Museo Nacional de Antropología conmemora sus primeros 55 años


  • La institución que alberga gran parte de la historia de México goza de gran prestigio entre los recintos culturales del mundo.
  • Antecedentes de su creación datan de 1755, Guadalupe Victoria, Maximiliano de Habsburgo y Porfirio Díaz intervinieron.
  • Registrar, conservar, restaurar y exhibir las colecciones arqueológicas y etnográficas del país, entre los objetivos de su fundación.

De la Redacción.

El Museo Nacional de Antropología es uno de los recintos más importantes y emblemáticos que resguardan el legado prehispánico de México. A través del tiempo, se ha posicionado como un símbolo de memoria para aquellos que buscan explorar sus raíces culturales.

Esta gran institución está de fiesta, pues a 55 años de su apertura  este 17 de septiembre se festeja la inauguración del Museo Nacional de Antropología.

El recinto como lo conocemos en la actualidad se fundó como un espacio identitario. Es decir, un proyecto de nación que decidió resguardar el alto valor artístico e histórico del pasado indígena que, hasta el momento, presenta una importancia de carácter universal.

De manera oficial, el Museo se fundó el 17 de septiembre de 1964 con el objetivo de registrar, conservar, restaurar y exhibir las colecciones arqueológicas y etnográficas del país. La ceremonia de apertura estuvo a cargo del entonces presidente Adolfo López Mateos y es considerado el museo más grande de América Latina.

“El pueblo mexicano levanta este monumento en honor de las admirables culturas que florecieron durante la era precolombina en regiones que son, ahora, territorio de la República. Frente a los testimonios de aquellas culturas el México de hoy rinde homenaje al México indígena en cuyo ejemplo reconoce características de su originalidad nacional”. Con estas palabras, el expresidente Adolfo López Mateos inauguró el Museo Nacional de Antropología.

La historia de México a través de las salas

ORIGEN E HISTORIA DEL GRAN MUSEO

Los antecedentes que dieron vida a una de las estructuras culturales más importantes del mundo se remontan a 1755, una fecha que dio origen a la museográfica mexicana. Pues los documentos que formaban parte de la colección de Lorenzo Boturini fueron depositados en la Real y Pontificia Universidad de México. En donde se exhibía por primera vez a la Coatlicue, encontrada en 1790.

Más tarde se creó el Museo Nacional de esta institución por el presidente Guadalupe Victoria. Pero en 1865 el emperador Maximiliano lo cambió a la calle de Moneda, nombrado oficialmente como Museo de Historia. En este lugar, se mostraban objetos antropológicos y había salas dedicadas a la historia de México e historia natural.

PORFIRIO DÍAZ Y EL GRAN ACERVO

El acervo fue creciendo a medida que los descubrimientos iban teniendo lugar, por eso la colección del Museo de Historia fue integrada el edificio del Chopo en 1910, por el presidente Porfirio Díaz. Pero con el tiempo, ni el Chopo tenía tanto espacio para la colección, por eso en 1940 acervo histórico fue llevado al Castillo de Chapultepec, quedando en exhibición solamente lo relativo a la antropología y arqueología nacionales.

A partir de este momento surgió la necesidad de contar con un recinto hecho especialmente para nuestra historia, en donde existiera espacio suficiente para conservar todas las piezas que conformaban la colección. La construcción del edificio actual inicio en 1963, pero se prolongó 19 meses.

MANO MAESTRA DEL ARQ. PEDRO RAMÍREZ VÁZQUEZ

El proyecto fue diseñado y dirigido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, junto con dos de sus colegas más allegados Rafael Mijares y Jorge Campuzano. El actual museo tiene casi 80 mil metros cuadrados de espacios cubiertos. Al aire libre tiene entre patios, jardines, áreas de servicios y 24 salas de exhibición. De las cuales 22 son permanentes y dos para las exposiciones temporales.

