El Diluvio: La frontera y algo más


Mi experiencia de juventud en cruce fronterizo; nada ha cambiado

Deslucida marcha dominical en la Ciudad de México; remedo de unidad.

Rafael Cardona

En diciembre de 1968 un amigo mío había seducido a una rubia sobrina del Tío Sam, quien loca de amor por su “latin lover” lo invitó a conocer las heladas tierras de Wisconsin y de paso presentarle a su familia y comer pavito en el marco de una fiesta navideña.

Mi amigo me invitó y como éramos un par de parrapas menesterosos, decidimos cruzar todo los Estados Unidos en autobús. Dos meses antes había terminado de manera terrible el movimiento estudiantil, del cual no fui protagonista; cuando mucho espectador y manifestante ocasional.

Con unos pocos ahorros y algún dinero familiar, emprendimos la marcha. Cuando llegamos a la frontera teníamos, como dice García Márquez de Simón Bolívar, un  “callo escabroso” en el sieso después de 24 horas de incomodidad sedente. Y todavía faltaba mucho más.

Al llegar al puesto fronterizo tuve mi primera e inolvidable experiencia con un agente gringo de migración.

No si será un delirio de la memoria transformada, pero podría jurar su enorme parecido con Donald Trump. Güero cara de loco.

Para no alargar la historia, tras preguntarme en un sentido de interrogación ya respondida por su propia sentencia, si yo era comunista, el güero me dijo que no podía entrar a su país. Punto. Y si quería hacerlo debía mostrar solvencia económica: cinco mil dólares y un boleto de avión de regreso, con fecha no mayor de diez días. No tenía ni lo uno ni lo otro.

Tras marcar con muchas anotaciones y sellos de infamia el pasaporte y cagarse en la visa, me dijo “out”. Yo le dije entre dientes chinga tu madre y me fui. Durante casi 20 años no tuve una visa normal. Cuando más, “one entry only”.

CARDONA EL ORGULLO DE JOVEN MEXICANO

Y LA MENTADA NI SE OYÓ

Afuera hacía frío. La noche juarense cortaba con filos de viento. Mi amigo, cuya suerte fue idéntica a pesar de haber mostrado la amorosa carta de invitación de la rubia enamorada, caminaba con las manos en los bolsillos mientras balanceaba su maleta-mochila. Molidos, expulsados, hambrientos, caminamos por el puente.

Pero yo me porté como un patriota.

Al llegar a zona nacional, con apenas un pié en la línea, urgí a mi bien entrenado cuerpo a una micción vengativa. Hice cuanto se hace para orinar y el cálido y humeante chorro, mojó la patria de Winfield Scott; Wilson, Sam Houston, Pershing y demás gringos de esa laya y me sentí casi, casi un niño héroe. Les había meado, como león en celo, el territorio ajeno.

Después de eso ya podían los gringos saber el motivo de su nacimiento y la causa de su muerte. Sin bandera me había arrojado contra las peñas de Chapultepec. Eso fue patriótico y defensivo, tanto como si hubiera ido al ridículo de marcha de del domingo pasado.

Propuesta  por la sociedad civil, cuyo comportamiento no fue del todo civilizado, a la hora de la paternidad mediática y el aprovechamiento politiquero de unas y otras señoras convocantes (juntas; ni difuntas), la marcha de ayer fue un remedo de unidad. Todo les salió mal.

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¿QUÉ MOSTRO LA MARCHA? AUSENCIA DE PERSONAJES

Si querían mostrar a un país sólido, unánimemente agrupado en defensa de su identidad, de su noción de la convivencia entre naciones soberanas y todo lo demás, no pudieron, sólo mostraron dos grupos de personas tironeándose la manta unas contra otras, incapaces de agrupar a los miles y  miles cuyo volumen apenas mostraría  el tamaño de la indignación.

No apareció ni Arne con sus pañales contra la embajada. Ni para eso les dio el coraje, ya no digamos para derribar las vallas de Reforma entre Río Danubio y Río Sena. Qué pena.

Más allá de las fobias o cualquier otra consideración hay un hecho incontrovertible: la llamada “unidad nacional” no existe. La noción de mexicanidad se dispersa en lo anecdótico y lo intrascendente.

Por años quisimos ser (hasta Monsiváis lo dijo) la primera generación de gringos nacida en  México y ahora no sabemos cómo reaccionar ni siquiera ante algo tan simple como una rabiosa y furibunda política de agresión.

Si el gobierno ha fallado la sociedad ha probado cuanto  se merece a ese gobierno. O al menos cómo se parecen.

Pero eso si, cantamos el Himno Nacional como si fuera un ensalmo o una fórmula mágica para alejar al enemigo, como un conjuro de exorcismo, como una declaración por encima de los hechos, como cosa de chamán.

Y ante el resultado,  la actitud de los medios causaba un poco de hilaridad.

Algunos decían, en sus portales de las 3 de la tarde, “Varios miles protestan contra Trump en CDMX”, mientras otros se dejaban de cuentas y sólo publicaban: “Entonan himno nacional en El Ángel”.

Trump debe estar de lo más preocupado ante este bloque indestructible detrás de su muro.

