Política Inconfesable: Al ladrón, al ladrón…


Rodrigo Villar.

Los hechos son inobjetables, no se prestan a la interpretación colectiva, simplemente son hechos. Javier Duarte de Ochoa, ahora gobernador con licencia por el estado de Veracruz, se enfrenta –sin la protección del fuero constitucional- a las consecuencias de sus actos.

Sin caer en la descalificación gratuita, como se ha comenzado a desbordar, Javier Duarte es ejemplo claro de lo que un gobernante está obligado, moral y éticamente, a no hacer.

Su paso por Veracruz ha resultado en una tragedia para distintos sectores sociales. Lo mismo se encuentran defensores de derechos humano, periodistas, militantes y dirigentes de partidos políticos, mujeres, hombres, y sobre todo los ciudadanos comunes quienes fueron carne de cañón en la administración duartista.

Recordemos. Javier Duarte fungió como diputado federal, después fue llamado a su estado como subsecretario de finanzas y meteóricamente paso a convertirse en secretario de finanzas del gobierno de Fidel Herrera.

Su lealtad y cercanía con el gobernador le valió convertirse en el candidato del PRI. Su campaña al gobierno fue teñida de lodo. Se enfrentó en un duelo indiscriminado de acusaciones con Miguel Ángel Yunes Linares –quien fue el aspirante del PAN en aquel proceso, y de quien escribiremos próximamente-. También Duarte se pintó de cuerpo entero, cuando en una entrevista aceptó que uno de sus ídolos y próceres es el dictador de la España monárquica del siglo XX, el general Francisco Franco, aliado de Adolfo Hitler.

Esa declaración alertó de las fascinaciones personales del candidato y futuro gobernador. Javier Duarte de Ochoa iniciaba de la peor manera su responsabilidad pública.

De ahí devino una serie de sucesos que descubrieron las actitudes porriles y dictatoriales del gobernante. Veracruz se convirtió en un santuario de delincuentes y grupos mafiosos que asolan la convivencia diaria de la sociedad. Los grupos policiales de los municipios y del gobierno estatal se vincularon y entreveraron con los delincuentes.

En fin, el tejido social, las condiciones de vida en ese estado se desvirtuaron porque el gobierno del estado contribuyó a la corrupción, la impunidad, es más se mimetizó con esas deleznables fuentes de la decadencia humana.

Durante años. Desde el primero del gobierno de Duarte, las denuncias en su contra por los excesos de autoridad, de omisiones de actos corruptos, de manejo discrecional del presupuesto, de enriquecimiento inexplicable contra Duarte y sus amigos en el gobierno se multiplicaron exponencialmente.

Denunciar las constantes violaciones a la ley, desde el mismo estado de Veracruz, pasó a convertirse en el peor acto para la seguridad de los mismos denunciantes. La respuesta oficial fue la represión y la omisión.

Lo extraordinario es que mientras en Veracruz ocurrían hechos de violencia contra la población o actos de corrupción, desde el centro del país, las evidencias en contra de Javier Duarte de Ochoa, no surtieron efecto.

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Pasaron más de cinco años de un clima ominoso entre los veracruzanos. Nadie se quiso dar cuenta de lo que ahí pasaba. Nadie se percató que Javier Duarte, que su entorno cercano, los actores políticos conniventes con él, como el PRD, provocaban incertidumbre y sobre todo un encono político de grandes proporciones contra ese gobierno, y su partido, el PRI.

Hasta hace unos meses, la situación caótica en Veracruz hizo crisis. Se evidenciaron las telarañas que desde el gobierno de Javier Duarte de Ochoa se tejieron para beneficiar a familiares, amigos, funcionarios, que se enriquecieron por el manejo opaco de los recursos públicos, y el cómo se operaban las asignaciones directas de contratos multimillonarios para engrosar las cuentas bancarias de una elite beneficiada de seguidores y protegidos del señor gobernador.

En esos momentos el PRI, su partido se dio cuenta de que Javier Duarte le era dañino, que con su actuar tiránico y corruptor le perjudicaba de forma evidente.

Desde hace más de un año se había alertado, desde las filas del tricolor que el hoy gobernador con licencia, no le generaba más que problemas a ese partido, que era necesario tomar medidas contra la impunidad en que Duarte de Ochoa se movía.

Y nadie escuchó los reclamos multiplicados que provenían desde distintos segmentos sociales. Incluso, una vez que se evidenciaron –con pruebas- las trapacerías de Duarte su sus cómplices, la reacción para deslindarse de él tardaron en prosperar.

Hoy, el PRI tiene, y se comienza a notar que aprovechará, la oportunidad histórica de dar un golpe a los cacicazgos estatales, que se disfrazan de gobiernos de los estados.

El PRI tiene en sus manos la decisión.

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