El paraguas

SU UBICACIÓN ESTRATÉGICA

Enclavado en el corazón del Bosque de Chapultepec, el Museo Nacional de Antropología se edificó sobre una superficie de 70,000 m2. En la planeación, su ubicación estratégica fomentaría una nutrida afluencia y tendría afinidad con el entorno natural. Su diseño materializó el respeto a la tradición de los pueblos prehispánicos, al tiempo que conservó sus valores y constantes culturales, los aplicó con soluciones nuevas y en armonía con materiales, técnicas y necesidades contemporáneas (por ejemplo, emulando los templos prehispánicos, se eligió la piedra como elemento básico de construcción, aunque con tratamientos diversos). De igual modo, resultó vital la integración de un programa de obras plásticas de numerosos pintores y escultores mexicanos, que habría de otorgarle al museo su peculiar personalidad.

El proyecto dirigido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, cuya oficina centralizó la toma de decisiones, siempre bajo la asesoría del Consejo Ejecutivo. Desde allí se coordinaron y auspiciaron las exploraciones arqueológicas y etnográficas, se organizó el transporte de grandes piezas desde diversas regiones del país, y se supervisó el traslado de todo el acervo y las instalaciones museográficas del antiguo museo de la calle de Moneda. Al mismo tiempo, se construyó el inmueble, una proeza lograda en sólo 19 meses (entre febrero de 1963 y septiembre de 1964).

RECTÁNGULO, LUCES Y  MATERIALES VARIOS

La forma básica del recinto es un rectángulo fraccionado en espacios que posibilitan funciones y sensaciones diversas al compartir la misma materia prima: mármol, aluminio y cristal. Su manejo se rigió bajo el concepto de “arquitectura de servicio”. Por medio de la comprensión de las necesidades del “usuario visitante” y el “usuario protagonista” (las piezas exhibidas), se determinó necesario un juego armónico entre las áreas abiertas en salas y patios, el manejo de la luz, las dimensiones y el material de los muros. Con base en ello, la organización básica del inmueble se dividió en los siguientes elementos arquitectónicos:

FACHADA Y PLAZA DE ACCESO

Se trata de una enorme explanada de acceso libre, armonizada con el ambiente natural, que advierte al público la magnitud de lo que observará en la visita. La población es invitada a entrar gracias a los ventanales de cristal, la grandilocuencia del recinto se enfatiza con el relieve de la insignia nacional, el águila y la serpiente, esculpida por el artista guanajuatense José Chávez Morado sobre el mármol blanco de la fachada.

Visitantes en el Museo, al fondo el Calendario Azteca

VESTÍBULO

El Vestíbulo fue diseñado para orientar y distribuir a los visitantes. Al centro se ubica un promontorio que representa la pirámide de Cuicuilco, pensado originalmente para exhibir la “Pieza del mes”. Hoy se utiliza para exposiciones periódicas de objetos del museo o de instituciones foráneas.

En el ala izquierda de la planta alta se dio espacio a la biblioteca, mientras que el ala derecha se reservó como área académica. Fue la sede de la antigua Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) que al crecer se trasladó al sur de la ciudad.

PATIO CENTRAL

Apostando por un juego entre extensas áreas abiertas al interior y exterior, que otorgan al visitante un movimiento libre y fluido, se retomó el concepto arquitectónico maya del patio delimitado por edificios, como el Cuadrángulo de las Monjas, en Uxmal.

Las salas fueron distribuidas alrededor del núcleo central, de modo que es posible recorrerlas siguiendo un circuito continuo o de manera aislada, según el propio tiempo e interés. De la misma forma que en el conjunto maya, las estructuras alrededor del patio llevan un piso bajo plano y libre, mientras que el piso superior fue decorado con una celosía en forma de serpiente geometrizada, concebida por el escultor Manuel Felguérez en alusión al simbolismo de dicho animal entre los pueblos prehispánicos.

El patio se dividió en dos zonas contrastantes según la luz que reciban: El paraguas y el área dominada por un estanque ligado a la Sala Mexica, que permite rememorar el origen lacustre de esta cultura. Además, se colocó un caracol de bronce esculpido por Iker Larrauri llamado “El sol del viento”, cuya función es emitir sonidos, emulando la musicalidad de los instrumentos prehispánicos.

EL PARAGUAS

Además de resguardar a los visitantes, este emblemático elemento arquitectónico enfatiza el respeto por el entorno natural mediante una caída libre de agua. Su monumental estructura superior, que cubre una superficie de 82.06 m. por 54.42 m., es soportada por cables conectados a los edificios aledaños; se sitúa entre las “cubiertas colgantes” más grandes del mundo (cubre un área total de 4,467.5 m2).

