El diluvio:Transformación al galope o el desboque


El presidente Andrés Manuel López Obrador en el zócalo de la Ciudad de México

Rafael Cardona

Con en el gran Zócalo de cenizas rendido a las plantas de la historia en cuyas hojas de oro y barro y sangre y tinta invisible se adivinan apenas las pálidas letras de los tiempos idos; con el ahogado ruido de cascos y caballerías de antaño, de soldados yanquis, de carruajes virreinales, de tanques de batalla, de potros de charrería; plaza de sangre seca y cabellos arrancados, cuadro gigantesco cuya planicie bajo cuya enorme bandera de pliegues aéreos, se esconden ídolos muertos y rotos; imperios fracasados, pirámides invisibles, adoratorios y zompantles inexistentes; balas perdidas, cohetones sin rumbo, castillos de luz en las noches de septiembre, gritos ahogados, campanas con insomnio; pasto de la leyenda y los gemidos de la llorona, el caudillo de hoy se tira en brazos de un pueblo delirante con estrépito de bocinas y canciones y bailongo de ocasión y vítores infatigables, de gargantas partidas en el alarido de una esperanza cuya renovación  se construye cada seis años y se apaga en un lapso igual, pues de nada sirve la esperanza cuando ya de ella no se espera nada, pues se ha vuelto humo, rumor y promesa vacía y explicación sin convencimiento y oferta fracasada, como tantas veces antes hemos visto.  Pero ayer, como si los rituales del éxtasis nos llegaran a todos,  vimos a los indios de México en la sumisa entrega de su colectivo y simbólico bastón de mando, de múltiple mando, para tepehuanos, coras, seris, tarahumaras o tzotziles, como si hubiera en verdad estructuras  generadas por el uso y la costumbre, por encima de los poderes constitucionales, cuya potencia nos abarca a todos por igual frente a la omnímoda ley, simbolizados en la Banda Presidencial de tres colores,  ahora colocados con el verdor junto a la barbilla del hombre más poderoso de México, de México hecho hombre, cuyo emocionado temblor fue apenas perceptible cuando juró cumplir y hacer cumplir y todo lo demás, cuyo contenido comprometido ya conocemos de sobra porque hemos visto también de sobra cómo el juramento se muda en el incumplimiento crónico del irrespeto a ley y a las instituciones, en este país donde Sísifo todavía cree posible llegar a la cima con una piedra estable y quieta para siempre, pues muchos son los casos de traición a la esperanza, cultivada cada seis años y cosechada para durar apenas un tantito, un momentito, un insignificante “mexican moment”, como se diría en reciente frase fracasada, cuyos autores  regresaron de Argentina, hace apenas unos días con el documento cumbre del neoliberalismo globalizado y globalizador, el nuevo tratado comercial con Canadá y los Estados Unidos en el cual se sostienen ideas contrarias a las más cercanas expresiones pre-presidenciales sobre el futuro de la actividad energética en el país; es decir, del petróleo cuya silenciosa brea duerme en el subsuelo a ver despierta algún día… algún día, cuando ya no valga, para mitigar con sus potencias infernales, la cada vez más abundante  miseria del pueblo mexicano sentado en minas de oro y yacimientos de chapopote, dedicado desde toda su historia al cultivo de las flores de su pobreza o las hojas de mariguana de sus torpes ensueños.

Esperanza de millones de mexicanos

–Es que me ha dolido mucho mi rodilla. Y soba y soba con alcoholito.

–Lindo canta Eugenia. Lindo canta Silvio.

Y las bocinas a todo trueno rebotando su estrépito en los edificios de la plaza, en  el portal de los Mercaderes y sobre las ruinas sepultadas de las Casas Grandes del grande Moctezuma a quien le metieron una faca en el riñón mientras el populacho lo, apedreaba furioso por la traición, por la entrega de un penacho de quetzal y oro y chalchihuite, por lo escaso del maíz y la muerte de los chichicuilotes y los niños sangrando con bubones de viruela, por  la invasión  de los blancos y el tropel de los, potros desbocados con la codicia extremeña en los lomos. Hoy, como quiera decirlo cada quien, con el significado de la condición de cada uno, con la confianza o el resquemor, con la fe o la negación, con el anhelo o el desconsuelo, como lo sienta y lo guste y lo interprete cada uno de los mexicanos; los encantados, los desencantados, los escépticos y los convencidos,  se vislumbra un nuevo sol en el horizonte y el verbo nos asegura –cómo hemos visto y escuchado todos–, la colectiva penetración, propalada no como una victoria personal, sino como una definición jactanciosa del nuevo estado de Derecho, porque sabe usted, camarada, ya se las metimos doblada, toda ella, ¿así la ve? Y para eso no fue necesario ungüento alguno ni lubricante piadoso, sólo jugar con la ley tal si fuera plastilina o vaselina, porque mientras algún  cercano exprese tan gráfico lema de triunfo,  ya tenemos sustituto del telegrama de Zaragoza cuando el ejército venció a los invasores de la Francia y las armas nacionales se cubrieron de gloria. Nada, nada, doblada ella, dijo el gran novelista de Gijón, cuyo encargo se mantiene firme, así su cargo oscile entre la congeladora legislativa y la imprudencia política, no del indiano de Asturias, sino de quien lo hizo compadre.

No te preocupes Rosario, decía el clásico ahora fuera de moda.

No te preocupes, Pacorro, dice el nuevo consejo. Firmes.

Paco Ignacio Taibo II

Mañana, cuando en esta plaza ya no queden ni siquiera los papeles del desperdicio movidos, por el viento frío de los climas de otoño, cuando las hojas secas no sirvan sino para atascar el drenaje y los miles y miles de cartones y gorras viejas se hay ido a dormir al  Bordo de Xochiaca y sus pepenas múltiples;  cuando comience el nuevo orden y no se tenga ni memoria de la homilía dominical de esta mañana en la Catedral de majestuoso asiento, debajo de cuyas torres han pasado reyes, virreyes, emperadores, demagogos, presidentes, golpistas y traidores; patriotas y hombres de letras,  cuando la madrugada y la alborada iluminen el inicio de la cuarta etapa de la patria transformada gota a gota, en gruesos goterones de sangre o bilis, muchos ya no estarán donde estuvieron; entre ellos el ministro José Ramón Cossío, quien antes de colgar la toga para después meterla en la vitrina de los recuerdos de la vida y volver a las aulas a repetir aquello de “decíamos ayer”, nos advierte cómo vivimos en una democracia tan frágil como el ala de una mariposa y una bien advertida tentación autoritaria capaz de tumbar de un soplo un rebaño de elefantes y hacerse hasta con los instrumentos de la justicia constitucional, porque esa tentación, cuya gravedad la puede convertir en una vocación  y luego en una intención, surge de la perversa actitud por la cual la legitimidad electoral se coinvierte en una herramienta para destruir la legalidad nacional desde la cima.

Como nunca antes en la historia reciente de México se va a iniciar el primer gobierno absoluto surgido de un proceso electoral sin mácula ni queja. Cuando los grandes tlatoanis del PRI en el siglo XX gobernaban, era por la fuerza residual de las armas revolucionarias.

Hoy gobernará Andrés Manuel con las armas de un largo proceso democrático cuyo fruto aun no conocemos, pero en cuyo tránsito ya tiene seguro el respaldo de las Fuerzas Armadas y la hasta hoy imaginaria, Guardia Nacional.

El sol de esta mañana puede ser una manzana de oro, puede ser un fruto de discordia interminable. Dentro de seis años podremos ver el resultado.

Mientras tanto…