La ética como coartada (*)


José Ureña

José Ureña

La discusión de la ética en los medios de información siempre me ha parecido inútil. No quiero decir, de ninguna manera, que no me importe el comportamiento ético EN los medios, pero no creo en la ética DE los medios. Me parece una moda contemporánea superficial, si se me permite esta redundancia.

La considero una impostura de lo políticamente correcto cuya etiología resulta cada vez más esnobista y menos cultural. Por estar “privatizando” los códigos, muchos dejan de cumplir con los ordenamientos instituidos.

La ética es fundamentalmente el impulso de la conciencia por la cual la conducta queda sujeta y dominada por valores. ¿A cuáles valores? Pues a los de cada grupo social. La ética de los individuos es la moral y la moral limita los hechos; la ética de la sociedad es la ley.

Por eso cuando se habla de “códigos de ética” en los medios de información, el asunto se vuelve además de impracticable, pedante. Yo he leído los códigos éticos de muchos medios de éste y otros países y nunca veo esas premisas reflejadas en las páginas de sus ediciones ni tampoco en las emisiones de radio y televisión.

Por eso me parece indispensable darles a los medios un compromiso de legalidad y respeto a las reglas profesionales.

Pareciera que recitamos los mandamientos de la tabla de Moisés:

No publicar mentiras, no propalar falsedades, no escribir por encargo, no imprimir información sin confirmación válida, no hacerse eco de rumores, no calumniar, no vejar, no divulgar únicamente lo peor, no cebarse en los caídos, no trabajar por encargo; no confundir publicidad con información, hace periodismo sin compromisos secretos ni patrocinios dominantes; no hace propaganda… En fin, “portarse bien”, actuar como voceros sociales, no como altavoces de las sugerencias, órdenes o instrucciones ni órdenes del poder político o empresarial.

Legalidad y respeto, fundamental en periodistas

Todo lo que he dicho en un párrafo algunos lo quieren embotellar en un pomposo “código de ética” nunca atendido ni mucho menos practicado por nadie.

“No quiero poner ejemplos para no causar incomodidad alguna a mis compañeros y colegas, pero cuando enciendo la televisión me doy cuenta de lo inútil de los códigos privados mientras la Ley de Radio y Televisión se ignora olímpicamente en muchas transmisiones.

Los dueños y los trabajadores de los medios ya tenemos una ética y a ella nos debemos de apegar de manera escrupulosa: es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y todo el corpus jurídico de ella derivado. Cumplida la ley, no es necesaria ninguna invocación a la ética. Esa es la ética social.

De otro modo, si queremos particularizar nuestro comportamiento, mediante la separación de nuestro rol social y nuestras obligaciones, estaríamos cayendo en una actitud abusiva. Estaríamos sustituyendo la ley por un fuero especial -nuestro código- y los medios no tenemos derecho a eso. Ni los medios ni nadie podemos “privatizar” las leyes mediante la invocación de los códigos especializados.

Yo coincido que, en lugar de los códigos de ética, haya cursos de leyes relacionadas con los medios.

Esto no le he escrito yo. Lo ha dicho Fernando Savater y me parece algo sumamente inteligente: sacar la ética del terreno académico y convertirla en impulso de las acciones individuales y el conocimiento práctico.

Así lo expone el maestro:

“Trascender la ética como reflexión teórica y convertirla en práctica es imprescindible. Los profesores de ética lo único que hacemos es facilitar el acceso a obras, temas, formas de controversia. Aunque no existiéramos los profesores de ética, ésta seguiría existiendo, y la necesidad de aplicar criterios éticos y de reflexionar sobre lo que es mejor para vivir seguiría existiendo.

“La pregunta de la ética es cómo vivir. De modo que la ética académica quedará más o menos encerrada en los círculos profesorales académicos; pero la ética vívida, la respuesta a cómo vivir, esa pregunta se la hace incluso quien no tiene la menor idea de qué significa la palabra ética”.

Hasta aquí la cita.

No quisiera dejar espacio para malas interpretaciones sobre mis palabras. No estoy en contra de la ética; estoy en contra de creerla existente, vigente y satisfecha nada más por subir un “código” a la página web de nuestra empresa o entregarle una hojita a nuestros colaboradores. Cuando se tiene ética, no hacen falta códigos. Todos sabemos cuándo actuamos bien y cuándo no.

Es un asunto de conciencia y sobre todo de tranquilidad de conciencia.

En algunos países se ha querido instituir un sistema de “alfabetización ética”; o sea, ofrecer clases de ética de manera obligatoria y uniforme, lo cual siempre ha sido rechazado por tratarse de una ética de Estado”, cuya imposición desde las aulas devendría en una inadmisible implantación del pensamiento único. En México nada más en las escuelas confesionales se ofrece clases de ética, lo cual no sería sino una imposición inconveniente a los ojos del pluralismo democrático.

Hasta ahora esa ética catedrática sólo se da, o se daba, en las instituciones religiosas, pero ya vemos cómo ha aparecido un código moral para imponérsenos a chaleco, una instrucción de Estado.

Visto así, y considerando a los medios como “aulas mediáticas”, ¿cuál sería la justificación social de ofrecer información, reflexiones, análisis y demás asuntos propios de los diarios, matizados todos por la forma particular de ver las cosas de esos diarios?

No sería sino un disfraz “políticamente correcto” de esa definición de lo indefinible cuyo nombre más frecuente es “la línea” editorial.

La tentación de segregar o apartar a los medios del resto de los factores políticos, sociales y culturales del país no representa sino un anhelo antidemocrático. Los periodistas no necesitamos o no deberíamos pedir tratamientos especiales ni tampoco una moralidad propia.

Pero es urgente una legislación en torno de la actividad profesional. Las modificaciones recientes para despenalizar el contenido de la información y llevar las querellas al ámbito administrativo, no penal, son un avance significativo, pero debe haber también medidas en torno de la responsabilidad en el manejo de la información, especialmente en lo relativo al daño moral causado por libelos y noticia no confirmadas, prefabricadas o francamente inventadas con ánimo vengativo o denigratorio.

 

El periodista José Ureña participó en un diplomado de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO). Al concluir su módulo sobre columna cerró con la presente reflexión.