El Diluvio: Crujidos en el PRI


Francisco Labastida Ochoa

Antiguos personajes del tricolor emiten su opinión.

Similitudes entre Donald Trump y Nicolás Maduro.

Rafael Cardona

En dos diferentes medios, la ex presidenta del Partido Revolucionario Institucional, María de los Ángeles Moreno y Francisco Labastida, candidato a la elección presidencial en los albores de este siglo,  hablan en tono de advertencia sombría de un fenómeno visible, al menos para ellos: la fractura en el PRI como peligro electoral para el próximo año, como consecuencia de un  error en la selección del candidato.

“(El universal)… (María de Los Ángeles Moreno) si hay un error en la selección del candidato puede darse una fractura que quizá no sea visible pero que desde dentro del tricolor mine el potencial y la posibilidad de triunfo del partido. Esto se sería delicado, porque si el debate se da en la tribuna, aunque haya golpes, sillazos y gritos, bueno, que ahí se dirimiría con el voto, cuál es la ponencia que triunfe o cual es el punto de vista que gane. Hasta ahí todo bien.

“Si después se diera una decisión  equivocada que dividiera al partido, ahí si yo no veo cómo la podríamos ganar porque de por si las elecciones en la actualidad son muy competidas y los márgenes de triunfo son escasos, si a eso se le suma una división interna, creo que no habría posibilidades de ganar.”

Por su parte Francisco Labastida opina de manera muy similar: Revisemos sus palabras (Reforma):

“…Porque si la militancia del partido o respalda Al candidato, le va a costar mucho trabajo ganar. Y sólo con la militancia, el partido no gana las elecciones. Lo importante es primero el país y luego los partidos. Entonces lo vital es concentrarnos en discutir qué le proponemos a la ciudadanía y cómo lo queremos hacer… hay gran cantidad de personas que cumplen con los requisitos (honestidad, eficacia, militancia…), diría que además son priistas de probada experiencia. Hay quizá uno que hace un muy buen trabajo como secretario, pero que ni cumple con los requisitos (¿Meade?)… no le pongamos nombre, pero yo no arriesgaría una fractura en el partido…).

Cualquiera podría considerar fútil una discusión fuera del PRI, sobre la unidad del PRI, pero la experiencia del siglo pasado nos dice lo contrario: el peso político de esta organización, su arraigo en la cultura mexicana, su aportación histórica y su presencia, ya sea para bien o para mal en tantas cosas, permite avizorar la profundidad de los cambios nacionales a partir de su funcionamiento, su victoria o su derrota.

Si en los tiempos del partido dominante México tenía una estrategia de desarrollo y un rumbo visible y propio, la declinación interna del PRI, el abandono de su doctrina y su distanciamiento de la sociedad, lograron lo imposible: perder el poder desde dentro.

Manlio Fabio Beltrones
Manlio Fabio Beltrones

Así nació el Partido de la Revolución Democrática, como fruto de una real división  dentro del PRI entre los dogmáticos aprovechados y los “demócratas” desplazados.

Cuando José López Portillo, hombre de placer, no de poder, nos anunció casi con alegría  indescriptible, sería el último presidente de la Revolución Mexicana, nos estaba diciendo lo obvio; el pasado se estaba quedando atrás y no había ruta segura para el porvenir.

Más tarde serían asesinados el virtual presidente electo, Luis Donaldo Colosio y el secretario general, José Francisco Ruiz Massieu, quien iba a ganar las elecciones “de calle” y llegaría el entreguismo extranjerizante de Ernesto Zedillo al grito de la sana distancia.

El partido había perdido el gobierno, y el gobierno se desentendía de su partido. El círculo estaba cerrado. Colosio había muerto por segunda vez.

Y de ahí en adelante, el desastre.

Pero detrás de  este dueto de presagios y advertencias, se escucha otra voz: la de Manlio Fabio Beltrones quien  reventó en la presidencia del PRI con el desastroso resultado de las elecciones intermedias.

Además del hartazgo de muchos ciudadanos, Beltrones perdió por dejarse llevar disciplinadamente por el camino de las imposiciones dictadas. Lo hundió la lealtad mal comprendida, pero lealtad al fin.

Beltrones nos dice:

“…No caigamos en debates falsos, tenemos que decirle al ciudadano para qué queremos conservar el ejercicio del gobierno.

“Rechazamos la confrontación, no queremos discusiones que sólo reflejen ánimos de conflicto o lucha de posiciones… es indispensable la unidad en la pluralidad en los acuerdos… la unidad siempre es posible con  los acuerdos políticos que la sustenten. La política suele estar impregnada de pragmatismo; el pragmatismo que recorre a todos los partidos. Nosotros tenemos claro que un pragmatismo sin ideas, conduce al oportunismo…”

Pues será el sereno, pero todo esto solamente tiene un nombre: en el espejo cotidiano del Partido se refleja a diario el amenazante rostro de la derrota. Un partido sólido, cohesionado, victorioso y seguro, no anda previniendo fracturas ni en pos de alianzas de ninguna especie.

Sólo en la debilidad se busca apoyo.

