El diluvio: El gobierno de las palabras en el país hipnotizado


Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade

Rafael Cardona

Si uno desconociera a los personajes de hoy, si los pudiera ver a través del velo de la leyenda como miramos a los políticos-estatua de antaño, si tuviéramos acaso el pretexto del tiempo por cuya lejanía todo se difumina y termina por aceptarse, si no halláramos en el título de González Pedrero la posibilidad del país de un solo hombre; si fuera posible, en fin, creer tantas patrañas y tantos delirios como ahora se nos ofrecen en una interminable caravana de promesa gitanas y mancas, irrealizables, inútiles, innecesarias y ocasionales, fútiles o decorativas como vender un avión o cancelar un aeropuerto; mudar a la
burocracia a ciudades escogidas si ton ni son;  si de verdad nos llenara el pecho la patriótica emoción de una democracia salvífica yredentora, quizá seríamos felices, acomodados en la butaca de esta sala de cine en la oscuridad, de cuya película apenas conocemos el programa porque el proyector ni siquiera se ha encendido, pero en realidad, algunos  ya quieren salirse a la calle sin importar la lluvia o al calorón canicular o los robos y asaltos aquí y allá.

Este es el México de la transición de terciopelo.

¿Hipnotizados?

Es el país donde hay dos presidentes y termina por no haber ninguno.

El activo (pasivo) por mandato de la Constitución, cuyas lámparas se han apagado y tras cuya ventana en Los Pinos sólo alumbra la mortecinaluz de la vigilia temprana.

Silencioso y ausente, discreto y callado, como no sea para felicitar en público a Doña Angélica por su cumpleaños o jugar al golf en alguno de sus retiros frecuentes, en Punta Mita o en Lerma.

Muchos viven las vacaciones de verano, pero no así Andrés Manuel (presidente electo por calendario, pero activo por vocación), quien con un  frenesí típico de su inagotable hiperactividad, sube y baja y mezcla la constitución moral (Dios mío), con la siembra de frutales
en la selva Lacandona donde todo se puede dar, excepto las especies del capricho sexenal, en los albores de un gobierno aprovechado ahora para compensar los meses faltantes al final,  pues para el 2024 las cosas acabarán dos meses antes de cumplirse los seis años con calendárica precisión, como todos sabemos.

Y en esas condiciones, con la pelambre facial de un romero en el Camino de Santiago, aparece José Antonio Meade, ex candidato por el PRI y sus inútiles satélites,  a decir públicamente (por segunda vez), cuánto quiere el éxito de Andrés Manuel en la disputada presidencia, ahora en manos tabasqueñas,  y lo vemos, como gallo en corral ajeno, con una sonrisa nerviosa y las barbas blanquecinas, los hombros caídos y el lenguaje corporal de la incomodidad, sentado en el diván de la casa del futuro presidente, fiel a un guión de concordia orquestado quien sabe para qué y a cambio de cuáles condiciones futuras, pues nada en política queda lejos del axioma del “quid pro quo”, lo cual quiere decir, te doy, me das y va una cosa por otra.

Javier Corral Jurado

Y lo mismo se puede decir de la segunda reunión  entre ambos mandatarios (uno manda sin mandar y otro deja de mandar para obedecer al sucesor).

–¿Y cuál fue el menú del desayuno? Para Meade, sapo a la cacerola. Ándele, cómaselo todo.

Pero el país, salvo algunas excepciones tan poco notables como escasas, vive todavía sumergido en un estado general de hipnosis muy poco propicio para la vista clara.

El próximo presidente aturde con su hiperactiva verborrea. Cada mañana, cada tarde; un día sí y otro también lanza mensajes tan distintos y a veces incomprensibles, como para no dar tiempo de asimilar sus proclamas, mandatos, señales, advertencias, contradicciones –por ejemplo–, entre  el amor como base republicana y la advertencia de una memoria sin venganza pero sin  amnesia; del verbo para perdonar, de la consulta para x o y a la firmeza inconsulta para imponer.

Estos son ejemplos, nada más:

Y para iniciar tan arduo afán se han promovido, al amparo del próximo régimen, foros de pacificación, los cuales han sido algo peor a una catástrofe, al menos en el campo mediático.

El primero de esos foros, en la ciudad fronteriza de Chihuahua, dondela violencia homicida  había bajado notoriamente, fue un encontronazo con la realidad de las familias víctimas de  muchos delitos.

Feminicidios, desapariciones, secuestros.

Ellos, a gritos,  interpelaron a  los pomposos oradores, entre los cuales estaba el gobernador del Estado, Javier Corral, cuyos hermanos siguen proceso por narcotráfico en Estados Unidos, y les dijeron, cualquier cosa menos el perdón.

