Justo Mullor, artífice en la caída del PRI en 2000


Bernardo Barranco V./ La Jornada

Casi como un susurro, Justo Mullor, enuncia: Es Ratzinger el próximo Papa. Estamos en Roma 2005, a un día de que inicie el cónclave, 10 después de las suntuosas exequias de Karol Wojtyla.

No era la primera vez que escuchaba tal vaticinio, pero me resistía a creerlo. En una salita confortable de la Pontificia Academia Eclesiástica, Mullor me argumenta: el cardenal Ratzinger es un factor de unidad, es el único que podrá consensuar los diversos grupos. Él ama la Iglesia, es un intelectual muy lúcido. Justo Mullor era expresivo, como buen andaluz, culto y, como diplomático de carrera, profundo conocedor de la Iglesia católica. Mi relación con el nuncio Mullor era buena, nos acercaba la distancia que ambos teníamos con la doctrina Prigione, su antecesor. Siendo nuncio 1997-2000 llegamos a conversar ampliamente de temas políticos religiosos y de cuando en cuando me daba información o cuestionaba el enfoque de mis artículos. A veces me cuestionaba: has sido muy blando con Norberto Rivera, con quien el nuncio tenía una lucha sorda al ser del bando que enfrentó con crudeza; sin duda, me utilizaba, pero su cercanía me posibilitaba, a cambio, conocer privilegiados entretelones eclesiásticos.

Mullor tuvo una larga decaída física, ya no respondía correos ni llamadas desde hacía dos años. Aún recuerdo, recién llegado a México, su declaración que ganó las ocho columnas: “Seré –dijo– 90 por ciento pastoral y 10 por ciento político”. De entrada marcó rupturas con Prigiones, que pronto se materializaron al hacer de la cancha de tenis de la nunciatura en la que Girolamo Prigione solía jugar con algunos encumbrados políticos, un salón. La cancha fue demolida para hacer una capilla y sala de actos, como símbolo físico del cambio radical que imprimió a su gestión diplomática en México. Él expresó que fue el símbolo de mi paso y la huella física en la nunciatura.

Su aporte más importante como nuncio en México fue enfrentar a la red paralela que Prigione y Maciel montaron con algunos obispos afines para golpear a los sectores progresistas de la Iglesia mexicana y monopolizar la interlocución de poder con el gobierno y con los grupos fácticos de México. Desde 1998 Justo Mullor se aleja del proyecto y combate el ala prigionista de la jerarquía, llamada en aquel entonces Club de Roma, cuya característica central se fundamentaba en la alianza eclesiástica con el poder político priísta de entonces. Mullor opta por la vía pastoral e institucional, pelea por otorgar mayor gravitación a las instancias orgánicas de la Conferencia de Obispos, principalmente a la presidencia. Sus aliados fueron Sergio Obeso, entonces obispo de Jalapa; Luis Morales, obispo de San Luis Potosí, y Adolfo Suárez Rivera, cardenal arzobispo de Monterrey. Eran miembros de la estructura de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y de la llamada mayoría silenciosa compuesta por la mayor parte de los obispos mexicanos.

La ruptura con la doctrina Prigione tuvo repercusiones políticas importantes, porque debilitó los históricos lazos de alianza entre la jerarquía con el PRI y con el gobierno. Mullor alentó la publicación del documento Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, que no sólo saludaba a la alternacia política en las elecciones de 2000, sino que el perfil del candidato encajaba más con Vicente Fox. Dicho documento fue combatido por los obispos prigionistas con el apoyo del gobierno de Zedillo. Mullor jugó la alternancia frente al grupo de obispos pro priístas, como el cardenal Norberto Rivera, Ciudad de México; Onésimo Cepeda, Ecatepec; Emilio Berlié, Yucatán; Héctor González Martínez, Oaxaca; José Fernández Arteaga, Chihuahua. De la Mano de Maciel, la respuesta de la secretaría de Estado bajo la conducción de Angelo Sodano fue implacable. Justo Mullor fue promovido a Roma. Una remoción hacia arriba, lo nombraron responsable de la escuela de diplomacia vaticana. Lo sustituyó un miembro más del grupo, Leonardo Sandri, quien pasó de noche. El entonces candidato panista, Vicente Fox, intuyó el movimiento y declaró: Aquí hay mano negra.

El libro de Guillermo H. Cantú Asalto a Palacio, las entrañas de una guerra(Grijalbo 2001) narra el impacto de la Iglesia en la elecciones de 2000, así como la beligerancia entre los grupos de obispos en el proceso electoral que finalmente abre la alternancia panista.

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Mullor, cercano al Opus Dei, se enfrentó drásticamente al poder de los legionarios en México, en especial a Marcial Maciel; apoyó y en ese momento recibió a las víctimas, aunque no fue contundente en la forma de denunciar al pederasta. Afrontó al gobierno y a miembros de la jerarquía al apoyar la obra de Samuel Ruiz en Chiapas; evitó su linchamiento, aunque no pudo sostener a Raúl Vera en San Cristóbal. A manera de consuelo se felicitaba por la llegada de Felipe Arizmendi. En su gestión le estalla la disputa por los dineros de la Basílica de Guadalupe entre Guillermo Schulenburg y Norberto Rivera. Ni a quién irle, dijo en privado. También enfrentó el delicado escándalo de las llamadas narcolimosnas, aceptadas tácitamente por monseñor Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes.

A Mullor le tocó la organización de la penúltima visita del papa Juan Pablo II a México, realizada del 22 al 26 de enero de 1999 en el Distrito Federal. Ahí chocó frontalmente con el cardenal Norberto Rivera, quien quería monopolizar todos los detalles organizativos. Dicha visita tuvo excesiva injerencia de los legionarios, quienes comercializaron al máximo la visita con más de 200 grandes empresas, condensadas en los promocionales de Las papas del Papa, que Sabritas imprimió en sus bolsas. Se desató indignación entre la feligresía por los excesos y mercantilización de la visita. Hubo importantes remanentes que tanto Rivera como Mullor disputaron agriamente y cuya querella se hizo pública. Los desencuentros fueron motivo de escándalos en su momento

Por ello lastima que el mismo cardenal Rivera, ahora mustio, exalte las virtudes y capacidades de Mullor y llame a orar por su alma, cuando fueron antagónicos. Antes de su salida, en 1999, el cardenal declaró que la diferencia entre ambos era que él descendía de Moctezuma y Mullor de Hernán Cortés, dando a entender el carácter impositivo y dominador del nuncio español.

Un clérigo me comentó que era más propio callar. El 2016 se llevó a los dos nuncios del siglo XX, diametralmente opuestos en el manejo político de la Iglesia. Sin ser intachable, me quedo con don Justo Mullor, un pastor moderno, con arrestos, y un político visionario.

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