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LAS PALABRAS DE MARIANO OTERO

Algunas personas me han preguntado acerca del contexto en el cual se produjo la famosa pieza de Mariano Otero –cuyo centenario ahora se conmemora–, en torno de lo fundamental y la unidad nacional.

Fue una improvisación, podríamos decir “castrista” (como los discursos de Fidel Castro, de tres horas “apenas”) durante el Congreso Constituyente de 1842 cuando el federalismo y la conformación nacional eran el tema central de todos los debates.

Pero la pieza rebasa –dice Jesús reyes Heroles–, “la mera defensa del federalismo. Su alcance teórico es mucho mayor, pero a diferencia del ”Examen Analítico”, no se queda en la pura doctrina. Los juicios políticos menudean. Expresamente se separa de las abstracciones. No se está, dice, en una sesión académica; no se puede, pues, caerse en las cuestiones abstractas y generales. Se pretende buscar las instituciones que deben regir la vida nacional para mediante ella asentar la estabilidad y lograr el progreso.”

Pero por encima del alegato federal (esencialmente las regiones y estados configuran una unidad política llamada República), Otero explica algo importante bajo cuya luz hoy podríamos entender la realidad entre los mexicanos y Estados Unidos. La idea, no de aquel liberal sino de esta columna es simple: la política e los Estados Unidos no ha variado y es consecuencia, a su vez, o al menos correspondencia, con nuestra política hacia ellos.

De alguna manera estamos pagando la patraña de haber cedido con la sonrisa del Mr. Amigo.

Y en el enorme discurso de Otero se lanzan ya –desde entonces– las advertencias. Leamos:

“…El infortunio y la desolación han sido los amargos frutos del sistema que hoy se ensalza y que se quiere plantear y yo no se qué diríamos, señor, si cada uno de los Estados de la antigua federación mexicana se presentase delante de nosotros para exponernos sus horrores y mostrarnos sus infortunios…

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GERMEN DE DESGRACIAS

“…En este lugar mismo, no hace muchos días, que con el corazón lleno de dolor vimos el fúnebre gemido de Yucatán, y yo por mí, digo que cuando escuchaba atentamente aquella dolorosa manifestación de todo lo que esa porción importantísima de la República había sido bajo la misma dominación española, de la situación a la que la redujo el centralismo y del funesto espíritu de división que cunde en los Departamentos lejanos, he creído ver ahí el germen de más de una desgracia.

“¡Cuántos otros han callado señor! Ahora mismo que yo hablo, los infortunados habitantes de los departamentos limítrofes, se encentran en la desesperación porque no pueden resistir a los bárbaros que con un furor salvaje talan sus campos; degüellan sus ganados, incendian sus casas e inmolan las familias de poblaciones enteras ; y este azote horrible acompañado de tantos otros, ¿creéis que en nade influye PARA SEMBRAR EL GERMEN DE LA DIVISIÓN en esos Departamentos remotos y despoblados?

“¿CREÉIS QUE LA RAZA ANGLOSAJONA NO SE APROVECHE de su constante atenuación? Quizá no esperaremos demasiado tarde de este letargo.

“Ni es mejor la suerte de los Departamentos interiores. La agricultura y el comercio se encuentran en una decadencias espantosa, y LA INDUSTRIA CUYO ESPÍRITU BRILLÓ POR UN MOMENTO, TIEMBLA TODOS LOS  DÍAS ANTES LAS MAQUINACIONES DEL EXTRANJERO… (mayúsculas mías)”

Dos elementos de importancia actual se destacan en este largo discurso: el aprovechamiento de “la raza anglosajona” de nuestras debilidades (las cuales fomenta de manera incesante con su “guerra cultural suave”; es decir, el cine, la música, la educación de las élites nacionales allá, etc; el “american way” en general) y las maquinaciones del extranjero, ahora expresadas en la demolición de un tratado de libertad comercial cuya estructura fue siempre un riesgo, como ahora vemos.

Lamentamos ahora la insolencia cuando no fuimos capaces de negarnos desde un principio a ejercer formas hasta de co-gobierno, como sucedió cuando se abrió la oficina binacional alterna de intervención directa (a pocos metros de la embajada “regular”) con pretexto de la lucha contra el narcotráfico bajo la forma policía de la “Iniciativa Mérida”, una forma sutil de presión (la artífice fue Hillary Clinton, casualmente) con el mismo diseño de la experiencia colombiana.

Nadie puede disculpar este viraje del gobierno de Trump hacia la barbarie, pero México hoy carece de herramientas eficaces para defenderse ante sus excesos.

Las marchas de “intelectuales” gritando “el que no brinque es Trump”; las quejas sin destinatario, no harán sino exasperar (y justificar) los fundamentos del gobierno americano, y en el afán de quedar bien con  sus electores (ya ha dicho varias veces, “sólo cumplo mis ofertas de campaña y seré duro en eso”), va a extralimitarse y sólo será en  las propias instituciones estadunidenses donde se le pueda  poner un límite. No desde aquí.

Es la vieja historia de las gallinas de arriba y las gallinas de abajo.

cardona la pasada marcha dominical