La mente del asesino o del violento


¿Qué hay en la mente de un asesino?

«Sólo es moral quien quiere ser moral»: Emmanuel Kant

Vilma Ivette Rivera Abarca*

¿Cuándo se convierte la agresión en violencia? ¿cómo se desa­rrollan las personalidades psicópatas? ¿existen regiones específicas en el cerebro que causan este trastorno de la personalidad? ¿cómo se construye el razonamiento moral? ¿qué mecanismos dominan la mente de los asesinos?

No a las drogas

La evolución de las neurociencias ha permitido estudiar algunos de los más oscuros misterios de la mente humana.

Una de las líneas fundamentales de investigación del­ laboratorio de Neuropsicología de la Facultad de Psicología de la UNAM, pretende averiguar la manera en que se origina la violencia en el cerebro humano.

Entre las investigaciones realizadas en la mente de los algunos criminales que ha conocido la historia reciente  en nuestra sociedad, está el caso de la multihomicida conocida como la “Mataviejitas”, Juana Barraza.

Este caso representó una oportunidad invaluable para la ciencia. Aunque suene aterrador, existen muchas personas, como Juana, alrededor de nosotros.

El origen de esta forma de comportamiento puede ser desde una alteración neurológica, un traumatismo cráneo-encefálico, estímulos recibidos del medio ambiente en el que nace el individuo, el tipo de educación recibida, los modelos paternos con los que cuenta y la interacción de todos los factores antes señalados.

Ante el saldo de hechos trágicos, surge la pregunta ¿qué motiva a los seres humanos a dañar a sus familiares o a personas extrañas y si pueden estos impulsos y acciones controlarse o prevenirse?

Las conductas violentas son, de manera alarmante, cada vez más comunes en nuestra sociedad y se consideran en la actualidad un problema de salud pública.

Se presentan en diferentes niveles, que van desde el abuso doméstico hasta el crimen y el homicidio en las calles. Según las estadísticas del INEGI, esta causa de muerte sigue siendo la segunda en adultos jóvenes (de 15 a 29 años) con 12.4% en el 2005, ocupando el segundo lugar después de las defunciones por “accidentes” que abarca el 31.1%.

La posibilidad de ser en cualquier momento una víctima más del crimen hace que se viva con miedo constante, lo que tiene un serio impacto en nuestra calidad de vida, y de alguna manera pasa a ser un factor que determina todas nuestras actividades: los lugares que se frecuentan, el tiempo que se permanece en ellos, el tipo de seguridad que se trata de obtener, la forma de vestirnos, a qué hora salimos de casa, e incluso dónde y cuándo trabajamos.

Sin duda, la violencia, la agresión y el homicidio imponen que se modifique de manera significativa la forma de cómo se debe vivir en la actualidad.

Filósofos y psiquiatras distinguen entre una agresión benigna y una agresión maligna, también llamada violencia.

La agresión benigna es una reacción espontánea y breve para protegernos del peligro que nos acecha, en tanto que la agresión maligna implica el deseo de dañar a los demás por un placer puramente sádico.

Los estudios de las mentes asesinas han encontrado que el deseo de hacer daño por placer surge de la incapacidad de ajustarse a las reglas de la sociedad, en general el conflicto con las figuras de autoridad, incluye la falta de libertad para tomar decisiones, resentimientos que desencadenan acciones agresivas sádicas, y malignas.

¿Cómo se manifiesta esta hostilidad? Algunas personas, bajo estas circunstancias negativas, encuentran placentero dañar, matar y destruir.

Desafortunadamente, en la vida cotidiana es posible encontrar múltiples ejemplos de este tipo de personalidades. Por ejemplo, los hombres que agreden a su mujer y demandan la atención de la más mínima necesidad; la madre que se impone a sus hijos y abusa de su debilidad; o bien, los hombres y mujeres que ocupan puestos de alto poder o jefes que desde su pequeño coto de poder gozan abusando de la autoridad humillando a los empleados de rango inferior.

El origen de las conductas conocidas como antisociales, y varían desde infracciones menores como hacer trampa en juegos con amigos, hasta delitos mayores como robar bancos o incluso, cometer asesinatos a sangre fría.

Antonio Damasio, neurólogo, encontró la existencia de bases neuronales para la conducta social que puede verse afectada en caso de daño en los lóbulos prefrontales del cerebro.

Según Damasio, los pacientes que sufren un daño en estas áreas presentan severos problemas de conducta antisocial. Asimismo, es conocido que las experiencias tempranas, así como la educación formal y las experiencias  interpersonales cotidianas, pueden moldear la arquitectura neuronal de estas áreas cerebrales, en las que, por cierto, subyacen

Nada menos que las emociones y las conductas morales.
Ciertas características del fundamento de la conducta moral parecen ser inherentes a nuestra especie, pero otras necesitan adquirirse y cultivarse.

Aparentemente todos los seres humanos nacemos con una guía que nos conduce de alguna manera ha­cia el desarrollo moral. Varias respuestas innatas nos predisponen a actuar de manera ética. Por ejemplo, la empatía, la capacidad de experimentar el placer o el dolor de otra persona es parte de la capacidad humana: los recién nacidos lloran cuando escuchan que otros niños lloran y muestran signos de placer cuando escuchan sonidos de alegría como la risa y los mimos.

Sin embargo, a pesar de que la disposición emocional para ayudar puede ser patente, la manera de hacerlo de forma efectiva debe ser aprendida y refinada a través de la experiencia social.

Una pregunta recurrente tanto en lo familiar como lo social es cómo educar a los niños con honestidad y autocontrol en un mundo complejo y moralmente ambiguo, en el cual los lazos tradicionales entre la familia, la escuela y la comunidad son inestables.

Antonio Damasio

Para convertirse en personas con principios morales, los niños necesitan no sólo aprender a distinguir lo que está bien de lo que está mal, sino también a desarrollar una integridad moral para así comprometerse y actuar de acuerdo con sus ideales.

El desarrollo moral es un proceso gradual en donde debe existir consistencia entre la información que el niño recibe de los padres, la escuela, los medios y la comunidad.

Existen datos científicos, acerca de los factores que contribuyen a este desarrollo. A pesar de que para muchos padres recompensar la conducta ética y castigar la no ética es una herramienta para el desarrollo del buen carácter, los resultados de estos estudios revelan que es necesario que el individuo internalice o «haga suyos los valores» para que éstos guíen su conducta.

Si únicamente funcionan sobre la base del reforzamiento externo (castigo o recompensa), sólo evitarán conductas deshonestas como el robo, la trampa o la corrupción cuando exista el riesgo de ser descubiertos.

La educación de personas comprometidas con valores de ho­nestidad, autodisciplina y compromiso requiere mucho más de clases teóricas acerca de valores.

Las campañas como “Di no a las drogas” en la realidad tienen muy pocas probabilidades de funcionar, si no van acompañadas de estrategias para enfrentar el problema de la drogadicción.

La educación moral requiere de instrucción explícita, exhortación y entrenamiento. Se debe involucrar a los niños en los problemas cotidianos importantes, utilizando la discusión con sus compañeros, además de buscar el soporte comunitario y de los padres. La ética debe estar ligada a acciones en la comunidad.

*Vilma Ivette Rivera abarca.

Lic. En comunicación Humana. Consultora en Semiologia de la Vida Cotidiana.