Ma. De los Ángeles Moreno
Ma. De los Ángeles Moreno

TRUMP-MADURO

Muchos dirán, eso es una exageración.

Una “puntada” de reportero sin sentido, pero a mi me parece muy grave el espectáculo internacional de dos imbéciles jugando como aprendices de brujos con el destino de sus países y de buena parte del mundo.

Obviamente cada uno de ellos –Trump y Maduro–, tienen intereses distintos, pero hay cosas en las cuales se parecen enormidades, sobre todo en su monumental ignorancia, en su miopía.

Si uno ha sido un simple operador de camiones y trenes, el otro no ha sido sino un abusivo especulador de los bienes raíces. No se advierte en ninguno de los dos ni siquiera un ápice de interés por algo de relevancia intelectual, ya no digamos cultural. Son palurdos, nacos, pues, cada uno en el estilo de sus países.

Ambos tienen como mayor arma una elocuencia pueblerina y de evidente falsedad. Pero también públicos ingenuos, cuyo apetito inculto los ha hecho comulgar con esas ruedas de molino.

Cuando Trump junta sus deditos índice y pulgar o señala con el dedo a una parte de auditorio, como lo hacía Luis Miguel en sus conciertos para  gritar “Buenas noches, México”, resulta hartante. “Luismi” también, pero ese siquiera canta.

Y Maduro, no se diga, con ese fervor por el ditirambo; la fallida grandilocuencia de poblacho, el gajo sin epopeya, la rotundidad de sus delirios,  y el circunloquio y la prosopopeya y el retruécano y todo cuanto sirve para convertir cualquier discurso –sobre todo cuando sólo hay palabras;  no ideas–,  en un tazón de macarrones rancios.

Personalmente nunca he estado en una presentación de Donald Trump. Me habría gustado verlo “en vivo”.

Sus ademanes y su desproporcionada corbata roja, como una enorme lengua de vaca en la pechera, su paso cansino como viejo con pies planos, sus pucheros como de floja dentadura postiza;  su tendencia  sentarse con la espalda vencida, los antebrazos en los muslos, las piernas separadas, la mirada al piso y las manos apretadas una contra otra; me dan la impresión de un viejo avaro, rencoroso y malhumorado,  incapaz de un  gesto generoso.

No se cuál sea el diagnóstico de alguna de esas inteligentes personas cuya especialidad es leer el lenguaje no verbal. Si usted conoce a alguna pregúntele.

Pero si el cuerpo –su postura, su actitud, su colocación, su forma de mover brazos y piernas; de cruzarlas o abrirlas o cerrarlas, etc–, supera en elocuencia al verbo, el cuerpo de Trump no nos habla, nos grita, nos empuja, nos agrede.

Trump es grosero e inestable. Maduro es un barbaján de cuarta.

Hace muchos años había un  chiste majadero.

Decían de algunos venezolanos acomplejados y ostentosos de su riqueza petrolera, quienes se paseaban por el mundo en el despilfarro de los petrodólares: esos se bajaron de la palmera para subirse al Cadillac. Hoy se diría para subirse al Ferrari de oro. Maduro no se ha bajado de la palmera y desde ella grita con su mal disimulado chaleco blindado bajo la chamarra de lona.

A este ditirámbico señor yo lo he visto hablar.

Y no sólo lo he visto, lo he escuchado.

Y pongo a Dios por testigo, si muchos han sido mis pecados esa noche, cuando ya me había zampado a Evo Morales, a Rafael Correa, a Ortega el “Nica” y a Raúl Castro, llegó Maduro a derramar una interminable catarata de cursilerías revolucionarias (aparentemente revolucionarias; con lo cual –cuarenta y cinco  minutos más tarde), creí hallar el perdón de todas mis culpas. O casi todas.

Donald Trump
Donald Trump

Yo sí he probado un  rato en el infierno por los oídos, doloroso como plomo líquido. Fue esa noche bajo el cielo de La Habana.

Uno cree a veces las viejas lecturas. La historia, esa corriente dialéctica interminable cuya finalidad es la dictadura del proletariado. La violencia como su partera, el magisterio de su construcción, su condición de tragedia y comedia cuando se repite.

Pero otras veces asume la evolución de la vida social como el agregado de la obra de los caudillos, líderes y hasta del largo de la nariz de Cleopatra como factor de un rumbo u otro destino para un  pueblo.

–¿Y si a Benito Juárez no se le pierde el borreguito?, nos decían.

Por eso resulta desalentador ver cómo dos hombres al frente de sus pueblos, montados en discutibles resultados electorales (uno por sistema y el otro por degradación) tengan a millones de personas pendientes de un hilo por sus mamarrachadas; sus ideas sin sentido, sus caprichos, sus cambios de humor, su errática rotación de personal, sus pleitos constantes contra todos y por cualquier cosa.

Y o peor, su autoproclamada condición de mártires incomprendidos. Se parecen a quien usted ya sabe, víctima de todos los complots.

Millones de norteamericanos hoy se sienten avergonzados por los desatinos y ridículos del hombre del peluquín de espantapájaros. Y millones de venezolanos, no tienen ni para limpiarse aquella oscura parte cuyo aseo depende del papel higiénico.