A la mitad del foro: La corte de los milagros


Miguel Alemán Valdes

León García Soler

Ah, con los amagos de poderes desaparecidos en Tamaulipas, Guanajuato y, portentosamente, en Veracruz, pareció revivir el tiempo duro y serio del sexenio de Adolfo Ruiz Cortinez. De “El viejito”, como le decían al veracruzano de sesenta y un años que sucedió en el poder a Miguel Alemán el del vuelco civilista, primer presidente que no combatió en la Revolución y se hizo acompañar de notables universitarios y otros personajes de palaciego estilo que siempre se referían al hombre de la eterna sonrisa, como “El Señor”. Cosas de las vueltas del tiempo y de las transformaciones que fueran vistas como un péndulo sexenal y hoy se anuncian como el inicio de una nueva era, el final del priato tardío, extraño ancién régime.

Ya aparecen en los cielos señales de cuerpos celestes, anuncio de desgracias que anticipara Moctezuma Ilhuicamina. Del mundo nuestro en la luminosa visión de los vencidos en la obra de Miguel León Portilla: “el viejo sabio tlamatini” que ya va “camino del Mictlan”. Extraños tiempos estos en los que el Congreso de mayoría dominante de Morena asiste distraída al homenaje de la Nación a Miguel León Portilla, a quien luego se rinde homenaje en Bellas Artes y cubren su féretro con la bandera de la Patria y la de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Adolfo Ruiz Cortines

Estamos en la hora del espectáculo constante en la Corte de los Milagros. Vino viejo en odres nuevos. Mientras en la capital de la república laica desfilan las generaciones sobrevivientes del año 68 en el que el mundo entero vivió la rebelión generacional contra los poderes establecidos, fuera cual fuera el sistema político. Lo nuestro dejó huella y mostró el rostro oculto del autoritarismo y del resentimiento de quien ocupaba la silla del cesarismo sexenal. ¡2 de octubre, no se olvida!, Y vive en las generaciones que buscaron respuesta en las instituciones y padecieron la persecución pretoriana que los llevó a la convicción de que no había otra salida que la rebelión armada. Ecos del estallido libertario cubano. Y luego la larga noche de la violencia y persecución en Kent, en Paris, en la Primavera de Praga y en la Plaza de las Tres Culturas.

Nadie puede decirse actor exclusivo y excluyente del cambio que vino con esa lucha de ideas y la exposición de los sótanos de la tortura y la muerte en el poder que decía actuar contra la “conspiración comunista”. Tanto como los que se rebelaron contra el comunismo estaliniano en la Primavera de Praga. La historia de los años mexicanos ha sido escrita por los protagonistas del 68 y estudiosos de la Historia que rechaza el maniqueísmo.  Y sabe que el “hubiera” pertenece al ámbito de la metafísica y no al de la Historia. ¿Cómo explicar que a los endemoniados activistas que se dicen anarquistas se les llame hoy “conservadores”, conspiradores enemigos de la Cuarta Transformación y la verdad anticipada de lo dicho en hechos?

Hay que recuperar el valor de la palabra. Después de la más reciente violencia del caos anarquizante al que decidieron enfrentar con un “cinturón de la paz” integrado por empleados públicos, las autoridades de la CDMX anunciaron la victoria pírrica del pacifismo confuso que rechaza la obligación de usar la fuerza pública en defensa de los ciudadanos del mismo Estado; con la peregrina idea de que hacer uso del monopolio de la violencia legal es “reprimir al pueblo” en cuya defensa ha de utilizarse la fuerza o dejar a los ciudadanos a merced de la violencia criminal. Pero eso se ha dicho y repetido a cada paso de los proclamados actores de la Cuarta Transformación.

Homenaje en Bellas Artes a Miguel León Portilla

De hecho, desde mucho antes. En el sexenio zedillista, el de la agonía del priato tardío que proclamó ser contrario a las ideas  y las instituciones de quienes en el salinismo de Solidaridad, reflejo del accionar polaco y la inspiración papal, fueron llamados “nostálgicos del nacionalismo revolucionario”, para acabar perdiendo el poder y perdiendo la Historia. Lo de este inicio de la nueva era, continuidad del proceso que condena, y búsqueda de la imposible conciliación de lo que la Constitución de la República declara “separación de Iglesia y Estado. Del Estado laico garante de la libertad de creencias, imposible compañero de lecho de una tolerancia fincada en la sumisión del poder terrenal y cualquiera  que se declara celestial.

