- El destino de un partido en manos de un soberbio e incapaz.
- Incapacidad de grupos al interior del PRI le permitió llegar.
- Sus negocios, moches y cabildeos eran de todos conocido.
Rodrigo Villar

Con el transcurso de los días, de aquí a la elección presidencial de 2024, Alejandro Moreno Cárdenas se constituirá en una losa muy pesada para el PRI. El descrédito que el campechano significa para ese partido si persiste en su obstinada estancia al frente del mismo, desembocará en la pronta derrota histórica. Uno de los escenarios que terminará como un partido local afincado en una decena de estados del país.
A la par, la costumbre y la tradición del ejercicio de la política presidencialista en México continúa vigente, y hoy es sólida. La voluntad y determinación del presidente de la República se impone a cualquiera. Mientras no cambie profundamente en sus entrañas el sistema político, aquel que pretenda enfrentarse a la peculiar forma de gobernar en este país se llevará desventaja.
En el dirigente del PRI se advierte una notable soberbia, incapacidad intelectual y especial atraso político. No fue el hombre que requería el PRI para reorientar su destino. Y el problema en sí no es Moreno Cárdenas, el problema es la incapacidad de los priístas de la cúpula para encarar con determinación, inteligencia y valor la arremetida de un grupo que impuso a Alito.

Hoy todos se quejan de Alejandro Moreno. Pocos o casi nadie se atrevió a observar las actividades corruptas en que se desempeñaba como dirigente juvenil del Revolucionario Institucional, en su paso por la Cámara de Diputados, el Senado de la República y la gubernatura de Campeche.
LABRANDO
SU IMAGEN
En tan ascendente carrera política, el propio Alito construyó, con esa labia tan peculiar de los nacidos en el sur del país, una imagen de operador político y líder juvenil, siempre echado para adelante. Entre los viejos dinosaurios fue referente porque se presentaba como el vivaz muchacho que no rehuía los encargos y las operaciones partidistas, por más oscuras que pudieran ser.

También, su perversa habilidad se manifestó en hacer negocios al amparo de la política. Utilizó su labia para establecer acuerdos con personajes de distinta índole. Con empresarios que se le acercaron para granjearse favores con la mediación de Alito: claro, a cambio de la contribución de los solicitantes, por lo menos con una retribución del “diezmo” ya no del diez por cierto, sino mínimo del 15 por ciento de las cantidades involucradas en la negociación.
Alito prometía aprobaciones de leyes en el Congreso, se comprometía arreglando negocios y contratos con el mismo Congreso y en el gobierno de Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón, la hacía de intermediario entre personajes de toda monta. Y su modus operandi era el de no meter las manos y menos ensuciarlas. No obstante ya las tenía más que manchadas por la corrupción. Lo que hacía, ya fuera en la Cámara de Diputados o el Senado de la República era entregar tarjetas con un número de teléfono, al que el solicitante de sus favores debía llamar para acordar las cifras de dinero que se le debían retribuir.

Actuaba como un mafiosillo de poca monta. Y eso no debe extrañar, porque sus argumentos la están devaluando aún más: siempre ha insistido en que su padrino es Carlos Salinas de Gortari. Al ex presidente lo lleva de aquí para allá, y de allá para acá. Promete a sus conocidos que los acercará con el exiliado en Londres, y eso le hace sentir fortalecido y seguro.
No obstante, hasta donde se ha podido averiguar es que Alito, si bien fue recibido por Salinas de Gortari dos o tres veces para conocerlo, no lo mantiene en el centro de su atención. Y ello confirma que el de Alejandro Moreno es un sueño guajiro, con el fin de atontar a los más tontos.
¿CUÁL SU
DESTINO?
Así, lo que sabe medir Alito o delito, es que su muy escaso rango de acción se achica frente a un presidente fuerte en materia de lucha contra la corrupción -como López Obrador es observado entre el pueblo de a pie-, y se espera que ya sea lo sostenga en el puesto de dirigente del PRI para debilitarlo y provocar la derrota definitiva, o arremeta en su contra y lo haga pinole llevándolo tras los barrotes de una prisión.