El Diluvio : Cuando estallan los veneros del diablo


Jugando con el peligro
  • Un bidón de 20 litros no los sacaría de pobres… pero les costó la vida.
  • El “pueblo bueno” se muestra tras el accidente de camión refresquero.
  • Roban y destazan reses tras volcar camión en que eran transportadas.
  • Pésimo manejo de las redes sociales tras la tragedia; lanzan excremento.

Rafael Cardona

Se metían hasta las rodillas en el geiser inflamable del combustible derramado como munífica fuente de riqueza estúpida, porque ¿Cuántos litros se podrían llevar de la rotura del enorme tubo?

Diez o veinte, cuando más, cantidades ínfimas para arriesgar la vida, excepto cuando no hay conciencia ni de la vida ni de la patria misma porque ese combustible ya era de por sí cosa mal habida, alejada de los preceptos de la convocatoria presidencial para no lucrar con los bienes nacionales, para dejar de lado la maldad y las prácticas nocivas e ilegales.

Bien claro se los dijo el señor Presidente hace ya algunos días en el Valle de Chalco:

“…También en el Estado de México fueron a pinchar uno de los ductos y a decirle a la gente:

–“Agarren gasolina, aquí está la gasolina’, y algunos estaban ahí con cubetas, recogiendo gasolina.

El infierno en Tlahuelilpan, Hidalgo

“Yo llamo a la gente que no les haga el juego a estos corruptos; que, aunque digan: ‘aquí tienes gasolina y aprovecha’, que la gente no proteja a estos delincuentes; que el pueblo actúe con honestidad, como es siempre el pueblo de México, un pueblo honesto, limpio, digno.”

“Recordó –dice la información oficial–, que en el cambio de régimen es el propio gobierno quien pone ejemplo de honestidad y ofrece empleo para todos los habitantes que lo necesiten, por lo que ya no se permitirá el robo de combustibles y se convertirá en delito grave sin derecho a fianza”.

Pero ahora Parte de ese pueblo limpio y honesto, digno y todo lo demás en la suma de sus atributos, ha sido parcialmente víctima de su codicia, de su comportamiento  de saqueo feliz, de su costosa imprudencia, al perecer –casi 70 personas o más, quien sabe ahora–, en  una explosión cuya magnitud nos llevó de nuevo a la memoria de los muertos de San Juanico, donde la parca sigue sentada en sus esferas de gas en espera de otro accidente como aquel del noviembre de 1984 o el estallido del sector Reforma de Guadalajara en 1992.

El diablo se sale de sus veneros y los combustibles líquidos o gaseosos causan explosiones mortales.

Pasada la tragedia

Más de 500 en San Juan Ixhuatepec; 200 en Guadalajara y ahora estas sesenta o 70, más quienes fallezcan en medio de grandes dolores en los hospitales, con la piel carbonizada y la sangre intoxicada.

La fiesta de rapiña cuando hay un accidente, es uso y costumbre del pueblo bueno. Basta ver cómo salen de sus hormigueros cuando se vuelca en la carretera un camión de reparto de refrescos, cervezas, pollos o ganado.

Basta recordar alguna de las muchas escenas de crueldad y codicia de hace poco, cuando faenaron reses en la carretera.

Recordemos la hazaña de los hambrientos:

“…Decenas de pobladores del municipio de Atzitzintla y Esperanza aprovecharon la volcadura de un camión cargado con cabezas de ganado, en la autopista Puebla-Orizaba, para abrir la caja donde viajaban los animales y llevarse ejemplares vivos, no obstante, otras más fueron destazadas en plena carretera.

“El percance tuvo lugar en el kilómetro 230+400, en los límites con Veracruz, donde por la mañana se reportó el choque lateral y volcadura del tracto camión color blanco, con matrícula 03-AB-3R, el cual llevaba acoplada una caja tipo jaula con 40 reses…

“… mientras la Policía Federal y Caminos y Puentes Federales (Capufe) resguardaban las unidades, decenas de pobladores de Atzitzintla y Esperanza comenzaron a llegar para sacar las cabezas de ganado, muchas de ellas muertas, pero otras aún tenían vida.

El día después

“Con la finalidad de llevarse todo, varias reses fueron destazadas en plena carretera para que la gente pudiera llevarse carne, ignorando la presencia de las autoridades que ante el número de personas prefirieron no intervenir para frenar la rapiña, aun cuando la unidad ya estaba lista para remolcarse”.

Y esta impotencia de las autoridades para controlar el vandalismo oportunista, también quedó de manifiesto en el estado de Hidalgo, porque los militares cercanos al accidente se replegaron para evitar el enfrentamiento con los habitantes de San Primitivo, otros lugares cercanos, quienes ignoraban las razones de los uniformados.

Mientras el amotinado pueblo bueno se lleva los restos de los naufragios carreteros o los litros posibles en sus tinajas, cubetas y hasta tazas o botellones, como si ese pequeño hurto les fuera a significar la salvación de la pobreza.

