91 por ciento


Juan Villoro/Reforma

Hace unos días, un significativo estudio del CIDE, dirigido por María Amparo Casar, reveló que el 91 por ciento de la población considera que los partidos mexicanos son corruptos. Nuestra democracia pasa por su peor descrédito desde el fraude electoral de 1988. Hay diez formaciones partidistas y miles de candidatos, pero cuesta trabajo elegir al menos malo.
Para colmo, la contienda se ha teñido de sangre con una veintena de asesinatos. Un botín está en juego. Los partidos reciben $5,356,771,247.32 pesos para campañas y gastos ordinarios. El monto es tan inaudito que los 32 centavos caen como un insulto adicional. Nunca una trama tan floja ha contado con mayor producción. A pesar de la mayoritaria oposición ciudadana a este dispendio, no hay modo de modificar las prebendas de los partidos porque ellos mismos las deciden.
La financiación de las campañas no se ha podido resolver desde que la reforma política se comenzó a discutir en 1977. La voluntad popular se ha convertido en pretexto para disputar por recursos públicos. Progresivamente aislados de la gente, los elegidos preservan los conflictos que deberían resolver: «Si soluciono, ya no puedo prometer», ése es su lema existencial.
Para huir del comprometedor terreno de los hechos, los candidatos se refugian en el reino de las ilusiones. En ese mercado de la fantasía todo es posible. Una aspirante a delegada del PRD anuncia: «¡Ya es hora!». Esta frase urgente pasa por alto que ese partido gobierna el Distrito Federal desde 1997. Aunque sabemos que la impuntualidad es muy mexicana, ¿no es un poco tarde para tener prisa? Su rival del PAN optó por un lema abstruso. El partido más conservador de la boleta electoral posa de moderno, juvenil y coloquial con la frase: «Neta, ¿vas a votar a ciegas?». ¿Es necesario ir al oculista para apoyar al partido que se ha opuesto a la despenalización del aborto, el matrimonio gay y otras libertades civiles conquistadas en la capital?

Analizar cada lema llevaría a una hermenéutica del disparate. En aras del poder y el dinero, los candidatos dicen cualquier cosa: incluso son honestos.
Por primera vez hay candidaturas independientes. Por desgracia, las condiciones para participar provocan que, en la mayoría de los casos, se trate de personas que ya pertenecen a la nomenclatura partidista y no alcanzaron una nominación, pero cuentan con suficientes apoyos para recorrer un camino paralelo. Esto no ciudadaniza la política; otorga una segunda oportunidad a los profesionales de la grilla.
Hay, desde luego, excepciones, como la del insólito Pedro Kumamoto, en el municipio de Zapopan. A los 25 años ha hecho una campaña con poco dinero y muchas ideas, un modelo cívico de participación.
¿Hay alternativas para los que no vivimos en Zapopan? ¿Debemos anular el voto? Estas elecciones representan el punto más bajo de una democracia representativa. Urge cambiar las reglas del juego. Sin embargo, por más decepcionante que sea la oferta, es preferible votar a no hacerlo. El voto nulo parte de una autovaloración cercana al narcisismo: «Se notará que no apoyé a nadie». El efecto es otro. Quien anula por convicción se suma a quien anula por error o desmadre (votando por Cantinflas o la abuelita de Batman) y a las numerosas abstenciones provocadas por enfermedad, pereza, decepción cósmica o pérdida de la credencial de elector en una cantina. Esos votos vacíos no se contabilizan: se descartan. No votar o hacerlo en blanco significa dejar el camino libre a los partidos hegemónicos.
A pesar de la pobreza de miras y alternativas, no es cierto que todas las candidaturas sean iguales. En Coyoacán, la delegación donde vivo, Mauricio Toledo hizo un trabajo lamentable y el PRD lo premió con otra postulación. Bertha Luján, de Morena, es el mejor freno para esos abusos. La diferencia existe.
Y no deja de haber sorpresas favorables. Héctor Vasconcelos, hijo del autor de Ulises criollo, egresado de Harvard (título que devolvió al enterarse de la presencia de Felipe Calderón en esas aulas), ex director del Festival Cervantino y ex embajador de México en Dinamarca, ha prometido donar la mitad de su salario a una causa filantrópica y cerró su campaña como candidato a la delegación Miguel Hidalgo interpretando un concierto para piano y orquesta. En un ámbito de cleptócratas, un político prefiere poner sus manos en el teclado que en el presupuesto.
Pase lo que pase, el estudio de María Amparo Casar ya mostró el valor de nuestra voluntad: nunca tanta gente le dará tanto a tan pocos.

VILLORO  DINERO PARA PARTIDOS