El Diluvio: Modernidad, amenazas, democracia y desesperación


Rafael Cardona

Oscilan las penas de los mexicanos entre el presente nacional y las amenazas foráneas. Trump es un peligro para México, como no se presentaban desde Pershing o Winfield Scott.  Y el futuro electoral del país vive con otras amenazas de populismo, demagogia y juego sucio mientras algunos cavilamos en la incesante recurrencia de los problemas de ayer, convertidos en las penurias de hoy.

Todo el tiempo es un círculo infatigable y eterno.

Solamente en los Estados Unidos pueden los mecanismos invisibles controlar al mismo tiempo el mercado y el militarismo crónico –bases de su organización nacional–, y nada más ahí pueden la ironía y el sarcasmo humorístico, sustituir al análisis de cualquier pensador cuya ilusión haya sido compararse con Alexis de Tocqueville cuya obra “La democracia en América” ha sido borrada (o confirmada) de un plumerazo por el deslavado copete de Donald Trump.

Tocqueville necesitó casi 800 páginas densas, pesadas y luminosas en algunos capítulos, para analizar el fenómeno del nacimiento de una nación, como habría dicho Griffith, al menos en cuanto al funcionamiento de sus poderes, instituciones y nacientes costumbres, Tocqueville publicó su obra cumbre en 1835, apenas unas décadas después de la Independencia de Estados Unidos. Los Simpson necesitaron sólo unos cuántos capítulos de hace seis años para llevar a la presidencia a Donald Trump.

El resto lo está haciendo el “pueblo” americano. Quienes decíamos hace unos meses, eso de Trump es una mala “puntada” de millonario codicioso, estrambótico, lenguaraz  y exhibicionista, ahora vemos las dimensiones de no tomar en serio lo ridículo. Criticar la “puntada” no tuvo puntería.

Respaldado por millones de personas cuyo pensamiento es similar al suyo, si a esas rudimentarias simplezas se les puede llamar pensamiento, Trump se acerca a la Casa Blanca.

Leamos a Tocqueville

“En los Estados Unidos –dice– la democracia lleva sin cesar hombres nuevos a la dirección de los negocios públicos; el gobierno pone, pues, poca continuidad y orden en sus medidas. “Pero los principios generales del gobierno son allí más estables que en muchos otros países, y las opiniones principales que regulan la sociedad se muestran más durables. Cuando una idea ha tomado posesión del espíritu del pueblo norteamericano, ya sea justa o irrazonable, nada es más difícil que extirparla de él (cap III).”

Una idea justa o irrazonable. Esta no es justa, de ninguna manera, especialmente si se le mira desde fuera. Internamente Trump es el Mesías de la muchedumbre silenciosa.

“Cuando los miembros de un cuerpo aristocrático se dirigen así —dice Tocqueville en un espléndido retrato anticipado de la “clase” Trump–, únicamente, a los bienes materiales, reúnen sólo en este lado toda la energía que han adquirido con el largo hábito del poder. Para tales hombres no es suficiente el bienestar, necesitan una suntuosa depravación y una corrupción estrepitosa; rinden un culto espléndido a la materia y parece que desean a porfía distinguirse en el arte de embrutecerse.”

Pero el oráculo de la ironía ya había hablado.

“(CNN).- En un capítulo emitido hace 16 años, en el que la serie da un vistazo al futuro de la familia, se habla de una situación que en el año 2000 pudo parecer irrisible, pero que podría ser una realidad: Donald Trump, presidente.

En ‘Bart del futuro’ los espectadores pudieron ver la fracasada vida del travieso hijo de la familia de Springfield, mientras que su hermana Lisa ha logrado convertirse en la primera presidenta heterosexual de Estados Unidos.

«Como saben, hemos heredado una grave escasez de presupuesto del presidente Trump», le dice Lisa a su equipo”.

Hoy no hace falta la biblioteca; es suficiente con la TV.

En estas condiciones Matt Groening, creador de los Simpson, quien explicó su invención como una preocupada burla en cuanto hasta dónde podría llegar la decadencia de la sociedad americana, con Trump en una candidatura triunfante, hoy le confiere a los dibujos animados el privilegio de la profecía.

 

 OAXACA

La modernidad en términos políticos no se expresa en la cantidad de tuiteros en pos de una figura o el uso de los mecanismos de redada social tan en boga en nuestro tiempo, sino en la forma como se quiere abordar el lastre del pasado.

Oaxaca carga o mejor dicho, arrastra, condiciones centenarias de atraso social y tecnológico cuya peor expresión es la miseria. No se vale disfrazar el retraso con aquello del indigenismo mal digerido y peor comprendido.

Por eso Alejandro Murat, el candidato del PRI al gobierno estatal, propone un programa moderno: atacar de raíz los males cuyo producto más visible es la enorme miseria del pueblo oaxaqueño.

Sus adversario, mientras tanto, se la pasan con un acta de nacimiento vociferando a los cuatro vientos, por encima del dictado constitucional por cuya vigencia Murat es un candidato de pleno derecho.

Y de seguir así las cosas podrá ser un  gobernador de pleno derecho.

 

 TIEMPO

Hace algunos años se hizo famoso un libro llamado «Tiempo mexicano».