Su columna fue revestida en bronce con un relieve escultórico hecho por los hermanos Chávez Morado. A su vez, el diseño se basó en el concepto y guión de Jaime Torres Bodet.

Atlantes y Chacmool en la sala Tolteca del recinto

La composición escultórica se titula “Imagen de México” y lleva como eje los cuatro puntos cardinales, cada uno interpretado por el pensador del siguiente modo:

VISTA AL ESTE. Integración de México. Por la costa oriental de México llegaron las naves españolas de la conquista. En la base se presenta el pasado prehispánico de México por medio del águila y el jaguar, símbolos del día y la noche, respectivamente. Entre ellos aparecen la espada de la conquista y el sol naciente. En el fuste, la espada penetra en las raíces de una ceiba (símbolo maya de la fundación de los pueblos) que se abre en la sección superior en dos rostros, uno indio y otro español, base principal de nuestro mestizaje. Sobre ese símbolo, y a manera de capitel, se apoya el águila, emblema nacional del México de hoy.

VISTA AL OESTE. Proyección de México. Esta proyección hacia el mundo se inicia desde nuestras costas occidentales, con la expedición a las Islas Filipinas. Sobre los símbolos prehispánicos de la base, y partiendo de la acostumbrada representación del agua en los códices, se ve un sol poniente, símbolo del rumbo hacia donde se inició la proyección de México. En el fuste la ceiba está cruzada por una vigueta de acero y una rosa de los vientos, representación de la firmeza y la amplitud de esa proyección. Sobre la misma ceiba, que se abre con un símbolo de la fisión nuclear, se apoya como capitel un hombre con los brazos extendidos y las entrañas descubiertas, enmarcado por dos ramas de olivo y una paloma para significar que se entrega totalmente a la paz.

VISTA AL NORTE Y AL SUR. Lucha del pueblo mexicano por su libertad. En los lados norte y sur se observan tres armas que hieren el cuerpo de la columna (México) y que corresponden a nuestras tres etapas formativas: Independencia, Reforma y Revolución Agraria. El capitel está coronado por formas prehispánicas que simbolizan el cielo. La composición, basada en los cuatro puntos cardinales, se liga con las viguetas de acero en forma radial que sostienen la cubierta monumental y contribuyen a dar la impresión final de universalidad de la cultura mexicana.

La escultura de Tláloc da la bienvenida a los visitantes

EN LOS SOTANOS

Debajo del patio y las estructuras mencionadas subyace otro mundo: 15,000 m2 acondicionados para servicios educativos, talleres, oficinas, laboratorios, espacios de investigación, almacenes y anexos que día con día, durante décadas, han puesto en marcha la vida del recinto.

MUSEOGRAFÍA

DEL RECINTO

Estructurar 30,000 m2 de salas de exposición fue una labor titánica. El objetivo era satisfacer necesidades didácticas y científicas y al mismo tiempo hacer un espectáculo para el visitante. Se apeló a la razón y también a las sensaciones, se buscó funcionalidad al igual que emoción: que el visitante se instruyera objetivamente y a la par reconociera sus valores identitarios.

Cada una de las 22 salas contaba  con un equipo propio que incluía un cuerpo de guionistas, investigadores, museógrafos, pedagogos y técnicos. En cuanto a contenidos, se realizó una profunda revisión de ideas y conceptos preexistentes sobre el mundo indígena. También fue necesario conciliar los criterios de antropólogos, arqueólogos y etnólogos con el fin de ofrecer un discurso coherente y homogéneo. Tras ello, se generó un conjunto de estudios generales y monografías sobre las distintas áreas geo-culturales que serían sintetizados por los especialistas y que fungieron como punto de partida para la distribución e instalación de las salas. Era esencial no limitarse a una mera exhibición de objetos, sino complementarla con todo el material explicativo necesario.

También se realizaron numerosas expediciones arqueológicas y etnográficas para acopiar objetos de exposición y datos de investigación de campo. Por ejemplo, las salas de etnografía se enriquecieron con material procedente de 70 expediciones que recopilaron miles de objetos de uso doméstico y ceremonial (rigurosamente documentados con fotografías y notas de campo).

