Juárez y la desmemoria


Andrés Manuel López Obrador

León García Soler

Jiutepec no pide ayuda. En el Istmo exigen, al ritmo que cantan y con el desparpajo de sus mujeres valientes y sensuales, con el recuerdo de cada generación; sin olvidar siquiera al guerrero Porfirio Díaz, su valor, sus ambiciones y sus amores que dejaron huella en el largo camino del que luchó y venció, fue prisionero y se fugó más de una vez. Escapó de batallas y de sismos, del imperio de opereta y acabó atrapado en la red de la ambición del poder y el peso de la vejez sentado en “La Silla “ por la que decía Eufemio Zapata se peleaban todos, los que andaban en la bola y los que despidieron con tristeza a Don Porfirio cuando se embarcó en el Ipiranga, en viaje a Francia donde enterraron sus restos y de dónde quieren traerlos año tras año los de la democracia pulquera y los millenials, polkos del tercer milenio.

Aunque usted no lo crea, abundan los que suspiran por el uniforme y los entorchados, las medallas y el gesto duro del que envió un telegrama a su compadre Luis Mier Y Terán: “Mátalos en caliente”. Tantos o más de los que han olvidado a Juárez y únicamente ven el marmóreo mausoleo que le erigiera en La Alameda de la Ciudad de México, su paisano Porfirio, en vida y en el poder, seguro de que era más peligroso el prócer de la Reforma vivo y demandante en la memoria de los mexicanos que tallado en mármol con una corona de laurel sobre la cabeza. Aunque usted no lo crea, de Juárez y su México conmemoran la inmortal frase: “El respeto al derecho ajeno es la paz”  nada quieren saber del radical del liberalismo que pronunciara

Porfirio Díaz

solemnemente, con aplomo y seguridad: “El triunfo de la reacción es moralmente imposible”. Tuvo que venir de Chile Salvador Allende a recordarnos esa sentencia firme, digna, convencida. Y el mártir chileno, inspira todavía a quienes confían en que la caída del traidor Pinochet volverá a abrir el paso por las anchas avenidas. Cosas de la Historia, con H mayúscula, que hoy en día es envilecida por amanuenses y cuentistas que narran historietas de alcoba y gritan contra lo que llaman “la historia oficial”, de la época del nacionalismo revolucionario que derrotó al traidor Victoriano Huerta y restableció el orden constitucional, para darnos nueva Constitución en 1917 y crear las instituciones del estado moderno mexicano. Cosas de la desmemoria, ecos de la academia escandalizada por los excesos de la Revolución que armó a los de abajo y acabó incorporando los derechos sociales a los derechos individuales hechos norma por la generación de la Reforma. Por esa generación de hombres seguros de que el triunfo de la reacción es moralmente imposible. Así se acumule entre unos cuantos la riqueza nacional y abajo haya más de cincuenta millones de mexicanos con hambre. Ah, el indiscreto encanto de la oligarquía. Qué diéramos hoy en día porque los acaudalados dueños del dinero, de los activos concentrados en el 0.01 de la población, aceptaran que el Trump al que temen por haberse adueñado de la Casa Blanca y desequilibrado el sistema de pesos y contrapesos, dejaran de negociar con el yerno indiciado, investigado, defenestrado, para ponerse de pie y ondear los principios de la política exterior mexicana que nos trajo hasta aquí; libres todavía, vecinos del imperio más expansionista de la Tierra; libres al otro lado del Rio Bravo, seguros de que la apertura comercial no es el reino del dólar y los mercaderes desde el Yukon hasta la Patagonia, como dijera George Bush antes de que el estafador Trump prometiera levantar un Muro para contener el libre tránsito de las personas y dejar paso al de capitales sin regulación alguna.

Monumento a Benito Juárez

De eso, de la incongruente imitación de la muralla china, se harán cargo los mismos que se dejaron engañar por el dueño de la Torre Trump, ignorante como ningún otro sátrapa de la era que se quiera. Ah, en el norte se extiende el territorio azul de los herederos de los que fueron a Miramar a pedirle a Maximiliano de Habsburgo que fuera emperador de México. Modernos emprendedores aferrados al dogma neoconservador, dispuestos a ponerse de hinojos ante el becerro de oro. Tanto que se extraña la insolente descripción de caciques de antaño, “ebrios de poder y bacanora”. Tanto que los sobrevivientes a las crisis constante de treinta años, empiezan a despreciar la proclama de los dos Méxicos: el del norte trabajador, criollo y rico, antípoda del sur de flojos, indios y pobres. Al carajo con su racismo y clasismo; con la ignorancia incapaz de sumar la población de indios en el norte y culpar a los del sur del olvido del poder central, del retraso con el que llegó la Revolución agraria, obrera y social. Del paso firme del juarismo y la mano dura del porfiriato en Oaxaca y en todo México. De la permanencia del ancien règime, del retorno de la clerigalla a la sombra de obispos que visten de púrpura y no ven el rojo sangre del capelo cardenalicio. Sí, ya sé que nunca es bueno alzar la voz de jacobino en esta tierra cuyos gobernantes “emanados de la Revolución”, esconden la

Salvador Allende

imagen de Álvaro Obregón; y de quienes hablan del indio Juárez como si fuera un seminarista a quien la Historia congeló en mármol. Pero estamos al borde de la elección presidencial de 2018, tercera del tercer milenio y dice Andrés Manuel López Obrador que “a la tercera es la vencida”. Los desmemoriados que desprecian lo que llaman la historia oficial; los despistados por el desmoronamiento del sistema plural de partidos, aplauden la visión práctica, la renovación de la honradez valiente, así sea al costo de la complicidad con los siempre negaron que primero fueran los pobres. Y el tabasqueño, el de la tierra de Garrido Canabal, ha propuesto una Constitución Moral en cuanto asuma el poder. Y la otra, la que es norma y programa, la que declara a la nuestra, República laica, ¿dónde la van a tirar? ¿en qué basurero de la Historia?    Aquí en Oaxaca saben todos que el triunfo de la reacción es moralmente imposible. Que vengan a decirles cómo será posible el triunfo del amor y paz entre inciensos y rezos republicanos y laicos.