Los militares se rehusaron al enfrentamiento y ahora vamos a ver cuántos oportunistas de las organizaciones de Derechos Humanos, las del Padre Bruno o las del Padre Pro o cualquiera de esas, los acusan de negligencia omisa, porque de ese tamaño se las gastan cuando se trata de sacarle raja política al árbol, carbonizado de cualquier percance de esta naturaleza fatal.

Hoy escuchamos de nuevo palabras recientes (15 de enero):

“(CGCS).- Arturo Velázquez Bravo, subdirector de Salvaguardia Estratégica de Pemex, responsable de las acciones de vigilancia y seguridad de los ductos, explicó que se trabaja con un sistema que permite localizar la ubicación exacta de la fuga para enviar personal.

Al acecho para el robo

“Informó que la instrucción del jefe del Ejecutivo federal fue fortalecer la seguridad en los ductos, especialmente en los 311 kilómetros del ducto Tuxpan-Azcapotzalco, donde se concentra la acción coordinada de Sedena y Semar:

“Se van a establecer 16 comandantes a lo largo del ducto, cada comandante al mando de dos células, a efecto de ser más eficientes y efectivos. Con anterioridad teníamos 500 elementos, ahorita vamos a incrementarlo a un promedio de 800, 850. También contamos con apoyo aéreo, helicópteros, aeronaves para volar de día y también con visión nocturna para eficientar (sic), nuestros resultados.”

“De esta forma, las acciones de seguridad y vigilancia contarán con cerca de 6 mil elementos en todo el país”.

Pues habrá seis mil elementos (a quienes poco caso les hacen los ocasionales huachicoleros de la pepena), pero hoy hay casi 70 cadáveres carbonizados.

Esa es la realidad.

Y como la causa de la causa es causa de lo causado, a nadie se puede responsabilizar de esta tragedia excepto a quienes pincharon el ducto, el cual se reventó por la presión del fluido y produjo cuanto ya sabemos y mucho lamentamos. Por eso ha dicho el presidente desde el sitio de la conflagración:

“…Esto, desgraciadamente, demuestra que hay que terminar con esta práctica que llevó a la tragedia, que no sólo es de este municipio o de este estado.

“Desgraciadamente es una práctica que se fue arraigando. Se permitió porque se dejó sin opciones a la gente, sin alternativas. Más que detener la estrategia, la lucha en contra de la ilegalidad y contra el robo de combustibles se va a fortalecer.”

Se dejó a la gente sin opciones, sin alternativas… dice el Ejecutivo.

Pues hoy se han quedado, además, sin vida. Muchos de ellos.

Unidos para robar

DE DESGRACIA EN DESGRACIA

La desgracia de Tlahuelilpan, Hidalgo, compañera de muchas otras con las cuales México se viste de luto con frecuencia intolerable, ya sea por malas práctica en el manejo de explosivos, el robo de combustibles, la impreparación en las maniobras para alojar residuos tóxicos, la contaminación de ríos y suelos, nos ha traído además otro fenómeno altamente nocivo: la polarización en torno de las víctimas del accidente.

Víctimas propiciatorias, diría alguien si le diera a las palabras su peso exacto.

Víctimas de un sistema injusto cuya pobreza los orilla a la temeridad excesiva a cambio de cualquier chisguete en el comercio negro.

Personas cuya vida se carbonizó por una codicia de poca rentabilidad (para acabarla), las cuales han sido señaladas como ladrones de hidrocarburos, cuando muchos de ellos no eran sino casuales beneficiarios de la rapazada, conducta incomparable con la de los grandes capos del “huachicol”, cuya actividad –dicen– le cuesta al país 65 o 70 mil millones de pesos anuales.

Pero mientras por una parte hay quienes suponen merecido el destino de quienes por su aventura (ni siquiera por su necesidad, como dicen otros); participaban en el baño peligroso del aprovechamiento ocasional de un bien derramado, considerado a partir de la ordeña dispersa, por ese sólo hecho, como un bien mostrenco, otros le achacan la culpa a un sistema injusto cuya mala distribución nos ha llenado de pobres hasta el extremo de la temeridad del desafío incendiario.

Rapiña en su máxima expresión

Si la pobreza fuera una muestra de la bondad, este país sería desde hace mucho el paraíso en la tierra, poblado por seres arcangélicos cuya condición de penuria les impediría pecar, robar, matar secuestrar o cometer cualquier delito. La sacralización de la pobreza, su consagración como condición para la bondad, manchada a veces por la disculpable falta de oportunidades, es un exceso demagógico.

En sentido contrario, negar la injusticia en casi todos los ámbitos de la sociedad, es cerrar los ojos a la realidad de un cuerpo social atrofiado por su disparidad, afectado por sus desniveles y condenado a cargar con masas de desposeídos cuyo mejor destino sería incorporarse actividades productivas, previo paso por instituciones educativas favorables para ellos y no para la continuidad de la élite.

Pero hoy las ponzoñosas redes sociales salpican mierda a diestra y siniestra.

Es una vergüenza el uso de los más notables y avanzados medios de transmisión de información, usados para la repetición de estupideces en colmena.

Pero es el signo de los tiempos.