Juneteenth Day: los deportistas que derrotaron al racismo


George Coleman Poage

El deporte es indivisible a las convulsiones sociales. En conmemoración del Juneteenth Day, honramos a los atletas que se abrieron camino pese a los prejuicios.

Eduardo López/AS

Jack Johnson

No. El deporte no es una burbuja indistinta de las convulsiones y menesteres sociales. El stick to sports que se suele espetar cada que un atleta manifiesta sus ideas políticas no puede estar más alejado del proceso evolutivo natural de las sociedades. El deporte no sólo refleja prejuicios, contextos, luchas y conquistas. Incluso, en alguna ocasión, ha sido punta de lanza. La semilla del cambio, sembrada en los campos de béisbol, en las pistas de tartán, en el césped de Wimbledon. El asesinato de George Floyd a manos del policía blanco Derek Chauvin en Minneapolis avivó la llama. El racismo como un virus epidémico, inmune a las nuevas dinámicas sociales.

Desde las tempranas prohibiciones para reclutar a afrodescendientes en el béisbol y el fútbol americano, las ligas clandestinas, las hazañas primerizas de Jack Johnson, Jackie Robinson, Willie O’Ree, quienes tumbaron las puertas de hormigón a golpes y batazos. Desde la rebeldía de Muhammad Alí a Tommie Smith, John Carlos y el saludo del Black Power, hasta los vetos de Craig Hodges y Colin Kaepernick en la NBA y NFL, respectivamente.

La cultura afrodescendiente ha construido, a través del deporte, una mitología propia en su largo camino por la conquista de los derechos fundamentales. Los campos de juego han sido vitales para la reivindicación social del pueblo afroamericano.

En conmemoración del Juneteeth Day, recordamos a las figuras deportivas que rompieron ataduras y derribaron muros. Quienes se abrieron paso entre las espinas, el odio. Y triunfaron. Sin ellos, sin su lucha, el deporte como lo conocemos hoy no sería el mismo.

LOS PIONEROS

Jackie Robinson

En medio del horror racista de los Juegos Antropológicos de San Luis 1904, paralelos a los Juegos Olímpicos enmarcados en la Exposición Mundial, en los que se realizaron competencias paralelas para minorías («pueblos salvajes», les llamaron los organizadores), George Coleman Poage echó abajo la puerta. Los Juegos Antropológicos tenían como motivo demostrar la «superioridad física de la raza blanca», de acuerdo a John E. Sullivan, entonces secretario de la Unión de los Atletas Aficionados. Coleman borró de tajo la idea. Al llegar en tercer lugar en los 400 metros con obstáculos, se convirtió en el primer atleta afroamericano en colgarse una medalla olímpica (San Luis 1904 fue la primera edición en la que se entregaron las correspondientes preseas de oro, plata y bronce).

Cuatro años después, Jack Johnson, hijo de esclavos, reportó el título mundial de peso completo en Sídney, al derrotar al canadiense Tommy Burns. A partir de entonces, ‘El Gigante de Galveston’ recolectó campeonatos e improperios a mansalva. Su máximo rival, James Jeffries, fue apodado ‘La Gran Esperanza Blanca’. La estruendosa victoria de Johnson sobre Jeffries desató una serie de disturbios raciales a lo largo del país. Con la fama llegó el acoso policial. En 1912, fue arrestado y condenado por violar la ‘Mann Act’, una ley que prohibía transportar a una mujer fuera de los límites estatales con ‘fines inmorales’. La chica en cuestión era Lucile Cameron, blanca, mesera del café del que era dueño Johnson. El campeón mundial huyó a Canadá, pasó por México y Francia, y volvió a Estados Unidos en 1920, para cumplir su condena en la penitenciaría de Leavenworth. Aunque se retiró en 1938, con 60 años de edad, hay registros de que participó en una pelea de exhibición en 1945 para recaudar fondos para el Ejército estadounidense. Murió a causa de un accidente de tráfico en 1946 en Franklinton, Carolina del Norte.

Cassius Clay- Muhammad-ali

No resultó más fácil el camino para Jackie Robinson, estrella de la ‘Negro League’ con los Kansas City Monarchs. Sí, en la década de los 40 la estructura del deporte estadounidense aún era segregacionista. Todo cambió cuando Albert Chandler, integrista, asumió la comisaría de las Grandes Ligas. Chandler promovió la instauración del Major League Committee on Baseball Integration y facilitó las condiciones para que Branch Ridley, presidente de los Brooklyn Dodgers, firmara a Robinson. Eso sí, el contrato estaba sujeto a una condición: el primera base debía soportar estóicamente todos los insultos que descendieran desde las gradas. El 15 de abril de 1947, Robinson se convirtió en el primer afroamericano en la MLB. Más allá del hito, también destacó por sus logros deportivos: fue elegido seis veces All-Star, ganó la Serie Mundial de 1955, fue MVP de la Liga Nacional en 1949, Novato del Año en 1947, y su mítico número 42 está retirado de todos los equipos de la MLB desde 1997. A porrazos, los insultos se convirtieron en reverencias. Nueve años después de que ‘Jackie’ cruzara la línea, Willie O’Ree lo emuló en las pistas de hielo de la NHL, enfundado en la casaca de los Boston Bruins. El ‘Jackie Robinson’ del hockey no logró establizarse en la liga y protagonizó la mayor parte de su carrera en los campeonatos regionales canadienses.

 LOS REBELDES

 Cassius Clay ganó el oro olímpico semipesado en los Juegos de Roma 1960, pero la distinción no le sirvió para ganarse el respeto de sus compatriotas blancos en casa.

Considerado como el pugilista más grande de todos los tiempos, relató en su autobiografía, titulada I Am The Greatest, cómo una mesera se negó a atenderlo en un restaurante en Louisville, Kentucky.

