León García Soler
Desde el Banco Mundial Robert McNamara, genio que pasó por la General Motors para conducir la infame guerra de Viet Nam como secretario de John F. Kennedy, distinguido entre los llamados “best and the brightest”, autor arrepentido del mal y los yerros de “los mejores y los más brillantes”, advertiría al mundo, sobre todo al tercer mundo que hoy se ha multiplicado geométricamente, que los niños que tras el destete no consumen suficientes proteínas padecen mal desarrollo de sus circunvoluciones cerebrales. En palabras de lego, sufrirían retraso mental. O una muy limitada capacidad de aprendizaje y comprensión de la realidad y las abstracciones.
Tiempo de guerrillas, de las sangrientas matanzas interminables, del combate entre las aspiraciones populares y la dominación del poder del capitalismo que se ha entronizado libre de regulación alguna que contenga su flujo global y la concentración apabullante del capital en menos y menos manos. Y los luchadores, los de abajo, respondieron indignados al descubrimiento del Banco Mundial y a las advertencias de McNamara: Lo dicen para que no se reproduzcan los pueblos pobres, decían. Y cantaban: “A parir guerrilleros…” Dónde menos se espera salta la liebre, O brota la mala leche. Lo que sigue al destete de las criaturas de la pobreza extrema, del hambre como inseparable compañera, es precisamente la condena al subdesarrollo, a sobrevivir en la pobreza que se reproduce a sí misma.
Y al borde del abismo, en el tercer milenio que ha visto el acuerdo político para afortunado final de la guerra colombiana de cincuenta años o más. Entre las ruinas de las instituciones sociales que creó el estado moderno mexicano y demolieron los mal llamados herederos de los herederos de la Revolución, sobreviven rastros de aquella política social, del combate directo a la pobreza, al hambre. Entre otros, entre los pocos que permanecen, Liconsa, empresa paraestatal de la Sedesol con la función de industrializar y comercializar leche “de calidad óptima” a bajo precio para el abasto social. “Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos”. La leche de calidad óptima no fluye; no alcanzan las toneladas de leche en polvo pagadas en dólares a precios altos, para evitar se prolongue el daño previsto por la profecía de McNamara.
Cosas de la mala leche. Del unto de Indias que llegó con los conquistadores y hoy sirve para promover reformas moralizantes que combatan la corrupción y reduzcan al mínimo la impunidad que sube como la buena nata. En la guerra de la Coordinadora que ya dura tanto o más que las tres décadas y pico de crisis económicas recurrentes y de hacernos creer que la austeridad produce crecimiento económico, se cerraron los caminos que permitían llevar la leche de Liconsa a los innumerables y miserables municipios rurales de la sierra oaxaqueña. Y a otras partes. Los bloqueos de los maestros servían para que las escuelas vacías fueran una constante: Hoy por ausencia de maestros, mañana por la incapacidad de generaciones de aprender, de entender, de alcanzar conciencia de lo abstracto y hacerse de sus frutos materiales.
José Antonio Meade Kuri Breña, estaba al frente de la Sedesol durante los amargos días en que los bloqueos impedían el abasto de las tiendas y pobladores más pobres de la pobre tierra, mientras se agriaba la leche y la opinión pública era un hervor de furia y condenas al gobierno en rápido descenso de la popularidad en las encuestas, un oaxaqueño hacía su agosto con el sube y baja del precio en dólares de la leche en polvo. Y los productores de leche en el campo mexicano, protestaban airados por la mala leche de la institución que a ellos pagaba barato el blanco y líquido producto de la ordeña.
Para eludir los bloqueos, el hoy secretario de Hacienda recordó los vuelos para abastecer a Berlín cuando los soviéticos levantaron el Muro que hacía realidad la metafórica “Cortina de Hierro” que Winston Churchill anunció al lograrse la derrota del nazismo y pasar de inmediato del fuego a la Guerra Fría. Trump el estafador no es, ni remotamente, autor original de la estulta propuesta de erigir un alto y largo muro impenetrable que aísle a su país del resto del mundo. Ninguna ha impedido el paso, el contacto, el comercio o la conquista. Ni la portentosa Muralla China, ni la inútil Línea Maginot.
Quisiera creer que la medida adoptada por José Antonio Meade hizo que no únicamente fluyera la leche y se abastecieran las tiendas campiranas, sino que sirvió para un primer hervor capaz de limpiar los malos manejos de la mala leche en Liconsa; y permitir además que el gobernador de Oaxaca, Gabino Cué Montegudo, se diera un baño de pureza, entre el olor a azufre de los procesos penales desatados contra gobernadores de partidos de todos colores.
Gabino Cué se amparó a la sombra del poder presidencial. Movido por la memoria de la especie. Y su apariencia monástica parece responder a algo más sólido que la posibilidad de acompañar al hijo del tigre en su aventura poblana. Hubo tranquilidad en la celebración de la Guelaguetza. Los maestros de la sección 22 aprendieron nuevos modos en las mesas de Bucareli y por ahora hay clases en todas las escuelas de Oaxaca.
La política como arte de lo real y lo posible. Cierto. Pero también la magia del arte y la visión compartida del servicio público. En las redes sociales y en las páginas de la prensa apareció una foto del maestro Toledo y Alejandro Murat, relajados y tranquilos. Si esa imagen refleja el acuerdo en lo esencial, se hacen posibles la concertación y la concordia en la tierra de Juárez, el de la sentencia clara y firme: “El triunfo de la reacción es moralmente imposible”