Trajes típicos de Oaxaca en el MNA

La forma en que se organizó todo el material fueron:

Orientación. Presentaba al público los aspectos generales del museo.

Antropología. Esbozaba una visión general sobre esta ciencia y sus ramas, la evolución del hombre y su cultura según las grandes épocas históricas.

Mesoamérica. Mostraba las culturas prehispánicas como un conjunto evolutivo y cambiante en el tiempo, los desarrollos culturales diversos (según las épocas y regiones) dentro de la totalidad del ámbito geográfico y los elementos culturales que se heredaban, modificaban o desaparecían.

11 Salas arqueológicas. Distribuidas a partir de la individualización de las culturas, con base en una secuencia cronológica y, en lo posible, por áreas geográfico-culturales.

8 Salas de etnografía. Se procuró que dentro de la arquitectura del edificio ocupasen una posición coherente en relación con las culturas arqueológicas. En ellas se representaron un total de 50 grupos indígenas, algunas por primera vez. La sala inicial, Introducción a la Etnografía, mostraba los elementos básicos de esa disciplina. La última, Antropología Social, señalaba la continuidad entre las culturas indígenas arqueológicas y las actuales, y exponía sus aportes culturales. Actualmente el museo cuenta con 10 salas etnográficas.

La Danza de la Pluma, captada por la cámara de Pierre Verger, actualmente en exposición temporal en el MNA

El temario básico de todas las salas fue: medio natural, formas de subsistencia, estructura social y política, economía, religión, dioses y magia; conocimientos (matemáticas, herbolaria, escritura), y por último, el proceso histórico y etapas culturales de los pueblos. Además, para dar claridad a temas complejos resultó imprescindible el uso de dioramas, maquetas y modelos, que fueron creados por los más destacados maestros y estudiantes de la Escuela Nacional de Escultura, bajo la supervisión estricta de los consejeros científicos.

RÉPLICAS DE EDIFICIOS PREHISPÁNICOS

Con el propósito de dar objetividad y verosimilitud a los diversos contextos históricos, se creyó fundamental replicar los edificios prehispánicos (al interior o exterior de las salas) o bien las casas-habitación de las comunidades indígenas contemporáneas; se esperaba que facilitaran al visitante aprehender el conocimiento sobre la vida de esos pueblos. Por ejemplo, en la sala Teotihuacán se reprodujo una parte del Templo Quetzalcóatl, mientras que en la Maya se creó una réplica de los murales de Bonampak y una del Templo de Hochob (ésta con trabajadores, técnicas originales y piedras yucatecas). Para etnografía, habitantes de cada región reprodujeron con exactitud dentro del museo su entorno cotidiano y ayudaron directamente a los museógrafos.

ARTISTAS PLÁSTICOS DIERON SU SELLO

Otro elemento esencial dentro de la museografía fue la participación de destacados artistas mexicanos. El objetivo de su intervención fue ampliar el concepto curatorial de las salas por medio de obras plásticas con valor didáctico y estético. Los artistas reinterpretaron una parcela del pasado, desde su propio estilo y técnica, pero siempre guiados por los avances de los estudios científicos.

Durante los años posteriores a 1963 y en distintos momentos, se fueron integrando más murales al recinto, ya fuese por encargo o por donación. Como resultado de lo anterior, ahora el museo cuenta con una vasta colección de trabajos artísticos, entre los que destacan:

Dualidad, obra de Rufino Tamayo en el MNA

También resultó muy importante la inclusión de fragmentos o versos derivados de las fuentes etnohistóricas, con los que se podía sintetizar algún aspecto representativo de la cosmovisión indígena. Las antiguas palabras, originalmente en náhuatl, maya-yucateco,

quiché u otras lenguas, fueron vertidas al castellano y llegaron al presente cargadas de significaciones y mensajes. Aparecen en la entrada de cada sala como indicios de un diálogo entre el pasado y el presente; esas palabras introducen al público en la sensibilidad literaria y el pensamiento indígena, su sentir, su ética, su poesía, sus mitos, su oralidad… su legado intangible.

Entre sus piezas más emblemáticas se encuentra el Calendario Azteca y la Piedra del Sol.  Al año, se estima que tiene cerca de 2 millones de visitantes y para conmemorar su aniversario, su cartelera estará llena de actividades que no debemos perdernos.