Lo escribió Carlos Fuentes y describía parte de la realidad mexicana en el final del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, como  circular, en la cual  las cosas (ya en su momento Gustavo Sainz escribiría “Obsesivos días circulares” y Agustín Yáñez daría cátedra con “Las vueltas del tiempo”), van y regresan para estar de nuevo en el punto anterior  a lo redondo dentro de  un proceso de  modernidad oscilante entre Quetzalcóatl  y Pepsicóatl –decía–, sin  terminar jamás las etapas completas.

Ahora estamos viendo sucesos dentro de ese  «tiempo circular», como esta disputa horrenda en la prolongada agonía del Puerto de Acapulco, tironeado y jaloneado por los intereses de, dicen ahora, tres grupos mafiosos en disputa abierta y reconocida por la autoridad, por el mercado de la droga.

Parte del país convertida nada más en un sangriento centro de distribución de drogas y estamos viendo , por el mismo motivo, la enésima toma de una carretera; la Autopista del Sol (eclipsada con demasiada frecuencia) aorta, vena principal del estado de Guerrero, pasando por Chilpancingo, terminando en Acapulco, camino por cuya apertura permanente se había comprometido  el presidente de la República  para no tener nunca más una nueva ocupación, un nuevo bloqueo, cosa hasta ahora imposible.

Antes de ese compromiso, los bloqueos duraban cuatro o cinco horas; ahora duran diez.

El estado de Guerrero sigue siendo escenario y muestra de todo lo grave en México. Todo lo caótico, en algún momento,  pasa o se genera, por ahí.

Esta disputa de la PGR con el grupo del GIEI externada ahora y manifestada con las graves acusaciones en contra de la Agencia de Investigación operada por  Zerón de Lucio, bueno, pues tiene un origen absoluto de Guerrero.

En Guerrero están la Normal Rural Burgos, de donde salieron en su momento grupos guerrilleros (profesores en sedición; alumnos graduados en secuestro), y  las coordinadoras de maestros aferrados al viejo sistema de control sindical y pase automático y apropiamiento del magisterio en pleno, las cuales  en su momento le prendieron fuego a la mitad de la ciudad de Chilpancingo; están las organizaciones de transportistas, de campesinos, de estudiantes, de padres en búsqueda, de víctimas de todo buitre, pero también de zopilotes de diverso basural, siempre dispuestos a pescar en la revoltura del río, así sea el río San Juan, cercano a Cocula.

Todo se junta en ese microcosmos violento, sangriento y sin solución llamado (por algo será), Guerrero, después se extiende para Michoacán, en donde los bloqueos ya los hemos visto en semanas anteriores, y tiene toda una especie de conurbación del delito con una parte del Estado de México y obviamente Morelos con su impresentable y democrática (al menos electoralmente)  presidencia municipal manejada con los botines  de un futbolista.

Entonces ¿en dónde está la trampa del tiempo de los mexicanos? Esa es una pregunta constante en mi cabeza.

Como  otros muchos, tengo casi ya el medio siglo de ver y de sentir a veces la misma desesperación, porque en tanto tiempo de hacer periodismo, sólo he podido llegar a una conclusión: es desesperante ser mexicano.

 

 CODIGO

Perdido entre los otros asuntos del fin del periodo ordinario, el cual, como todos sabemos, concluyo el pasado viernes, el Poder Legislativo estrenó un código de comportamiento para la Cámara de Diputados. Un código de ética para los representantes, motivado entre otras cosas, por la creciente disminución del prestigio y la imagen de los legisladores ante la opinión pública.

El dictamen (aprobado con 287 votos a favor, 45 en contra y 33 abstenciones), fue elaborada por la Comisión de Régimen, Reglamentos y Prácticas Parlamentarias, con base en iniciativas presentadas  por los diputados Carolina Monroy del Mazo, del Partido Revolucionario Institucional (del cual es Secretaria General) y el panista Jorge Triana Tena.

Quizá sea mucho decir, pero si este código se llegara a cumplir (cosa de la cual dudo) se acabarían las tomas  violentas de la tribuna; los “moches” y las orejas de burro hechas con boletas electorales; las máscaras de cochino en la asamblea, las piñatas con figura de Pinocho y los sabotajes parlamentarios, las majaderías y todos los excesos internos.

No estaba vigente ese código cuando el diputado  Jorge Meixueiro Hernández sacó una pistola y se suicidó en el pleno tras pronunciar estas palabras en queja abierta contra el despojo electoral cometido en su contra por órdenes de Maximino Ávila Camacho:

“…Sé, porque no soy un novato en esas cosas, lo que significa este silencio que se advierte en los camaradas y en ese gesto un poco trágico cuando se ve al compañero que trata de pugnar por hacer valer un triunfo que ha obtenido y cuando se tiene ya la conciencia de que, por disciplina habrán de votar en su contra (…).

“Sé que tratar de impedir eso sería tanto como querer derretir la nieve de un volcán con la lumbre de un cerillo (…) y puesto que no puedo cumplir en esta ocasión la palabra que empeñé, quiero esgrimir mi último argumento y salir de aquí».

Y sí, salió de ahí con los pies por delante, pues el pistoletazo ocurrió en “la más alta tribuna de la Nación”. La bala entró por el paladar, le destrozó la cabeza y bañó de sangre el podio de la patria.