El diluvio : Elocuencia de Biden y las nuevas reglas


Donald Trump

Rafael Cardona

El presidente Andrés Manuel López Obrador

Para un país acostumbrado al desenfreno verbal, a la explosividad del pirómano abrumador, durante cuatro años, el discurso de Joe Biden vino a ser algo tan refrescante como el viento helado en la explanada de Washington, en la suave agitación de los miles de banderas sembradas, como árboles simbólicos o americanos ausentes.

Pero si bien fue el discurso de un hombre comprometido con la concordia, también  fue la negativa al simplismo “naiv” o ingenuo. Biden sabe el enorme reto de administrar y agrupar a un país profundamente dividido y con la presencia pertinaz de un  agitador suelto por las calles, seguido por un tropel de búfalos.

Si bien la imagen de Donald Trump rumbo a la vida privada fue reconfortante a pesar de su actitud de perdonavidas en busca de una nueva oportunidad, la cual quizá nunca llegue por el bien de todos, es algo anhelado por medio mundo, también  es verdad la nostalgia revanchista de la otra mitad del mundo americano. Los antivalores de divisionismo, odio y racismo de esa parte de América, no se terminan con  la salida de Trump a Florida.

Setenta millones de seguidores son una enormidad. Juntos suman una población mayor a la de la España o la Gran Bretaña. Y quizá con esa realidad en mente, Biden dijo algo de suma importancia como preludio de sus afanes.

“…Sé que hablar de unidad puede sonar un poco ridículo hoy en día. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales. Pero también sé que no son nuevas. Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal estadounidense de que todos hemos sido creados iguales, y la fea y dura realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo y la demonización llevan mucho tiempo separándonos. La batalla es perenne y la victoria nunca está asegurada…”

Joe Biden

Biden desplegó un discurso impactante por su sencillez. No es un orador fogoso, ni siquiera es un orador. Tiene la poca gracia de un notario o de un sacerdote en la misa dominical de las once. No conmueve por su elocuencia, ni por sus recursos escénicos, pero mueve a la reflexión, lo cual es quizá más difícil.

La única masa a la cual apela –a diferencia de Trump–, es a la masa encefálica.

Es un hombre reflexivo, con ideas y actitudes firmes. Además, en contraste con la altanería de su antecesor, se ofreció al servicio nacional con humildad, con sencillez y conciencia del riesgo:

“…Podemos vernos unos a otros no como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, dejar de gritar y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia; no hay progreso, sólo ira agotadora. No hay nación, sólo una situación de caos. Este es nuestro momento histórico de crisis y desafío. Y la unidad es el camino para avanzar. Y debemos enfrentarnos a este momento como los Estados Unidos de América…”

La historia americana, excepto en tiempos de guerra o de grave emergencia, nunca ha sido una nación unida. “E pluribus unum” (de todos, uno) es  un lema incumplido pero una simbólica aspiración, un anhelo. Por eso vale esta idea de Biden: un realismo sin conformidad:

“…Estamos aquí, sólo unos días después de que una turbamulta descontrolada pensó que podía usar la violencia para silenciar la voluntad del pueblo, para frenar el funcionamiento de nuestra democracia, y para echarnos de este lugar sagrado. Eso no sucedió, y nunca sucederá. Ni hoy, ni mañana, ni nunca.

“…A todos aquellos que apoyaron nuestra campaña, me siento abrumado por la fe que nos depositaron. A los que no nos apoyaron, permítanme que les diga esto. Escuchen lo que tengo que decir a medida que avancemos. Conozcan mi persona y mi corazón.

Salvador Cienfuegos

“…Si siguen sin estar de acuerdo, que así sea. Eso es la democracia. Eso es Estados Unidos. El derecho a disentir pacíficamente dentro de las barreras protectoras de nuestra democracia es quizá la mayor fortaleza de nuestra nación. 

“Pero escúchenme con claridad: el desacuerdo no debe conducir a la desunión. Y les prometo esto: seré presidente de todos los estadounidenses. Lucharé con la misma fuerza por los que no me apoyaron, como por los que sí lo hicieron…”

Sin embargo, con las armas de la legalidad, Biden debe impedir un “maximato” trumpista. Los afanes ciegos de quien  ahora puede convertirse en un Santa Anna agazapado, deben ser frenados como el general Lázaro Cárdenas se deshizo de Calles.

Pero aquí se cuecen otras habas.

De manera hasta cierto punto comedida, pero el Señor Presidente le ha metido un zape al imaginariamente autónomo fiscal de la nación, Don Alejandro Gertz, quien impetuoso como un Miura burriciego, embistió contra los Estados Unidos por el fiasco de la investigación contra el general Salvador Cienfuegos, amenazándolos con un inexistente tribunal internacional.

No soy partidario de escalarlo (el conflicto atizado por él mismo con  acusaciones de fabricación e inexistencia de pruebas), dijo el Ejecutivo nacional quien prueba con esa brevedad lo imposible: ¿cómo escalar hacia una montaña inexistente?

Pero mientras ese elemento de la tensión se diluye por la intervención presidencial  quizá otros muchos permanezcan latentes, aunque al parecer hoy el gobierno entrante en Washington, no tiene tiempo para ocuparse de los asuntos del vecino, porque con fulgurante velocidad el señor Biden desmantela con 17 golpes de pluma, los necesarios para firmar otras tantas órdenes ejecutivas (decretos), con las cual en menos de ocho horas barre con algunas de las estupideces de Donald Trump, especialmente la construcción del muro.

Y simultáneamente  el presidente de México anunciaba de manera informal, desde el púlpito matutino,  su determinación unilateral de establecer nuevas reglas en la relación bilateral.

Tres son las condiciones requeridas por México para nuestro nuevo acuerdo: no injerencia, respeto y orden.

De esa manera será posible lograr una cooperación para el desarrollo, alejada de la cooperación militar y policiaca de los últimos años.

Alejandro Gertz

Eso está bien, requete-bién, diría el clásico, excepto por un detalle: es apenas la mitad de una fórmula. El otro cincuenta por ciento lo propondrá la parte complementaria, porque una relación bilateral, como bien lo sabe el notorio internacionalista Don Pero Grullo, es de dos.

Y aquí el señor Biden todavía no pone sus cartas sobre la mesa.

Este apresuramiento en exponer públicamente las condiciones requeridas para un nuevo trato con los Estados Unidos, me recuerda aquel galán de pueblo cuyo sueño era tener una relación con Sofía Loren a quien había jurado conquistar.

Yo quiero con ella. Nomás falta la otra mitad. cómo bailar el tango…

Así pues el gobierno mexicano ya tiene resuelto el cincuenta por ciento de un  acuerdo con Joe Biden para reorientar las relaciones. Lástima no haberlo hecho también con Trump frente a cuyos caprichos siempre hubo (digámoslo suavemente) ductilidad pragmática.