León García Soler
Entre el sonido incesante de los tambores de guerra, en vísperas de las elecciones que fueron vísperas de las presidenciales hasta que vino el vendaval y desbarató al sistema plural de partidos que creyeron invento democrático hasta que los panistas dejaron el monopolio de la oposición y se hicieron del poder presidencial, soplan vientos de fronda. Y los del idiomático anticipo de Donald Trump y su lenguaje, de la post verdad, se olvidan del “sospechosismo” para abrazarse al firme tronco de la neo-democracia como lamento de quienes son minoría y amargamente denuncian que han sido “mayoriteados”.
Todos pedían cambio, todos prometían cambio y al cambiar hasta la manera de andar en lo que ya ni los ingenuos se animan a llamar política, sin añadir su alineamiento a la locura populista que arrasa al orden mundial a nombre del hartazgo con los políticos, las élites, los de arriba, las mafias del poder y cuanto fantasma asusta a los que todavía salen de noche a enfrentar la inseguridad criminal cuyas proezas han suplido las crónicas parlamentarias y las noticias sobre la cosa pública con estadísticas del estallido cotidiano de los crímenes, la sangre derramada y los constantes descubrimientos de fosas clandestinas masivas. Y se desgrana la mazorca del sistema plural de partidos. Se acabó el regusto de la alternancia y se les hizo efectivo el desprecio por las ideologías para dar paso a la urgencia del cambio de cambios: candidatos “independientes” a los que se niegan a llamar simplemente candidatos sin partido.

A lo mejor nunca militaron en partido alguno. Y, desde luego, a estas alturas de la desigualdad imperante nadie está dispuesto a ser declarado socialista o comunista, ya no digamos algo tan grave como el mote de “nostálgicos del nacionalismo revolucionario”, prólogo y postdata del capitalismo financiero sin regulación alguna. Y a la mexicana, aunque se hubiera recubierto con páginas harvardianas al paso de Carlos Salinas y sus coetáneos por estas ruinas que ves. A los pobrecitos pobres hay que darles algo de ayuda para que sepan cuantos… que los oligarcas mexicanos y sus servidores en las tareas de gobernar son fieles creyentes en el bienestar de la economía estable, masa inerte para que no se lleve el viento a la desigualdad.
Demasiado larga la parrafada para decir lisa y llanamente que se acabó la fiesta. Que en el estado de México esgrimen el nombre del diplomático ilustrado, Isidro Fabela, como caudillo revolucionario y fundador del partido hegemónico, cuyo dominio ha durado, dicen, noventa años, aunque el PRI se fundara en 1945. No somos iguales, repite Andrés Manuel López Obrador: Yo soy peje pero no lagarto. Y ahí vamos: en espera de que el reparto de votos entre cuatro o cinco dizque partidos políticos confirme que se acabó el sistema plural y va a ganar el que sea capaz de operar políticamente la jornada. Como antes; como en tiempos de la Filípicas atenienses o las catilinarias ciceronianas. ¿Cuánto tiempo?

¿Por qué a estas horas llenan con el nombre y tuiteo de López Obrador los encabezados de la prensa escrita y las mesas de debates de la clase del chismorreo. O “the chattering class”, como dicen los ilustrados nostálgicos de la agonizante democracia de los Estados Unidos de América: La tercera es la vencida, es el eco de los graznidos de los cuervos. Van a elegir al gobernador del estado de México, de la entidad más poblada de la Federación, con el mayor número de ciudadanos en el registro electoral. Y domina la escena el tragicómico debate a distancia entre el tabasqueño López Obrador y el veracruzano Miguel Ángel Yunes. Intercambio de ataques y cargos de latrocinios en la hora del vacío y el velorio del sistema plural de partidos; del agotamiento prematuro de la democracia formal que entregaron los aristocratizantes “herederos de la Revolución” a los de los polkos y las cristiadas. Ah, los del PRD, para quienes era un honor servir a Obrador, se unió al PAN de escapulario y origen bancario, para lanzar la candidatura coaligada de Miguel Ángel Yunes a la Presidencia de la República:
Hagan su juego, señores. Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos. Y mientras los maestros de la Coordinadora acuerdan como seguir a paso firme sin tropezarse, llegan las tormentas tropicales a Oaxaca. Todavía no es huracán. Hay tiempo para alcanzar el sombrero de Benito Juárez García.
