La vida no es tan rosa en la Ciudad de México


René Drucker Colín/La Jornada

Los ciudadanos de cualquier ciudad del mundo, en particular aquellos que viven en una megalópolis como la nuestra, enfrentamos cotidianamente problemas muy diversos. Cabe señalar que también hay muchas recompensas. El asunto difícil es, a veces, determinar si las recompensas son mayores que las desventajas, o al revés. No soy nadie para opinar al respecto por los demás ciudadanos, pero pienso que tenemos un problema que afecta a todos de una manera u otra y esto es la movilidad.

No es posible ni admisible que, según un estudio que se hizo hace poco, se señale que la media del tiempo que toma a las personas ir de su casa al trabajo y viceversa, sea de dos horas 40 minutos. Desconozco si el estudio estuvo bien hecho y si se equivoca por unos cuantos minutos, pero el asunto que sí es claro que moverse de un sitio a otro de la ciudad es difícil, complicado y, sobre todo, tardado. No hay una razón específica y única culpable de esto último, sino más bien se debe a un conjunto de prácticas que a final de cuentas nos hace perder mucho tiempo en el traslado. Y esto, aparte de molestar, debe costarle al Estado o a la ciudad mucho dinero.

Me voy a permitir enumerar las cosas que considero generan problemas de movilidad. Usted, lector, seguro le podrá añadir razones.

Primero que nada, está claro que en esta Ciudad de México todos hacemos lo que queremos, lo que se nos ocurre, lo que nos conviene, etcétera. O sea, no respetamos ni a las autoridades ni a los conciudadanos. La primera regla para mejorar la movilidad es hacer lo contrario de lo que todos hacemos. Hay que respetar las reglas, aunque éstas no nos gusten.

Segundo, las autoridades no ejercen la autoridad. O sea, la ejercen a veces sí, a veces no y, sobre todo, no obligan a los automovilistas a no pararse o no estacionarse donde está prohibido, pero además permiten en flagrancia que se hagan entregas de mensajería, coca-cola, agua o lo que sea, donde sea y a la hora que sea. En pocas palabras, ni ciudadanos ni autoridades, salvo raras circunstancias, respetan las normas y, como consecuencia, en decenas de vialidades se encuentran reducidos los carriles de circulación continua.

Tercero, salvo el Metro y el Metrobús, que funcionan bien, el transporte público de superficie es un absoluto caos. Los peseros y los camiones hacen lo que les viene en gana y, como consecuencia, entorpecen el flujo de muchas zonas y vías.

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Yo no entiendo por qué no se ordena el transporte público. No se trata de afectar sus intereses, sus ganancias, sólo se debería de tratar de ordenar el transporte público. En todas las ciudades del mundo así es. Hasta en Turquía, que comparte con México los últimos lugares en las estadísticas de la OCDE, el transporte público es bastante ordenado. ¿Por qué aquí no?, escapa a mi comprensión.

Bueno, luego habría que añadir las marchas, bloqueos, manifestaciones, etcétera, que hacen que con frecuencia la movilidad se complique. Yo no deseo impedir esas manifestaciones de inconformidad de la población, que son importantes, pero éstas también podrían ser menos onerosas para los individuos que no participan en esas actividades o actos.

Podríamos adicionar varias cosas más que afectan la movilidad. Pienso que habría que analizar muy bien qué hacer, porque podríamos llegar un día que nos pase, como en el cuento, si mal no recuerdo de Cortázar, que nos quedemos embotellados tres días.

Quiero finalizar diciendo que este problema de movilidad es resultado de varios años de inatención al problema, no se nos apareció de repente. Esto se veía venir desde hace ¿qué será, 20 años? Espero que en los próximos 20 años contribuyamos todos a que la movilidad mejore sustancialmente. Nos conviene ahora sí que a todos.

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