Antonio Gershenson/La Jornada
En la vida política cotidiana tenemos diversos asuntos y sucesos que marcarán agendas en algunas secretarías del país. Uno de ellos, el más próximo, es la reunión del famoso pero también desprestigiado grupo llamado G-20.
Han sido 25 años de intentos por consolidarse como verdadero motor que impulse las economías a nivel global. Desde septiembre de 1999 su influencia ha crecido, primero, gestionando como grupo que reunió a determinadas autoridades de economía y financiamiento, pero únicamente a nivel ministerial. Posteriormente, surgió la idea de ampliarlo a nivel de liderazgo mundial, con la finalidad de enfrentar la crisis global de ese mismo año, el último del siglo XX.
Por fin, dos décadas y media después, se integra la Unión Africana. Dicha adhesión permite hablar del término global con mayor autoridad, ya que han sido los países africanos algunos de los más saqueados por quienes han hecho crecer sus economías con base en el colonialismo y sus consecuencias nefastas sociales y económicas que ya todo mundo conoce. Hoy se busca, como hace 25 años, encontrar la estabilidad económica mundial y el crecimiento sostenible basados en una amplia y más democrática coordinación de las políticas públicas de los países miembros. Y, supuestamente, aumentar las medidas para la prevención de crisis económica en cualquier continente.
Por lo pronto, continúan con el liderazgo países como Estados Unidos, Suiza, Suecia, Singapur y Reino Unido, de acuerdo con el carácter de economías con mayor innovación en todo el mundo. En el próximo encuentro se mostrará por qué China, Turquía, India, Vietnam y Filipinas son los de mayor y rápido crecimiento económico, sólo en 10 años, de acuerdo con la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
El G-20 tiene como objetivo coordinar las acciones de aquellas propuestas económicas y financieras que cada país integrante del grupo ha planteado en cada sede. Los resultados se evaluarán para determinar el rumbo de los apoyos futuros para cada miembro de esta institución.
De acuerdo con la definición del espíritu del grupo, cada sesión anual representa una posibilidad de exponer los resultados del trabajo llevado a cabo por el país que tiene la presidencia, previamente otorgada por consenso.
Uno de los temas centrales es la búsqueda de soluciones a los problemas que cada país ha planteado en cada reunión y que, si la mayoría lo apoyan, sea una meta de todo el grupo y, de hecho, se convierta en objetivo internacional, más allá del G-20. Por eso, la importancia de que México participe con las propuestas que necesita para su desarrollo nacional, sin perder soberanía.
Lo cuestionable de las gestiones del G-20, desde su inicio, es que, en sí, no ha existido una visión global. Los países de la periferia han quedado al margen, sin ninguna posibilidad de que el llamado a la solidaridad con sus necesidades y propuestas de crecimiento y desarrollo sean escuchados.
De acuerdo con las declaraciones de la presidenta Claudia Sheinbaum, consideramos que la participación de México es una oportunidad de insistir en fortalecer la innovación de aquellos programas sociales que están dando resultados, como algunos de los gobiernos de la Cuarta Transformación.
Sus propuestas estarán centradas, entre otras, en la estabilidad económica mundial en favor del crecimiento sostenible, de los países con diversos niveles de desarrollo. Para ello, se estará insistiendo en que todos los miembros del G-20 deben apoyar concreta y directamente a las economías más débiles y de mayor dependencia financiera externa.
De igual forma, consideramos qué para lograr el objetivo anterior, deben cumplirse algunas metas impostergables, como el alto al fuego de todas las guerras que actualmente lesionan profundamente no sólo la economía del país agredido, sino también de aquellos agresores. Y, sin olvidar a los países bloqueados económicamente por diferencias de posturas políticas, las cuales no tienen nada que ver con el espíritu de dicho grupo de los G-20. Por lo menos, en teoría. Los conflictos armados han sido los más dañinos en todas las vertientes de la vida de un país, y ni hablar del deterioro social, emocional y ambiental, monumentales, por sostener las economías bélicas. El derroche financiero ha sido de antología. En este sentido, la política del G-20, tiene mucho que hacer para mostrar que es en realidad, un grupo verdaderamente creíble, ya que, por una parte, en el caso de Estados Unidos, presiona hasta intentar la asfixia total de economías como las de Cuba y Venezuela y, por otro lado, se posiciona como líder de un grupo que busca la estabilidad económica global. ¿De qué estamos hablando?
Que no se les olvide que estamos refiriéndonos a personas y su existencia digna, cuando hablamos de inversiones, de ganancias, de financiamientos y de estabilidad sostenible. El derroche de recursos naturales, humanos y de talento, para sostener una guerra es una de las mayores pérdidas inaceptables, por lo absurdo de sus objetivos y por la intolerable destrucción de vidas humanas.
(Colaboró Ruxi Mendieta)