Ellos pedían la justicia, pero el futuro presidente, con un lenguaje parabólico y casi bíblico-gandhiano, les dijo, no podemos creer en aquello del ojo por ojo y el diente por el diente, porque la ley del Talión nos dejará tuertos a todos y chimuelos a todos.
Y en el nombre de la óptica y la dentadura; decidieron irse a organizar un  segundo foro,  este en Coahuila, otro estado fronterizo, en el cual las cosas fueron casi iguales. Pero ahí, el secretario de Seguridad Pública del futuro, Alfonso Durazo, cuyo anterior jefe, Luis Donaldo Colosio fue asesinado a tiros en Tijuana hace casi un cuarto de siglo, sacó un carrete de hilo negro para buscar su patente:

Francisco Franco. Porque se puede

“…“El perdón es un proceso personalísimo que tiene que ver con la paz interior de las personas, de las víctimas, para poder sacar y seguir adelante con sus vidas, pero sin olvidar lo ocurrido. Nos saldrá más provechoso como sociedad su indulto o su amnistía que su castigo”,
expresó”.

Y aquí es donde naufraga toda lógica. Si el perdón es un proceso personalísimo (quien habrá inventado ese superlativo inútil), cómo se le pretende convertir entonces en una política pública.

Si perdonar nos lleva a la paz interior, cómo relacionar tan placida condición, casi de Nirvana tibetano, con un asunto de policías y ladrones, en el cual van ganando los ladrones, pues éstos trabajan en ambos lados.

Pero para satisfacer el discurso, se hacen los cambios. Nunca mejor oportunidad para recordar aquello de los bueyes detrás de la carreta.

–¿Cuál será la razón –pongamos sólo ese caso–, de mover la Secretaría de Educación Pública a Puebla? ¿Por qué ahí?

Pues como dijo Francisco Franco, porque se puede. Y punto.

Y por esa razón  ni siquiera se deben analizar los nombramientos de los colaboradores. No tiene caso censurar a Romero Oropeza en PEMEX o a Bartlett en la CFE. Eso es así porque la ley lo permite y a callar.

Y lo mismo con  el resto del gabinete entre Montessori y La Academia.

En  tiempos confusos ( y estos así me lo parecen), la opinión (pública, publicada o general), pasa por una condición como de
anestesia.

Manuel Bartlett

Francois Bédarida, en una interesante biografía de Churchill, habla de los errores del héroe británico poco tiempo antes de la guerra (1937) donde ni siquiera su agudeza le permitía un juico certero sobre la amenaza de Hitler. Leamos:

“…Churchill no duda en plantearse: “¿Hitler, monstruo o héroe?, será la historia quien se pronuncie…”

Y se pregunta:

“…Cuando vemos de qué modo una mente tan aguda y bien informada como la de Churchill, puede llegar a equivocarse tanto, podemos calibrar la medida del trastorno que anestesiaba toda la opinión en aquella época, una opinión asustada por los horrores de la Gran Guerra y en la que dominaba un pacifismo visceral y difuso…”

Visceral y difuso, como esa “mise en scene” del diván y la mueca, porque los mexicanos también estamos espantados por nuestra Gran Guerra, declarada como respuesta a una acusación de fraude electoral y dictada desde Washington a Felipe Calderón.

Todos se han volcado en los elogios de tan celebrado encuentro –entre otros matices de estos días–, cuidadosamente realizado en el domicilio familiar del futuro presidente, para quitarle de arranque todo tinte de oficialismo promisorio y dejar las cosas públicas a la vista; pero las privadas en reserva, como debe ser.

Miente  quien crea en la utilidad de divulgarlo todo. Ni le conviene a la política, ni lo merecen los ciudadanos, mucho menos los
internautas cuya navegación por la galaxia del chismorreo  nos debería llevar al aplauso de toda discreción. La vida no es solo lo visible, también lo oculto. La verdad, dice Juan (8.31,32), nos hará libres, pero también nos puede hacer pedazos.

Por eso ha dicho Andrés Manuel una frase certera, tomada de un viejo proverbio árabe;  “el hombre es amo de su silencio y esclavo de sus palabras”, aun cuando él la haya parafraseado como rehén de sus palabras y dueño de sus silencios.

Hoy vemos a los dirigentes de mañana, no exentos de tropezones, como por ejemplo aquella vergonzosa carta a Trump en la cual la similitud debería causar pena, no orgullo, ni mucho menos vano intento de emparejar el terreno de las negociaciones en un juego mendoso, de halagos compartidos entre un hombre de la ignorante frivolidad más espeluznante, como el presidente de Estados Unidos, y quien irrumpió en  la vida pública nacional con el ejemplo de Juárez.

Alfonso Durazo en segundo foro

Parecerse a Don Benito, como  anhelo, no puede continuar con parecerse
a  Trump como estrategia. El insólito abrazo del “chairo” y el “red
neck”. ¡Ay!, Marcelo.

Tiempos confusos estos.

La colmena zumba y cuando las abejas vuelan no hacen miel. Tampoco, sirve para mucho el ruido tenaz de los élitros del grillo, así Machado le llame canto a la luna.
Aquí el grillerío, encabezado por la incontinencia verbal del futuro presidente, no deja oír. A cada ocurrencia sucede una nueva promesa y el país vive como un extraño en la escalera, para usar aquel título de
Tulio Demicheli y Ladislas Fodor.

No se le pueden ahora pedir nueces a quien  sólo hace ruido, porque no es llegado su tiempo y como dice el Buen Libro: “ciertamente las muchas palabras multiplican la vanidad”. ¿Qué más tiene el hombre?”

Por ahora, nada.