

Anaya es un claro ejemplo de los políticos que se autopontifican, sintiéndose salvadores de los demás, sin recalar en sus notables defectos y el uso indiscriminado de mentiras para granjearse el apoyo y, sobre todo, los votos de los ciudadanos que en la actual democracia representativa sólo tienen valor el día de las votaciones. De ahí el razonamiento de que a los ciudadanos hay que utilizarlos y después tirarlos al bote del olvido.

Ese es el signo de nuestra maltrecha e inacabada democracia: la burla de un circo de las pistas que se requieran para entretener al pueblo, que paradójicamente se revuelca en sus miserias, condenando a una historia de miseria y frustración.

EL ACRÓBATA

Y hoy, el cirquero pues nos colocó a un acróbata, en el que no se puede confiar mucho, ni poco porque es especialista en traicionar y mentir, su nombre Ricardo Anaya Cortés.

Vicente Fox

En la opinión pública se han evidenciado -con pruebas de por medio y declaraciones de los afectados- los actos de corrupción en los que incurrió el de Querétaro y las traiciones que lo llevaron, de la peor forma, a hacerse del control del PAN. Eso sobra.

Pero consideremos el día de hoy, lo que sucede en un escenario tan volátil y veleidoso como el del proceso electoral, donde se imponen las sensaciones, el gusto, la imagen por encima del razonamiento, con seriedad, de lo que representa y significa el voto.

Resulta que, como usted y yo sabemos -estimado lector- Anaya recibe adiestramiento diario de Castañeda, quien frustrado por no haber conseguido nunca, caer en el ánimo de los mexicanos -dado su criollismo desbordado y revista-, ve en el panista, su imagen y ambición de poder incalculable. No sobra decir que el ex empleado de Vicente Fox en la secretaría de Relaciones Exteriores, es un hombre feroz y sediento de control y poder.

Éste rebasa los parámetros del hombre social (y político) que los clásicos griegos ponderaban como el más elevado desarrollo en los hombres en sociedad. Castañeda ambiciona, es traicionero, descastado y tiene ambiciones supremas de control. Así pues, es el maestro de Anaya Cortés y ahí radica el riesgo de considerar a éste como opción verdadera del cambio que todos requerimos,

Ricardo Anaya

Anaya está destinado a reproducir el mismo sistema, las mismas prácticas que nos han orillado a considerarnos -casi, casi- como un Estado fracasado. Un Estado fallido dicen los clásicos.

Los estrategas electorales le apuestan hoy a la imagen. Quien gana una elección presidencial es el personaje, la estrella del momento. El más joven, el que vende mejor su imagen, aquel que camina más erguido, el atlético, limpio, él que usa vestimenta fresca, quien conecta con mujeres y hombres a través de un menaje fluido y comprometido con las causas sociales.

Ese es precisamente Ricardo Anaya, la imagen nítida del éxito.

Éxito que se sustenta en la falsedad, las mentiras que se repiten y se convierten en verdad. El enunciar datos y después, caer en m cuenta que esos discursos son un engaño, que se puede convertir en el peor de los escenarios -y lo digo con desenfado- en la peor señal para el México del futuro.