Willie O’Ree

El episodio, si bien es señalado como una licencia literaria urdida por la editorial que publicó el libro, bien podría haber sucedido, dada la segregación racial que había alcanzado un cénit en la década de los 60. En 1964, Cassius Clay se convirtió en Muhammad Ali.

«Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre», anunció dos años antes de negarse a combatir en Vietnam.

«Pregunten lo que quieran, siempre tendré esta canción: ‘No tengo problemas con los VietCong, porque ningún VietCong me ha llagado ‘nigger’.

El 28 de abril de 1967, Ali apareció en Houston para ingresar a las Fuerzas Armadas, pero se rehusó a tomar su sitio fue requerido a filas en tres ocasiones. Acto seguido, fue arrestado y la Comisión Atlética de Nueva York revocó su licencia de boxeo. Ahí comenzó la leyenda.

 

 

Inhabilitado para pelear durante tres años, Ali se unió a la Nación del Islam, dictó conferencias anti-raciales, apoyó las protestas pacífistas que inundaron Estados Unidos y se volvió el símbolo más reconocible del anti-establishment.

Mucho antes de las protestas por George Floyd, cuestionó el racismo sistemático (¿Por qué Tarzán era blanco?). Fue vigilado de cerca por la NSA y el FBI, pero se mantuvo impasible, inamovible.

Su carrera volvió en 1970 y un año después venció a Joe Frazier en la ‘Pelea del Siglo’, después de que los cargos por desacato fueran desechados. El resto es historia.

Althea Gibson

Tommie Smith y John Carlos llevaron la causa a un nuevo nivel. En plena efervescencia del movimiento pacifista y las protestas por los derechos civiles del pueblo afroamericano en Estados Unidos, enrarecidas por el asesinato de Martin Luther King cinco meses antes, ambos atletas, ganadores del oro y bronce de los 200 metros planos, reivindicaron la lucha.

Durante la ceremonia de premiación, mientras resonaba ‘The Star Spangled Banner’ en el Estadio Olímpico Universitario, en la Ciudad de México, Smith y Carlos agacharon la cabeza, alzaron un brazo (Smith, el derecho; Carlos, el izquierdo), sus puños cerrados, cubiertos de un guante negro.

Un gesto tan simple como poderoso. Historia. «Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche», espetó Smith.

Lo que prosiguió para ambos fue el escarnio. El COI los expulsó de la Villa Olímpica, su carrera en el atletismo terminó, la esposa de Carlos se suicidó y las amenazas de muerte se volvieron una constante en sus vidas.

«He pagado (por la protesta) todos los días», aseguró Smith a Reuters en 2018. La historia tampoco fue justa con Peter Norman, australiano, quien compartió el podio con Smith y Carlos y apoyó el gesto. Fue excluido de los Juegos de Múnich 1972, pese a cumplir con los requisitos de clasificación, y el alcoholismo y la depresión terminaron con su vida en 2006.

El saludo del Black Power, no obstante, permanece con una de las estampas más reconocibles en la historia del olimpismo. Antes defenestrado, el acto es hoy un icono legítimo de la lucha por los derechos humanos.

Tommie Smith y John Carlos en México 68

La historia de Jesse Owens también merece mención. Si bien no se caracterizó por su rebeldía, su triunfo en cuatro pruebas de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (100 y 200 metros planos, salto de longitud y relevo 4×100) ante los ojos del nazismo, negacionista de aquellas aptitudes que contradijeran la ‘supremacía aria’, supuso un atronador acto revolucionario por sí mismo.

Varias versiones periodísticas, como la del reportero Siegfried Mischner, apuntan a que Hitler sí estrechó la mano de Owens durante al menos una ceremonia de premiación, lo que confirmaría una teoría que ilustra la intensidad de la segregación racial en aquel entonces: Owens fue más libre en Alemania que en Estados Unidos.

El entonces presidente, Franklin Delano Roosevelt, no invitó al multicampeón olímpico a la Casa Blanca («Ni siquiera me envió un telegrama», denunció Owens) y, como se hizo acreedor a patrocinios, las autoridades deportivas le despojaron de su estatus de amateur. La decisión precipitó el final de su carrera atlética.

Para sobrevivir ejerció como promotor de sus propias carreras contra caballos («¿Qué podía hacer? Tenía cuatro medallas de oro. No podía comérmelas»), trabajó en una lavandería y en una gasolinera. Y cayó en la bancarrota. La admiración unánime llegó tras su muerte, en 1979.

 

LOS TENISTAS

 ‘La raza negra’ revolucionó al deporte blanco. En los años 60, la brecha entre unos y otros aún era notoria. Las mujeres recibían menos premios económicos que los hombres al ganar el mismo torneo y los afrodescendientes no podían utilizar los vestidores de los estadios.

Althea Gibson cambió la historia. Inicialmente, fue rechazada varias ocasiones para competir en el US Open pese a sus logros como tenista universitaria.

Fue admitida en 1950 y después se convirtió en la primera mujer afroamericana en coronarse en Roland Garros (1956) y Wimbledon (1957).

Jesse Owens

Sus palabras son testimonio de la fugacidad de la victoria en tal contexto: «Saludar de mano a la reina de Inglaterra era muy lejano a estar forzada a sentarse en la parte trasera del autobus».

Gibson defendió exitosamente sus títulos en Inglaterra y US Open al año entrante (1958) y finalizó su carrera con 11 Grand Slam, cinco individuales y seis en dobles.

Posteriormente intentó incursionar en el golf y en la industria musical como cantante de blues y saxofonista. Su exitosa carrera en el tenis no le había brindado los recursos suficientes como para adquirir un patrimonio de por vida.

La barrera racial siempre la apartó del reconocimiento que merecía.