Luis Linares Zapata/La Jornada
Volvió la crítica irredenta sobre sus mismas obsesiones fallidas. Sin darse cabal cuenta, le han agregado buena dosis de machismo a sus posturas. Desde la primera línea de sus prédicas se desprende el tufo antifeminista que la tamiza.
Claudia Sheinbaum es, para ellos, una presidenta subrogada de su antecesor. Al menos sigue, casi línea por línea, los dictados autoritarios de Andrés Manuel López Obrador, y sus contrataciones se apegan a directas recomendaciones. La dependencia es tal que no podrá, por mucho tiempo, desprenderse de lo que es una forzada continuidad. Nunca dan cabida a decisiones personales de la nueva gobernante.
El discurso de la toma de posesión fue, sostienen, la aceptación completa del credo obradorista. Y a esa ruta se afiliará –durante buena parte al menos– con la versión de ese segundo piso que, como su pasado, nunca fue, ni será, lo transformador que predica.
La misma colección de superpoderes la condicionan a lo que, sin pena ni ajustes, declararon como la deriva autocrática.
Ni modo, se tapan ojos, imaginación y oídos para no aceptar lo que ya empezó, con gran puntualidad, a suceder. La digna continuidad de esa ruta que ya marca, con sus innovaciones, la flamante Presidenta.
Una que perseguirá, porque así lo ordenaron los mexicanos, con sus millones de votos: mirar hacia abajo y abogar por erradicar desigualdades. El tono también es percibido y hay, ahí mismo, firme aceptación popular y una declaratoria de duplicar el esfuerzo justiciero y constructor.
El discurso de su juramentación como Presidenta fue un dictamen de balance. Uno de fina y cuidadosa transición de un poder a otro, coronado por ese estilo sereno y sagaz de una mujer entre las muchas que la habrán de acompañar.
No cabe la duda que la doctora acepta lo conseguido porque es su propio medio de vida y trabajo. Nada, o muy poco, hay que ella no haya colaborado a crear. Es buena parte de su íntima historia personal y política.
Pero la crítica insiste en dar consejos perentorios y marcarle agenda. Le urgen a desprenderse de las pugnas, tenazas y odios heredados. De ir a ciertos lugares que requieren su presencia: Sinaloa, Guerrero, Guanajuato y las adicionales zonas empapadas de criminales. Contemporizar con los inversionistas, alentar empresarios y limitar al Ejército.
No resisten la tentación de solicitarle suavidades varias y respeto cuidadoso al factor externo. Suponen que, sin duda alguna, se verá forzada a disminuir el gasto, debido al déficit incurrido para finiquitar las improductivas obras faraónicas que tanto obsesionan a los opositores.
Ya habrá tiempo para constatar que, es ella, y no el ex presidente, el vórtice del poder constitucional. Los trabajos de este presente y los del futuro cercano serán conducidos bajo la sola batuta de la primera Presidenta de este país. Moverse con cautela es uno de sus meritorios rasgos de gobernante.
El arraigado conservadurismo, que, en variadas ocasiones araña la irracionalidad, proseguirá exigiendo cambios de tono y contenidos. Son irredentos reaccionarios que se irán oponiendo a cuanto cambio aparezca en el horizonte. Desean detener la marcha de transformaciones y realidades que los desplazan de su acariciado modelo concentrador. Buscan, apoyados en sus ilustradas lecturas, frases y conclusiones que sustenten sus endebles alegatos. Unos que, invariablemente, moderan, disminuyen o rechazan lo que, sin dilaciones, apunta hacia la actual realidad por modelar.
La irrupción de la mayoría popular los tiene al borde de un ataque de histeria. Se acongojan por la suerte de las minorías y el respeto por los balances. Como si éstos no existieran, dentro del gobierno y movimiento partidista, de diversas formas. Aunque, ciertamente, otros estuvieran en ruta al destierro.
El talante del poder de esta República estará alejado del autoritarismo y, sin duda, de toda forma tiránica de decidir y conducir los asuntos de todos. Ya serán, quieran o no, testigos de este despliegue de voluntad racional y cargadamente popular.
La reforma constitucional al Poder Judicial en marcha se anuncia como ocasión, cierta, para entender lo que ahora sucede.
La necia oposición del aparato judicial, a tan necesarios cambios, marcará buen trecho de estos inicios. Los jueces de la Corte desean, y harán lo posible, por entrar en un tobogán decisorio que, sin duda, los desprestigiará, no sin antes causar serios problemas políticos. Su resistencia no les permite visualizar lo que a la República conviene.
Aun así, la Presidenta prosigue con su intento de gobernar por el bienestar de todos, incluyendo a los que apoyan a los necios y a los que conviene perpetuar un estado de cosas, profundamente elitista y reaccionario.
Aún hay espacio para la concordia y la anuencia con tiempos diversos. Aunque la firme voluntad de proseguir trabajando en la ruta, ya bien entronizada en la conciencia ciudadana, continuará.