Y ahí estamos. Hoy ante la renuncia de un ministro de la Suprema Corte. De la que debiera llamarse con toda propiedad: Corte Suprema, según el formidable llamado de atención hecho hace años por Margarita Michelena. La Corte que disolviera Ernesto Zedillo al imponer la renuncia del total de los ministros de esa hora. Todos aceptaron la orden dada por quien había declarado estar “a sana distancia” del partido en el poder y procedió a cambiar cinco veces al liderazgo del partido en el sexenio final de la hegemonía del PRI. Aquel vacío constitucional, lapso de ausencia de uno de los Tres Poderes de la Nación, pretendió sustentarse en la reforma al Poder Judicial de la Federación de 1994-1995, aprobada por la última legislatura de mayoría del PRI.

Eduardo Medina Mora

Silencio. Nadie protestó en la hora del vuelco finisecular. Y así hubo un corto, pero trágico período de régimen violatorio de la Constitución, durante el lapso entre la renuncia de los ministros liquidados y el nombramiento de los nueve que haría el Presidente Zedillo, el mismo que llamaba a la Constitución General de la República: “Mi librito favorito”. Y ahora que renuncia el ministro Eduardo Medina Mora, qué dicen los que gritan que es un honor estar con Obrador.

Y mientras en el Senado de la República Ricardo Monreal Ávila recita línea a línea lo establecido por la norma constitucional, desde el Comité de Salud Pública, filtran la verdad alternativa de la presunción de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero de quien fuera asesor en la negociación del TLCAN, director del CISEN, secretario de Seguridad Pública Federal, Procurador General de la República, embajador ante el Reino Unido y luego ante los Estados Unidos de América. Hubo acusaciones filtradas a los medios y Medina Mora respondió públicamente que las transferencias a la Gran Bretaña y los Estados Unidos fueron siempre en pesos y no en libras esterlinas y dólares como afirmaban los de la Unidad de Inteligencia Financiera.

En las decisiones jurídicas de Medina Mora y no en los presuntos actos delincuenciales, parecieran estar las motivaciones de la dimisión presentada ante el Presidente de la República y remitida por éste al Senado para su análisis y aceptación. Está en juego la infalibilidad del elegido por mayoría apabullante sobre los cadáveres del sistema plural de partidos. La inseguridad, la impunidad del crimen organizado que no puede resolverse con palabras de pacifismo y llamados al buen comportamiento so pena de ser acusados ante madres y abuelos por su mal comportamiento; menos todavía, con la lastimera baja de la policía federal y el accionar del Ejercito, Marina y Guardia Nacional, con las manos atadas y la consigna de no responder a las agresiones de criminales y cómplices.

Manuel Bartlett

Ya están ante la opinión pública y los instrumentos electrónicos de la moderna corte de loa milagros, las acusaciones contra tirios y troyanos, los escándalos de las buenas conciencias y los agitadores de fango en torno a la primacía de los contratos otorgados sin licitar; las acusaciones de enriquecimiento ilegítimo de colaboradores tan cercanos como Manuel Bartlett; así como la multimillonaria condonación de impuestos otorgada nada menos que a doña Yeidkol Polevinski, dirigente de Morena, candidata a presidenta del movimiento del que AMLO aseguró se separaría si cayera en los hábitos viciados de la izquierda en la que militó y ahora lo acusa de ambicionar la reelección en el poder de un sólo hombre.  Y ser así, “el mejor Presidente de la Historia”.

Es la hora de vernos en el opaco espejo del vecino del norte. Y de tomar distancia del Trump de la ambición y estulticia sin medida. De escuchar a Nancy Pelosi, dirigente de la mayoría Demócrata en la Cámara de Representantes, citar lo dicho por Benjamín Franklin a las puertas de la Convención Nacional, en respuesta a sus conciudadanos que preguntaban si tendrían una república o una monarquía: “Una República, si son capaces de mantenerla”,  respondió el viejo sabio.