Rafael Cardona
A lo lejos se ocultaba la colina cuyo verde esconde, como bajo una joroba, el mausoleo de Qin Shi Huang.
Imprudentes y favorecidos, por la mañana habíamos caminado entre las filas de los guerreros de tierra cocida en uno de los tres grandes pabellones del monumento funerario.
Todo el día de trajinar y deslumbrarnos con las irrepetibles figuras de caballos, arqueros, soldados y las mujeres más hermosas del oriente.
–“Del oriente no, compañero”. Del mundo, me corregía con sus palabras encarceladas el gran León García Soler.
La noche se nos había caído encima como una pesada sábana. Gira presidencial. Días y días. Primero en Japón, ahora el la vastedad de China. Aviones, autobuses. Aromas especiosos.
–Me caería de maravilla un güisqui, dijo León. Pero este hotel ya no tiene ni comedor abierto.
–En mi cuarto siempre hay una botella huésped, le dije. Y fuimos.
–¡Ah!, exclamó con el primer sorbo en un vasito de plástico.
–“Si tuviéramos un poco de hielo”.
–Ahora vengo, espérame.
–¿A dónde vas?
–Voy por hielo.
–¿Y en qué idioma vas a conseguir el hielo?
–En este, y con una pluma comencé a dibujar dos cubitos sudorosos con un vaso lleno hasta la mitad.
–“Esto es un ideograma chino, ¿no entiendes?”
–Yo sí, pero si lo ve un chino te va a dar una Coca-Cola… sin hielo…”
En el remedo de vestíbulo de la posada de Xian, un joven entusiasta me tomó el dibujo. Sonrió y me hizo señas para anotarle el número de la habitación. Lo entendí. Movió las manos hacia fuera, como si espantara cucarachas y me echó. Salió presuroso.
Volví a la habitación donde León García Soler iniciaba, victorioso, el tercer round contra la vulnerada botella de escoces.
–El pálido jaibol que nos decía Pepe Alvarado, ¿te acuerdas?
–Me acuerdo. Salud. Tibia salud.
En eso llegó el chino. Tocó la puerta y mostró ufano y diligente una hermosa charola de laca. O de plástico, quien sabe.
–Espléndida, desafiante a todo; al Partido Comunista, al recuerdo de Mao y a la historia por venir, brillaba una botella de Coca Cola.
–Ya ves, te lo dije.
Reímos como locos y firmamos una sentencia de muerte para el invitado escocés.
Por esa noche y por otras muchas, León, lamento tu partida y celebro y recuerdo tu vida, tu hermosa amistad.